Venezuela

Trump versus Maduro: ahora sí todas las opciones están sobre la mesa

Es temprano para saber si el plan fructificará, pero debe verse alineado con los anuncios de la semana pasada, cuando Estados Unidos ofreció una recompensa por la captura del gobernante chavista y sus más estrechos colaboradores

Maduro pide apoyo por "persecución" de EEUU. AFP
AFP
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El plan para la transición en Venezuela, hecho público por el secretario de Estado, Mike Pompeo, este 31 de marzo, oficializa el viraje de la política de Washington en relación al régimen de Nicolás Maduro. Estados Unidos apuesta, definitivamente, a una salida política. E incluso hará gala de su fuerza militar en aras de alcanzar ese objetivo.

Es temprano para saber si el plan fructificará, pero debe verse alineado con los anuncios de la semana pasada, cuando Estados Unidos ofreció una recompensa por el gobernante chavista y sus más estrechos colaboradores, a los que acusó de narcotraficantes, entre otros delitos.

En seguida, Estados Unidos le puso precio a la cabeza de Maduro y de sus colaboradores cercanos, presentó este plan para un gobierno de transición y hará un despliegue naval en el Caribe que parece tener un destinatario.
Washington, con estas acciones, busca el desplazamiento de Maduro del poder por fuerzas internas del propio chavismo.

Maduro ha rechazado el plan presentado por Pompeo, es obvio. Está atrincherado en el poder, devenido ya en un dictador, y cualquier escenario que implique su salida de la presidencia no termina siendo aceptable. Estados Unidos juega con la variable militar, para que los uniformados fuercen la renuncia de Maduro y se abra paso, finalmente, a una transición.

Este abril será clave para calibrar el impacto de esta estrategia, más allá de que sea temprano para verla fructificada o desechada del todo. Ahora sí ha puesto Estados Unidos todas las opciones sobre la mesa.
Me detengo en tres elementos que me parecen significativos.

En primer término, es muy importante la propia existencia de un plan detallado, con respuestas no sólo políticas, sino con apuntes sobre iniciativas para la reconstrucción de Venezuela en el marco de una gran coalición internacional liderada por EE UU, de la mano de entes como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Durante los últimos 15 meses, desde que emergió la figura de Juan Guaidó, y Estados Unidos decidió apostar al joven presidente de la Asamblea Nacional como el líder de la transición, la política de Washington fue no tener política, no existía un plan. Existían, sí, muchas arengas y muchas amenazas que no pasaron de palabras, pero ello no estaba conectado a un objetivo claro como el que existe ahora.

Se puede discrepar del plan. Especialmente se puede cuestionar que no haya sido motivo de consulta con actores relevantes de Venezuela. Sin embargo, quedó patente que los actores internos principales no tienen capacidad o voluntad para una salida a la crisis venezolana. Esto debido a la falta de compromiso de Maduro con cualquier negociación y a la falta de elementos de presión por parte de Guaidó.

Así las cosas, esto se conecta con el segundo aspecto significativo de este plan. Las sanciones estadounidenses dejaron de ser un fin en sí mismas y pasan a ser un factor disuasivo que pueda obligar al chavismo a tomar decisiones en torno a Maduro.

Washington anunció su disposición a levantar todas las sanciones y acordar con otros actores medidas similares (se mencionó específicamente a la Unión Europea) si se logra conformar un nuevo gobierno que, a mi modo de ver, se concibe como tripartito: chavistas no involucrados en narcotráfico o violaciones graves a derechos humanos, opositores liderados por Guaidó y militares.

Este gobierno interino, en un lapso de entre 6 y12 meses, deberá efectuar unas elecciones generales (presidenciales y legislativas). También se respetará el mandato actual de gobernadores y alcaldes, en su gran mayoría chavistas.

Este núcleo neurálgico del plan anunciado por Pompeo (el gobierno de transición con el chavismo), deja en claro que actores de oposición como María Corina Machado, cuya opinión tiene mucho peso en las redes sociales del país, no formarán parte en un primer momento de esa transición. Machado ha insistido hasta el cansancio en que sólo pueden ocurrir elecciones cuando el chavismo deje el poder del todo, un asunto que no está en el dibujo del plan de Washington.

Una tercera y última arista significativa: este plan, según indican conocedores del proceso, sencillamente recoge lo negociado entre chavismo y oposición, con mediación de Noruega y respaldo de Europa Occidental, el año pasado.

De esta manera, el plan de Washington no es un meteorito que recién cae sobre Venezuela. Sencillamente pone en el papel lo que ya era objeto de conversaciones y negociaciones políticas el año pasado.

La gran diferencia es que el año pasado Washington no estaba en sintonía con un acuerdo de este tipo. La política hacia Venezuela estaba atrapada en el discurso altisonante de John Bolton. En cambio, en este 2020, el plan presentado por Pompeo es en buena medida obra de Elliot Abrams, enviado especial de Washington para la crisis venezolana.

La reacción que tengan en pleno la Unión Europea -si respalda el plan.,  los países latinoamericanos nucleados en el Grupo de Lima, y Canadá, servirá para medir la voluntad de la comunidad internacional, cohesionada en torno a un objetivo: lograr una transición en Venezuela. Es tiempo de definiciones.

Sobre el plan de Washington, finalmente, merodea el rol que pueda tener Cuba. Parece poco creíble que La Habana acepte de buen modo un nuevo esquema de poder en Venezuela, que aun en momentos de crisis es sostén energético de la isla y una suerte de “protectorado” cubano. Desplazar a Maduro del poder significará también para militares y chavistas cortar lazos con Cuba. Eso también está por verse.

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