Opinión

¿Qué está en juego este año?

Venezuela está en juego en 2024. Perder el país es un riesgo mucho mayor que perder una elección, para quien aspira el poder y para quien no quiere dejarlo. Ahí se mide la responsabilidad de un liderazgo

María Corina y el mapa para los venezolanos
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Hace mucho que no habíamos tenido en Venezuela un año tan importante como este 2024 y posiblemente, falta un buen tiempo para que venga otro similar. 2024 es una oportunidad enorme, incomparable con cualquiera del cuarto de siglo precedente y me atrevo a decir que no avizoro otra parecida en el futuro más o menos cercano. No soy amigo de las afirmaciones categóricas, pero es lo que serenamente veo en la realidad nacional y la internacional, sea regional o mundial, la cual, si bien no nos determina, sin duda nos influye y condiciona.

La oportunidad 2024 es para Venezuela toda. No sólo para los que aspiramos a un cambio político, seamos opositores, como es mi caso, o decepcionados, como muchos que conozco que apostaron por la promesa chavista o la tempranamente frustrada ilusión de continuación madurista. Es una oportunidad para unos y otros, para todos, porque lo es para Venezuela. El costo nacional en lo económico, social e institucional, de prolongar el status quo es objetivamente muy alto y la esperanza de mutaciones favorables en la situación por decisiones del mismo grupo en el poder son, como ha sido reiteradamente demostrado, de muy precario asidero, dada la prioridad obsesiva de su agenda. 

¿A qué oportunidad me refiero?

2024 es año de elección presidencial. La realizada en 2018, formalmente válida y de facto eficaz, careció de legitimidad para la mayoría de los venezolanos y sus resultados fueron desconocidos por factores importantes de la comunidad internacional. Los efectos y las secuelas de ese cuestionamiento interior y exterior los conocemos porque los padecemos. Secuelas negativas, algunas francamente indeseables y que uno considera erróneas, pero que están ahí, son reales y aunque no sean causa original son consecuencia agravante. Sin que la calle haya estado “caliente” por motivos políticos, es obvio que las condiciones político-institucionales se han deteriorado. También que las protestas se multiplican “al detal”, por motivos socio-económicos, salariales, laborales o de servicios públicos esenciales, como la emigración de compatriotas que en el extranjero es la preocupación mayor y la más poderosa razón para querer que aquí cambien las cosas.

La elección a realizarse este año puede cambiar de verdad la situación y no me refiero a lo obvio que sería un triunfo de María Corina Machado, la candidata por la que quiero votar, sino por las condiciones en que esta se realice, de modo que permita a Venezuela ir recuperando credibilidad en los centros de decisión política, económica, financiera y por lo mismo en los mercados. Todo lo cual nos hace falta para salir del hueco en que nos hemos metido. Recuperación que no es incondicional ni instantánea, porque el camino hacia ella está minado por la desconfianza.

Al subestimar los acuerdos de Barbados que gente valiente se atrevió a suscribir, se ha alegado que ahí no se comprometen las partes a nada que ya no estuviera constitucionalmente consagrado. No puedo compartir esa visión. Que haya que firmar solemnemente y con tercería internacional que cumpliremos la Constitución no es un hecho de significación menor, al contrario, es de suyo admisión de la gravedad de nuestra encrucijada. 

La elección será respetada si es respetable. Eso supone condiciones mínimas cónsonas con lo que internacionalmente se acepta como democrático. Perfecta no será, nunca es. Mucho distamos incluso de la posibilidad de unos comicios con las imperfecciones de otras democracias. Pero tiene que ser aceptable. De eso, lógicamente, deben estar hablando en serio los actores nacionales responsables y por supuesto, los internacionales concernidos. Por hondas que sean sus diferencias, como sabemos, es lo que tienen el deber de hacer.

Venezuela está en juego en 2024. Perder el país es un riesgo mucho mayor que perder una elección, para quien aspira el poder y para quien no quiere dejarlo. Ahí se mide la responsabilidad de un liderazgo.        

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