Venezuela

Trump, el establishment y nosotros

El presidente de EE UU, quien está en campaña electoral, no se embarcaría en una acción en Venezuela a menos que tuviese asegurado el éxito. Y eso no se ve con claridad

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Trump. Foto: AFP
AFP

Venezuela no es parte neurálgica de la política exterior de Estados Unidos, como algunos pregonan. Me temo que el renovado interés de Donald Trump en la crisis venezolana tenga un origen más electoral que auténticamente geopolítico.

Cualquier cosa que haga o deje de hacer Trump en este 2020 -y hasta el día de las elecciones presidenciales, martes 3 de noviembre-, tendrá por finalidad principal lograr su permanencia en el poder. Es un político populista, y aunque no lo fuese, en un año electoral cualquier líder coloca en su lista de prioridades ganar las elecciones.

No podemos perder de vista este asunto. Y bajo esa premisa, lo que diga o haga Trump en relación con Venezuela será, principalmente, un acto electoral.

El régimen de Nicolás Maduro tiene el respaldo de Rusia. A Trump se lo cuestiona por lo que se ve como debilidad frente a  Vladimir Putin. Eso puede explicar que las sanciones a empresas trasnacionales, para evitar la exportación de petróleo venezolano, hayan tenido como primera víctima a la rusa Rosneft. Trump envía un mensaje: puedo ser duro con Moscú.

Es difícil imaginar que Estados Unidos se involucre directamente (enviando soldados, por ejemplo) en una crisis como la venezolana en medio de un año electoral. Tendría que ser que dicha crisis constituya una amenaza seria para la seguridad del país del norte, cosa que no ha ocurrido aún.

Más allá de las denuncias de cómo el régimen de Maduro está penetrado por el narcotráfico o es un aliado de grupos terroristas como Hezbollah, tales situaciones no se interpretan –aún- como amenazas directas a la seguridad de Estados Unidos.

El Trump que está y que estará en campaña la mayor parte de este 2020 no se va a embarcar en una acción en Venezuela, a menos que tuviese asegurado el éxito y lo pueda mostrar como un logro de su política exterior. Y eso no se ve con claridad. En dicha política exterior, por lo demás, no aparece Venezuela como una prioridad clara de Washington, al menos en estos días.

En la otra acera, la del Partido Demócrata, tras los resultados de este “supermartes”, con votaciones en más de una docena de estados este 3 de marzo, queda claro que la lucha por la candidatura se la estarán disputando el ex vicepresidente Joe Biden y el senador Bernie Sanders. Ambos, cada uno a su modo, representan el establishment del poder político de Washington.

El establishment

Mientras Trump sigue siendo el outsider que se hizo con el poder, Biden y Sanders encarnan a las figuras con largas carreras políticas. Biden deberá cargar, para bien o para mal, con la imagen de haber sido el vicepresidente de Barack Obama.

Sanders, en tanto, si bien se presenta como “socialista” y «antisistema», en realidad es una figura del establishment, y cabe acotar que por tal entendemos el conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad o en un campo determinado, que procuran mantener y controlar el orden establecido.

Sanders acumula 16 años como representante ante el Congreso y otros 13 como senador. Es decir, durante 29 años la vida pública de Sanders ha girado en torno a Washington. No, no es un outsider del poder político, sino parte de este.

Es difícil imaginar que Sanders o Biden, durante la campaña y en el caso hipotético de que alguno de ellos llegue a la presidencia, vaya a tener un discurso contundente en relación con la crisis venezolana. La historia reciente de gobiernos demócratas nos permite intuir que tampoco para ellos Venezuela pasará a ser una prioridad de su política exterior.

Y aunque es posible que cuando la campaña se dé en estados como Florida, escuchemos discutir más sobre Venezuela. No debemos obviar que se trata de políticos en medio de una campaña electoral.

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