Opinión

Elecciones y polarización: España en la encrucijada

Las elecciones del 23 de julio en España vienen como un choque decisivo entre dos modelos y dos formas de ver la política y la sociedad española, en medio de intensas negociaciones y pactos por la gobernabilidad.

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España en elecciones este 23 de julio

La categórica derrota electoral de la coalición gubernamental agrupada alrededor del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el triunfo de los partidos de derechas -el Partido Popular y Vox- en las pasadas elecciones regionales del 28 de mayo, equivalieron a un retiro de confianza por parte del electorado en España.Luego de unas horas de desconcierto, el Presidente del gobierno, Pedro Sánchez, reaccionó disolviendo las Cortes (el Parlamento) y convocando a elecciones generales anticipadas para el próximo 23 de julio.

El adelanto electoral fue percibido como algo normal y lógico solamente por la prensa extranjera. Para el mundo político y mediático en España se trató de un giro sorprendente y una jugarreta más de Pedro Sánchez, político que ha demostrado su habilidad táctica y su capacidad de revertir situaciones desesperadas. La total irrelevancia de una lectura institucionalista habla de un clima deteriorado, en el que la política es un juego de suma cero donde todo vale y se piensa lo peor del otro.

La polarización y la desinformación en el discurso político están socavando la democracia española.

En un primer momento tanto Sánchez como su principal contendiente, Alberto Núñez Feijoo, del Partido Popular, habían asumido un tono moderado. Feijoo propuso que tanto el PSOE como el PP se comprometan a que sea la lista más votada la que conforme el gobierno en caso de no lograr la mayoría absoluta.

Un “pacto de caballeros”, cuya idea sería no forzar al contrario a pactar con partidos de los extremos políticos, como el ultradechista Vox, o la izquierda independentista catalana para lograr la mayoría absoluta necesaria para la investidura.

Pero el PP es el claro favorito en esta contienda y Sánchez no recogió ese guante: su único chance esta en los pactos de investidura con otros partidos. No es persona de consensos, sino de duras negociaciones y tácticas políticas inclementes. A lo largo de su carrera ha generado fuertes resentimientos tanto en la oposición como entre sus socios de coalición y sus compañeros de partido.

La propuesta de Feijoo lleva además la carga del reproche por la negativa intransigente de Sánchez y el PSOE en 2016 a permitir un gobierno de minoría del PP de Mariano Rajoy. Sólo después de que una cruenta crisis en el seno del PSOE precipitara la renuncia de Sánchez como secretario general fue posible para el PP conformar un gobierno de minoría.

Pero pocos meses después Sánchez logró retomar el liderazgo de su partido, y en 2019 encabezó con éxito la moción de censura para deponer a Rajoy por la implicación del PP en actos de corrupción, asumiendo así la presidencia del Gobierno. Durante ese período de lucha sin cuartel sentó las bases de su ascenso al poder. Y esas facturas se siguen cobrando.

De esta forma, tras el inicial amago de moderación, ambas campañas pasaron a plantear la contienda en términos de todo o nada. Para Feijoo la disyuntiva es “o Sánchez o España”, dando a entender que quienes voten por el actual presidente de gobierno están contra la nación. A su vez, para Sánchez el PP y Vox son parte de una ola reaccionaria que amenaza condenar al país al atraso. O son ellos o somos nosotros. El mito zombi de “las dos Españas” resuena desde ultratumba.

La polarización del discurso político viene acompañada del fenómeno concomitante de la desinformación.

Las “sesiones de control” en el Congreso de los Diputados sorprenden por la agresividad en el trato y el ánimo pendenciero del debate: la mayoría de las veces, un intercambio de reproches e insultos. Hay una relación despreocupada con la verdad y los hechos; más que controlar y rendir cuentas se trata de figurar y producir titulares.

Los fact-checkers tienen bastante trabajo corrigiendo las desinformaciones y las mentiras de la clase política. Y son los actores políticos que explotan la polarización y la desinformación quienes marcan la agenda, mientras los medios de comunicación hacen lo imposible por cabalgarla, como si fueran avaros especuladores de bolsa en el “libre mercado de las ideas”.

