Testimonios

“Quiero ser la segunda de la familia en superar el cáncer”

El dolor siempre la acompaña. Es un huésped que forma parte de su cuerpo. A Carmen María Guevara le diagnosticaron cáncer de mama en enero de 2020 y, un año y medio después, todavía espera por la operación. Esta es su historia contada con un ensayo fotográfico de Daniel Hernández

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Daniel Hernández
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Un día de diciembre de 2019, mientras se bañaba para ir al trabajo, Carmen María notó una inflamación extraña en su seno derecho. Preocupada, decidió ir al médico. La doctora le mandó a hacerse una mamografía, pero cinco días después, el bilto en el seno creció más. Los médicos probaron recetándole unos antiinflamatorios –que no surtieron efecto– y le recomendaron hacerse una biopsia. Querían despejar dudas. Pero Carmen María prefirió esperar a que pasaran las fiestas decembrinas. En enero, con la ayuda de una familia a la que le trabaja desde hace años, pudo pagar el exámen. Así se enteró de que tenía cáncer.

La fecha la recuerda con exactitud: fue el 3 de enero de 2020. Al tener los resultados en la mano, lloró. Ella conocía la enfermedad. Dos de sus tías, su abuela y su propio hijo mayor padecieron cáncer en el pasado. De todos, su hijo fue el único que logró superarlo, gracias a un trasplante de médula ósea en el año 2010, cuando los asuntos de salud en Venezuela se trataban y costaban distintos.

El cáncer de Carmen María es de grado cuatro, uno de los tumores de mama más agresivos que existen. Desde hace un año y medio espera que la puedan operar, después de largas sesiones de quimioterapia y horribles dolores.

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Mi nombre es Carmen María Guevara y tengo 49 años. Cuando niña viví en San Agustín del Sur, pero desde 2010 vivo en San Agustín del Norte. El 3 de enero de 2020 empezó mi calvario. Ese día me dijeron que tenía cáncer. Una enfermedad que conozco bien porque la padecieron miembros de mi familia, mis tías, mi abuela y mi hijo mayor, el único recuperado.

Trabajo cuidando a personas mayores, en una casa de familia como dicen. Gracias a ellos, que son muy generosos, pude pagar parte de mis exámenes, ya que soy madre soltera. Vivo con mis tres hijos en un apartamento que me cedió el gobierno en 2010. Mi hijo mayor necesitaba un lugar tranquilo y limpio donde recuperarse. No podíamos llevarlo a mi antigua casa en el barrio, porque había que subir escaleras. Entonces, una vez me llamaron del consejo comunal para que le planteara mi caso a una viceministra que estaba de visita. Lo hice y a los tres días me dijeron que buscara las llaves.

El cáncer que tenía mi hijo fue leucemia linfoblástica aguda. Fue una experiencia fuerte para todos en la casa, llorábamos siempre. Eso fue hace 11 años, yo estaba más joven. Recuerdo que la doctora habló con nosotros y nos refirieron a un psicólogo. Los médicos que nos atendieron eran excelentes. Era otra Venezuela, un país totalmente distinto. Todo fue como más rápido. Los exámenes eran mejores y no había tanto corre-corre, porque ahorita hacerse una tomografía en un hospital es muy difícil, no hay nada en ningún lado.

Él, por ejemplo, estuvo un año en quimioterapia y después entró a remisión. Hugo Chávez nos ayudó con el trasplante, pero también las Empresas Polar nos apoyaron mucho. Se lo pudimos hacer en el Hospital de Clínicas Caracas. Las células madres de mi hija son cien por ciento compatibles con las de su hermano, porque son hijos del mismo papá. Por eso fue ella la donante. Eso le trajo consecuencias: su niña, que es mi nieta, nació con un mielomeningocele, un defecto del tubo neural que impidió que los huesos de la columna se le formaran completos. Mi hija debía tomar ácido fólico y vitaminas después del trasplante, pero lo hizo embarazada y su cuerpo las absorbió primero que la bebé, a quien operaron y ahora no puede caminar.

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(Fotos: Daniel Hernández)

A pesar de todo eso, las cosas en la casa marchaban muy bien, pero hoy, con mi cáncer, la situación es diferente. Uno lo que espera es la muerte, uno no piensa en otra cosa. Pero tampoco me tumbé en la cama. Empecé a tramitar mis exámenes, mis consultas con la doctora Yamilet Ríos, que trabaja en el Clínicas Caracas. Después, otro doctor, Jorge Vásquez, me ayudó mucho, me hizo un informe y me recomendó con una ahijada suya que atiende en el Hospital Oncológico Dr. Luis Razetti. Luego, vinieron más estudios, todos costosos porque en los hospitales no hay nada.

Duré casi un mes haciéndome todo eso. Cuando ya estaba lista para recibir la quimioterapia, llegó la pandemia y atrasó todo. Nadie salió más de la casa. Los médicos no trabajaron más con eso, estaban dedicados al coronavirus.

