Opinión

Preolímpico de la Vinotinto: deseo vs. realidad

La selección Sub-23 que dirige Ricardo Valiño no ha mostrado regularidad en el torneo. Es difícil comprender cuál es la idea del técnico. Los jugadores parecen confundidos, a pesar de su notable talento. ¿Demasiadas expectativas?

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Y de repente se hizo silencio. Todas las expectativas que se habrían creado por el Preolímpico, debido a que se jugaba en casa y con una selección en apariencia competitiva y con un técnico comprometido, se han reducido. Apenas si celebramos la pírrica victoria ante una Colombia de récord. Sí, de récord. El técnico neogranadino Héctor Cárdenas firmó la peor campaña de una selección de su país en este tipo de torneos: cero victorias y ningún gol marcado. Algo que ya había «logrado» con la Sub-17, en el Sudamericano de 2019.

De manera que contra uno de los peores equipos del torneo, Venezuela estuvo a punto de quedar eliminada en casa, lo cual hubiera sido catastrófico. Salvó al seleccionado de Ricardo Valiño que no hay VAR, porque en la última jugada del partido, el arquero Samuel Rodríguez cometió un penalti claro al golpear en la cara a un contrario, en el intento de despejar un balón. Celebrar este resultado, cuando las expectativas eran altas por la calidad de los jugadores convocados, es enamorarse del sombrero del ahogado.

«A Venezuela le cuesta cerrar los partidos«. Esa es la frase más repetida en esta eliminatoria en la que el equipo comenzó empatando con Bolivia a pesar de haberle sacado dos goles de ventaja y de haber jugado con un elemento más en buena parte del segundo tiempo. Ecuador también le igualó la ventaja. Para quien escribe, es una percepción errada porque, como ya se ha demostrado hasta la saciedad, el fútbol es indivisible. Es decir, no se puede generar en el competidor -el futbolista- que hay una forma de jugar al inicio, otra en el medio y la opuesta al final.

Los equipos no se dividen en defensa y ataque. Básicamente, como defiendo, ataco y viceversa. En consecuencia, si por largos tramos de todos sus partidos, los dirigidos por Valiño no muestran ni tenencia ni circulación, es lógico que en los últimos minutos, el desgaste físico -por correr tras la pelota- obligue al recule y se ceda la iniciativa con los riesgos que ello conlleva.

Pero además, históricamente las selecciones nacionales se han sentido más cómodas cerca de sus porteros que lejos de ellos. Hay excepciones, como la primera etapa de Richard Páez previa Copa América de 2007. Con Rafael Dudamel y con el propio César Farías, el juego directo y la acumulación de hombre en propia área, llevaron a los mejores resultados, sobre todo en las categorías menores. Es decir, hay un ADN, queramos o no, de resguardo y avance directo tras recuperación de balón.

Sin embargo, la presencia de jugadores como David Martínez, Telasco Segovia, Matías Lacava, Kevin Kelsy y la continuidad de Valiño, validaban cierto análisis con énfasis en la elaboración del juego. Lo que hemos visto es un equipo que quiere, en determinados momentos, ser más veloz de lo que puede, con la intención de apostar por extremos cuando lo mejor se ha visto es los movimientos hacia adentro, aprovechando el talento del mediocampo. El resultado es una sucesión de centros sin mayor relevancia y un cansancio notable.

Es cierto que en las categorías juveniles, nada es seguro y desde este espacio hemos insistido que salvo contadas excepciones, el jugador venezolano madura tarde y su valía se incrementa ya cerca de la treintena de años. Por lo tanto, los desempeños destacados pueden tener más de emocionalidad que de técnica y al contrario. El propio Kelsy es un ejemplo de ello: acumula mejores número con su equipo, Shajtar Donetsk, que con el combinado nacional. Incluso hay algunas lecturas que se pueden hacer ante la visible desazón de Martínez cuando es sustituido.

Siguiendo en el mismo punto del manejo de emociones, destaca la irregularidad de los arqueros. Ni Frankarlos Benítez (Caracas FC) ni Samuel Rodríguez (Burgos, ESP) han generado la seguridad suficiente que contagie a su defensa. Es probable que se trate de algo que vive la selección en su totalidad. Tal vez desde afuera hemos puesto demasiada expectativa, por nombres y localía, y olvidamos la realidad histórica y competitiva de Venezuela en Sudamérica. O puede haber algo desde el discurso, que no llega o cuesta ejecutar.

Queda un partido contra Brasil, que ya está clasificado. La Vinotinto llega a ese partido con opciones de seguir en el Preolímpico que organizó. Ese es el vaso medio lleno. Tal vez le va bien y consigue ese punto de inflexión que se espera. Sin embargo, por los partidos anteriores, cuesta visualizarlo. El vaso vacío: no se puede asegurar que hay un estilo reconocible. ¿A qué juega Venezuela? No se sabe. Y es lo preocupante.

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