Opinión

Para cambiar la política, hay que comprenderla

La política no puede ser guerra ni el ganador de un evento electoral debe asumir el triunfo como base para la imposición. ¿Entiende usted lo que de verdad es saber ejercer el poder?

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Con la Primaria encima, me parece oportuna una reflexión lo más serena posible, acerca de la política. Para llegar a esta oportunidad abierta a los ciudadanos de decidir democráticamente, mucha política se requirió y la hubo, sin embargo, debo decir honradamente que creo que los y las líderes y aspirantes o aspirantas a serlo, siguen teniendo con nosotros un pasivo por la política que no han hecho y que están llamados (y llamadas) a hacer. Sé que el neutro bastaría, pero no quiero que nadie se sienta excluido/a o eximido/a de tal responsabilidad.

Lo anterior se refiere, sobre todo, a quienes se nos ofrecen como alternativa de cambio, pero vale también -¡y de qué manera!- para quienes detentan el poder, cuya prioridad ha sido aferrarse a él en perjuicio de su deber principal de gobernar para todos.

Hizo falta política para llegar hasta aquí y más política hará falta de aquí en adelante. Hasta las elecciones del 2024 y sobre todo después. Porque no se trata sólo de ganar el poder o de conservarlo, sino de saber qué hacer con él y cómo hacerlo, para que sirva para todo aquello que los venezolanos necesitamos y que no nos está garantizando hasta ahora.

La política necesita cambiar y debe cambiar, pero para cambiarla, hace falta comprenderla. Entender de qué va amerita saber por qué existe y para qué existe. Sus causas están en la sociabilidad e imperfección humanas. Su finalidad en el bien común.

De una lectura saqué el título de esta nota. “Comprender y cambiar la política” subtitula Gianfranco Pasquino su libro sobre dos clásicos pensadores políticos italianos, Norberto Bobbio y Giovanni Sartori, en la edición en español de EUDEBA, encargo que me trajo gentilmente Stalin González, amigo caraquista junto a quien la pelota nos trae un trimestre de cordiales tensiones.

A la política llegué temprano, a los dieciséis, pero ella había llegado a mí antes, cuando a mis siete cayó la dictadura militarista y todos pudimos darnos cuenta de cuánto condicionaba nuestras vidas. Cuántas décadas llevo asomado a ella, depende de la cuenta que uno saque. Pero la he seguido, observado, leído, aprendido en la calle y en el aula, practicado con errores, omisiones y aciertos, estudiado, enseñado, en el intento tenaz de comprenderla. “Cómo has aprendido” me dijo el otro día un viejo político, cómo será de viejo que me lleva diez años. La verdad es que en la política, lo mismo que en la vida, uno nunca termina de aprender, porque cada vivencia es un hallazgo que nos enseña la enormidad de lo que ignoramos. Ojalá él y yo y todos nosotros, lo tengamos siempre claro.

La política se distingue de la guerra, entre otras cosas, porque sustituye la violencia por la inteligencia, al descartar con realismo la “victoria total” como base de la imposición. El otro no es vencido, muchas veces tiene que ser convencido y si no, hay que asumir que entre nosotros hay diferencias, unas más profundas que otras, pero que el orden indispensable para convivir, nace del modo de dirimirlas y los equilibrios logrados para procesarlas.

Por cierto, del trabajo de Pasquino les dejo este párrafo para pensar, sea antes o después de votar e incluso si va a votar o no: “Saco una conclusión drástica de la ausencia del populismo en el libro de Sartori: no puede darse una democracia populista, sobre todo si es pluralista y representativa, porque quiere cancelar todos los cuerpos intermedios e intenta conferir una discutible supremacía del resultado electoral, del poder (electoral) del pueblo sobre todas las instituciones, en particular sobre el poder legislativo y el judicial.”

Que tenga usted buenos días.

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