Salud

“Él nos decía que lo único que lo mantenía vivo éramos nosotros”

Yennilith Giménez Rodríguez muestra parte de la historia médica de su hermano Franklin Rodríguez, para denunciar una muerte que pudo haberse evitado. Si en Venezuela hubiera factor de coagulación VII, este joven de 33 años de edad estaría vivo.

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Texto: Dalila Itriago | Fotografías: Cortesía

Desde que nació y hasta seis meses antes de morir, Franklin Rodríguez tuvo una vida medianamente normal. Nació en el estado Lara, trabajaba como vigilante privado y era el padre de un niño de 7 años. Pero padecer hemofilia marcó su vida y su muerte.
Como se sabe, este grupo de personas amerita medicamentos para coagular la sangre y detenerla en caso de que lleguen a golpearse. Pues, por lo general, cualquier trauma o roce fuerte que reciban puede ocasionarles hematomas que les complica su vida cotidiana.
A los cuatro años de edad a Franklin le diagnosticaron Hemofilia tipo A con inhibidores de alta respuesta. Esto significa que necesitaba recibir periódicamente Feiba, un complejo anti inhibidor que posee el factor VII. Pero de acuerdo a su hermana esta medicina escasea en Venezuela desde el año 2016, cuando el gobierno nacional dejó de adquirirla.
Justo en octubre de ese año la vida de Franklin cambió para siempre. En una de esas tardes se metió debajo de su carro para revisarlo y al salir se tropezó sin querer la rodilla derecha. Esto le ocasionaría la muerte.
Yennilith Giménez Rodríguez, su hermana, cuenta que la enfermedad de Franklin se hizo resistente al factor de coagulación que estaba recibiendo por parte del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, que era el factor VIII; por ello requería con urgencia que le colocaran Feiba o factor VII, pero en el Hospital Pastor Oropeza, en Lara, le informaron que no lo tenían.
De allí que le recomendaran regresar a su casa, ponerse hielo y tomar anti inflamatorio y analgésico.
“Él regresaba a casa cabizbajo, rogando a Dios para que no le pasara nada, cuidándose lo más posible. Pero después de ese golpe, la rodilla le amaneció hinchadísima y el dolor se le hacía insoportable. Desde el 22 de octubre y hasta el 28 de noviembre de 2016 lo llevamos al Seguro Social como en cuatro oportunidades y nada. Le decían que no había tratamiento, que se fuera para su casa”, relata la hermana.