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Nosotros, preocupados por el virus, por la cuarentena, por lo que estaba pasando, nos encerramos aquí en mi casa como hasta finales de mayo y principios de junio, cuando nuevamente los doctores comenzaron a recibir pacientes. Pero las cosas se habían complicado, el cáncer había avanzado: pasó de grado dos a grado cuatro. Es un tumor de mama bastante agresivo.

Se trata de un carcinoma triple negativo Y lo tengo en metástasis. Debía ponerme quimioterapia, pero en el hospital no había. Me puse a llorar, estaba muy triste por lo que me ocurría. Lo único que me decían los médicos era que tocara puertas, que buscara apoyo de organizaciones, pero de verdad yo no tenía fuerzas para hacerlo. Necesitaba la quimioterapia ya. Por cosas de Dios, estoy en un grupo de Whatsapp de mujeres con cáncer. Sin esperanza, les expliqué mi problema y fue así como conocí a Yanina, que ahora es amiga mía. Ella me dijo que conocía a una doctora buena gente.

La doctora se llama Olga Ojeda y trabaja en el Hospital Dr. Domingo Luciani, en El Llanito, y en el Oncológico Padre Machado, en El Cementerio. Cuando ella me vio, dijo: “Carmen, tenemos que ponerte quimio ya”. Me mandó a hacer un estudio en el corazón para ver si podía aguantar y, como no hubo problemas, por fin pude ponérmela. Todo gracias a ella y a Yanina, porque si hubiera sido por el hospital quién sabe cómo estaría, tal vez muerta ya.

Llevo un año recibiendo la quimio. Todo estaba dado para que me operaran en febrero de 2021, porque el cáncer se había reducido. Pero entre los trámites y los exámenes que me seguían haciendo, el tiempo pasó y avanzó hacia el seno izquierdo. Se activó de nuevo y el doctor me dijo que no me podían operar, que había que continuar poniéndome quimioterapia.

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¿Qué cómo son los dolores? Horribles. Se sienten como pullazos, como hincadas. Son iguales a unos corrientazos fuertes, cerca del pecho, que me ahogan.

El dolor siempre está conmigo, a veces leve, a veces fuerte, pero siempre me acompaña. Uno aprende a vivir con él. Lo he hecho parte de mi vida. A veces se va, cuando salgo de la quimio, por ejemplo, y puedo dormir tranquila, pero sé que volverá en algún momento. A veces llega rápido, pero otras veces tarda demasiado. A veces me sorprende cuando llega, pero sé que desde ese instante se quedará conmigo. Es un huésped que forma parte de mí. Su intensidad también varía, puedo hablar, como ahorita, pero en otras ocasiones es tan fuerte que no me deja respirar y tengo que dormir.

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A raíz del cáncer, dejé de trabajar. Mi familia es la que me ayuda. Yo tengo cinco hermanas y un hermano. Mi hijo mayor se fue a Chile para ayudarme desde allá, porque con un trabajo aquí era imposible poder costearme las pastillas y los medicamentos. Ahora, el siguiente paso es recibir los ciclos de quimioterapia que me faltan para poder operarme: me tienen que quitar los dos senos y luego vendrían las radiaciones, que también son costosas.

Trato de cuidarme siempre. Mis hijos también están pendientes. A veces, al salir de la quimio caigo en cama y no me quiero parar. Los valores me bajan rapidísimo y entonces vienen y me dan sopa de patas de pollo, que me encanta. También tomo mucho jugo de fresa, de durazno o de guanábana. Alimentos que me suban los valores, porque no puedo tomar ni leche ni comer queso. Tampoco pescado. Después de los 10 días de haberla recibido, puedo comer lo que yo quiera. Es cuando empiezo a recuperarme, pero antes, todo es un cuidado especial, para proteger al estómago y no vomitar.

Gracias a Dios no me ha faltado la quimio, porque en El Llanito siempre hay. Tiendo a entrar a las 8 de la mañana y salgo como a las 3 de la tarde. La quimio me la ponen a las 11. Hacemos una colita, entramos y nos sientan a todos en unas poltronas y ahí pasamos a que nos pongan la vía, después nos pasan el tratamiento para no vomitar, o para que no nos de alergia o para no sentir dolor. De ahí esperamos a que nos la pongan y listo.

Ese día uno va con miedo, con susto. A mí me gusta ir porque mientras me la van poniendo, el dolor va cediendo, pero a veces amanezco sin ganas porque no quiero ponérmela más. Hay momentos en los que salgo bien, tranquila, pero hay otros en los que me da malestar. Sin embargo, aunque a uno no le guste o sienta ese desgaste, esa es la única esperanza de salvación que tenemos.

Quiero ser la segunda de la familia en superar el cáncer.

Para ayudar a Carmen María a combatir el cáncer, aquí está su gofundme

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