El paso de las semanas que, a fin de cuentas, marca el tiempo transcurrido desde las elecciones presidenciales del 28 de julio, sigue desnudando la inexistencia de resultados detallados mesa por mesa de esos comicios, como se hizo en otras tantas votaciones nacionales en Venezuela para escoger al presidente.
Tampoco ha mostrado el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), como hizo en el pasado, las actas que recabaron sus testigos. Esto les permitiría contradecir los resultados que logró totalizar la oposición democrática de forma parcial, dado que faltan aún un 15% de actas, pero que a la luz de todo lo ocurrido son lo único cierto o verificable.
Este 85% de actas, que están abiertas a la sociedad nacional e internacional, muestran una diferencia irreversible 70-30 a favor el “candidato con el mayor número de votos”, como ha definido muy bien la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) a Edmundo González Urrutia, para denunciar la persecución en su contra; quedó por encima del gobernante Nicolás Maduro, cuya relección sin esos resultados detallados y verificables la decretó primero el Consejo Nacional Electoral (CNE) y luego el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Más que demostrar que ganó, salvo por el respaldo esperado de un CNE y un TSJ plegados al poder ejecutivo, el gobierno de Nicolás Maduro ha desarrollado una estrategia que podría apuntar en tres direcciones, cada una la hemos identificado con la letra D. Esas letras D parecen definir al chavismo en este tiempo post 28J y previo al 10E.
Detenciones
Organizaciones especializadas como el Foro Penal han señalado que en lo que va de siglo XXI, en esta coyuntura post electoral se ha documentado el mayor número de presos políticos en la historia venezolana. Básicamente esta ONG hace referencia al arco de tiempo que ellos han venido documentado la práctica de detener a personas en Venezuela por motivos políticos. En una revisión somera de la historia democrática 1958-1998, no hubo un número tan elevado de presos políticos, con lo cual en la actual coyuntura asistimos al volumen más alto de detenciones políticas desde los años de la dictadura de Pérez Jiménez.
La rápida y masiva detención de personas que salieron espontáneamente a manifestar, para rechazar los anuncios del CNE el 29 y 30 de julio, fue una respuesta de fuerza que tuvo por objetivo dar un mensaje ejemplarizante al resto de la sociedad, además de desarticular cualquier iniciativa que naciera, aguas abajo, al calor de estas protestas y que pudiera propagarse en el tiempo o geográficamente. Las detenciones ya no son masivas, pasaron a ser selectivas. Y aunque fueron liberados decenas de jóvenes, según el Foro Penal sigue en prisión cerca de 60 adolescentes. Esto último, también, es una lamentable innovación en el país.
Desarticulación
En las semanas previas al 28J y en las posteriores, hemos asistido a una paulatina y sistemática desarticulación del liderazgo político que trabajó a favor del cambio a través del voto. Están por un lado las persecuciones y detenciones de líderes visibles de la oposición democrática, junto a acciones represivas contra profesionales que también participaron de los comandos de campaña, tanto nacionales como regionales.
El objetivo en este caso, más allá de naturalmente inocular el miedo, es también desmembrar equipos de trabajo, acallar líderes, obligar a que otros salgan al exilio (caso González Urrutia) o que permanezcan dentro del país, pero con muy estrictas medidas de seguridad que también anula, en parte, su accionar político. Junto a todo esto, María Corina Machado es la principal víctima de la desinformación que pone a circular el oficialismo, esto en aras de confundir a la sociedad.
Desesperanza
La estrategia oficial, además de sembrar el miedo, busca que la población venezolana que de forma pacífica y mayoritaria acudió a las urnas el 28J, y que sabe lo que ocurrió en cada mesa de votación, caiga en la desesperanza. La sociedad venezolana ha pasado por períodos duros de desesperanza y desconexión con el liderazgo democrático. Las olas represivas de 2014 y 2017, tuvieron esa consecuencia.
A diferencia de aquellos momentos, igualmente duros, en este caso ocurrió una gesta, silenciosa y ciudadana, pero gesta al fin que envolvió a millones de personas. Borrar eso del imaginario colectivo no será fácil ni ocurrirá rápido.
Puede ser oportuno, en esta hora, volver sobre lo que escribía el activista prodemocracia y escritor checo Václav Havel, quien después de largos años, incluso de reclusión política, pudo ver la primavera democrática en su país, llegando a ser su primer presidente en democracia. Decía Havel, desde la prisión: “La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independiente de cómo resulte”.