Hasta que la pierna pareció reventar. Allí sí lo recibieron, solo que ya tenía un mes adolorido y debajo de esa supuesta costrica de la rodilla, había un hueco hondo que, según Yennilith, comenzaron a drenarle sin ningún tipo de calmantes ni de factor que ayudara a contener la sangre.
Además del tratamiento, para Yennilith también fallaron los médicos. Ella asegura que los jefes del servicio de Hematología no estuvieron presentes para cuidar a su hermano: “Los muchachos, los estudiantes, eran quienes estaban allí, al pie del cañón, con Franklin. Pero lo jefes, quienes lo vieron desde la primera vez que mi mamá lo llevó a consulta, lo abandonaron, ellos no estaban ahí”.
Una historia triste y desgraciada puede contarse con minucioso detalle y hacerse interminablemente dolorosa, o puede sintetizarse en datos y fechas precisas para no extender la pena, tal y como la sufrió la propia víctima.
Desde que ingresó al hospital, el 29 de noviembre de 2016, él fue atendido con protector gástrico, suero y calmantes, porque no había nada más para aplicarle. El 2 de diciembre le informaron a la familia que este tratamiento no le había desinflamado la pierna, por lo que tenía que ingresar al quirófano para hacerle un drenaje. Ese día casi muere.
Franklin Rodriguez
“Mi hermano se desangró porque no tenían factor de coagulación. La hemoglobina le llegó a 2 y no hubo cómo pararle la hemorragia; por eso intentaban resolver con trasfusiones, pero la sangre que le metían por aquí, se salía por allá. Eso fueron tobos y tobos, paños, toallas, toallines, la cobija. Todo full de sangre. Era un río de sangre”, recuerda Yennilith. Molesta aún, indignada y triste, porque cree que sencillamente la engañaron. Recalca que nunca le explicaron los riesgos de ir a quirófano sin contar con el factor, sino que por el contrario le aseguraban que sería una intervención rápida y sencilla: “Nos decían que eso era rapidito. Apenas abrir un huequito, para meterle un drenajito y ya”.
Franklin requería 5.000 unidades del factor VII cada 8 horas. Es decir, cerca de 15.000 unidades diarias. Cada frasquito que le donaban tenía apenas 500 unidades, cuando él necesitaba al menos 30 de estos al día. Durante esos cinco meses que estuvo hospitalizado, antes de fallecer, apenas consiguió cinco donaciones.
“Por Carora me dieron la primera vez 20 frascos y en la segunda me dieron 10, y por Caracas, primero me dieron 70, el día 08 de diciembre, y a él lo operaron el día 5. Cuando este donativo llegó al Pastor Oropeza, no me lo querían recibir, porque decían que esto no estaba solicitado por la farmacia del Seguro, que es el único que puede hacer las solicitudes de los medicamentos. Me lo recibieron porque Franklin se estaba desangrando, y no pasó por farmacia, no le dieron ingreso por ningún lado. Lo dejaron allí tirado y uno tenía que estar mosca para chequear que en verdad se lo pusieran”, relata.
El 5 de diciembre entró a quirófano para hacerle el drenaje. Después de controlarle el sangramiento con los 10 factores que la familia consiguió, la pierna comenzó a necrosarse. Yennilith dice que “empezó a ponérsele fea”. Entonces le pidieron a la familia que consiguiera Vancomicina, que es un antibiótico fuerte pero según ella, no sirvió de nada.
El dolor de Yennilith es tan hondo como el que le causada la herida en la pierna a su hermano. Cree que la negligencia también alcanzó a los empleados de la farmacia del hospital, pues cada vez que ella les pedía la medicina y les reclamaba que hicieran el pedido a la sede central, en Caracas, ellos le respondían: “¿Para qué vamos a hacer eso si no lo hay?”. Sin comprender que al no hacer la solicitud jamás se procesaría un requerimiento. Añade, además, que los médicos responsables de la salud de su hermano tampoco divulgaron su historia al Banco de Sangre de Caracas, para pedir apoyo, preguntar o consultar una segunda opinión.
Así llegamos al 28 de diciembre de 2016, cuando deciden amputarle un trozo de pierna al joven, en vista de que se le había podrido: “Duraban hasta seis días sin hacerle las curas. Según ellos para no remover mucho porque no había tratamiento, no fueran a perder las poquitas conchitas que tenían y se fuera a desangrar. Seis días con ese vendaje podrido y ensangrentado allí”.
Fueron tres las amputaciones que le hicieron a Franklin. El 28 de diciembre de 2016, para eliminar el pedazo comido por la bacteria Estafilococo Aureus, que le devoró el hueso de su extremidad.
Veinte días después, cuando le quitaron los vendajes, vieron que la pierna estaba negra. Le mandaron a hacer otro cultivo y apareció una segunda bacteria: la Escherichia Coli. Los médicos decidieron amputar más arriba. Una intervención que se realizó el 19 de enero de 2017: “Otra vez el sufrimiento, la corredera, Franklin otra vez entra a quirófano, nosotros a comprar las cajas de Zaldiar, que era lo que le mandaban para calmar el dolor, y gracias a Dios que recibimos colaboración de mucha gente: primos, familiares y amigos”, agrega Yennilith.
El 23 de febrero, le realizarían la tercera amputación. Su hermana explica que el área presentaba “secreciones hemáticas fétidas con signos de deshiscencia del muñón y exposición ósea”. Esto significa que el muñón se le caía a pedazos.
Ella lo relata dolida y un tanto molesta por la actitud con la que los médicos se aproximaban a Franklin: “¡Chamo, otra vez para quirófano! Hay que desarticularte el hueso. La bacteria siguió y te agarró el hueso. Pero no te preocupes, ahí te agarramos un poquito de carne de aquí de la nalga, te la pegamos para acá arriba, te cosemos y fino”.
La desarticulación del hueso de la cadera no se logró. Cuando lo ingresaron al quirófano se dieron cuenta de que el hueso estaba soldado, probablemente por algún golpe que se diera Franklin. Entonces lo cortaron con un serrucho lo más arriba que pudieron.
De allí lo pasaron a la Unidad de Cuidados Intensivos con la hemoglobina en 1. Sobrevivió gracias a los donantes, que según Yennilith pasaban de 200: “Después de esa tercera operación la bacteria siguió, nunca lo dejó, y Franklin nunca se recuperó. Eran lagunas de sangre y mal olor todos los días. Después, ¿qué hicieron? Lo aislaron. Él nos decía que lo único que lo mantenía vivo éramos nosotros”.
Yennilith cree que ya para este momento, dejaron morir a su hermano porque ni siquiera le hacían las curas. Dice que en uno de esos últimos días de su vida, tenía el pedacito de pierna envuelto en plástico, para evitar que saliera el hedor de la carne descompuesta.
Tenía 33 años. Murió a las 10:45 de la mañana del día 06 de abril de 2017. Lleno de dolor y de morfina. Pero ganó el dolor.]]>

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