Economía de España con modesto crecimiento

Lo curioso es que este ambiente confrontacional se produce en el contexto de una gestión gubernamental que sin ser descollante, ha sido pasable. Los problemas en el manejo de la pandemia del covid-19 se vieron compensados por las medidas sociales y la exitosa campaña de vacunación, que permitieron al país salir adelante. La coalición logró una reforma de la Ley del Trabajo a través de un acuerdo tripartito entre gobierno, empresariado y sindicatos. Ha reducido, sin superarlos, la precarización laboral y el desempleo. La economía muestra modestos niveles de crecimiento. El gobierno logró la asignación a España de unos 140 mil millones de euros de los fondos de recuperación europeos para el relanzamiento verde y la modernización de la economía.

Falta ver su ejecución, que ha sido lenta. Y Sánchez no ha sabido comunicar ni involucrar a sus conciudadanos en los cambios necesarios.

El punto de giro contra el gobierno estuvo en tres iniciativas legislativas de tipo “identitario” a finales del año 2022, implementadas a toda carrera, pasando por alto los usuales procedimientos parlamentarios, y sin buscar consenso.

Se trataba, por una parte, de la reforma del Código Penal que derogó el delito de sedición y modificó el de malversación, con la clara intención de favorecer a los independentistas catalanes con juicios pendientes; y por otro lado, la Ley de Libertad Sexual y la conocida como “Ley Trans”, ambas iniciativas avanzadas por el socio minoritario del PSOE,Podemos. Todas encontraron feroz oposición en diferentes sectores y despertaron fuertes emociones a favor y en contra. De esta forma, Sánchez parece haberse enajenado una buena parte del centro político y del voto femenino. Y esta desafección no se está revirtiendo. Las cuestiones identitarias son por definición polarizadoras.

Es un juego que favorece al actual conservadurismo internacional, que ha llevado a este terreno incluso discusiones en principio técnicas alrededor del calentamiento global o la superación del insostenible modelo económico de producción en masa. El fracaso de mercado del credo neoliberal ha conducido a un renacimiento de las ideas keynesianas y de la necesidad de una direccionalidad por parte del Estado, lo cual ha desatado una feroz reacción de tipo “identitaria” por parte de los defensores del “libre mercado” y los “valores tradicionales”.

La mera sugerencia nutricional de comer menos carnes rojas ha sido calificada por importantes dirigentes conservadores como indignantes intentos de la progresía comunista de eliminar el sagrado chuletón ibérico.

El PP y Vox adoran estos aspectos subalternos de temas más importantes, para implementar una oposición estruendosa y a ultranza, que valga decirlo, una vez más desconoce la legitimidad de un gobierno del PSOE, tal como sucediera con el primer gobierno de Rodríguez Zapatero. Una oposición que es capaz de prestar la sede del Partido Popular al sindicato de la policía para organizar una manifestación de corte casi insurreccional contra una reforma de ley para mejorar la transparencia del accionar de esa fuerza.

Alberto Núñez Feijoo se ha presentado como un candidato moderado un tanto alejado del histrionismo de sus correligionarios. Falta ver hasta dónde su partido entiende que hay unos lineamientos de políticas públicas acordados por la Unión Europea, y que los fondos aprobados están vinculados a ellos: es limitado el potencial reaccionario de un gobierno de derechas.

Hasta ahora, lo que se ha visto en la conformación de los gobiernos regionales del PP con Vox han sido desplantes como eliminar los carriles bici, prohibir manifestaciones contra la violencia de género o censurar espectáculos culturales. No precisamente indicios de una propuesta seria para la nación.

Por otro lado, Sánchez y el PSOE deberían pensar bien la opción de la abstención en caso de que el PP gane sin lograr la mayoría absoluta. De esta forma se permitiría un gobierno de minorías obligado a negociar constantemente con el otro gran partido de la democracia española.

Independientemente del resultado electoral, una oposición leal, firme y mesurada podría crear amplias áreas de consenso ante los grandes retos que enfrenta el país. La clase política, como un todo, está en deuda con los ciudadanos. Ocupados como están sus actores en la descarnada refriega diaria, hay justificadas dudas de que esté a la altura.

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