turismo

El placer del camping y el senderismo en pleno desierto iraquí

En el desierto de Irak, el camping y el senderismo atraen cada vez a más aficionados. Acuden al desierto, gracias a las redes sociales y a la aparente estabilidad que está recobrando el país

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AFP

En medio de las dunas de arena, varias personas se calientan alrededor de una fogata junto a unas carpas. En el desierto de Irak, el camping y el senderismo atraen cada vez a más aficionados, huyendo de la contaminación y el ruido de las ciudades.

«Publicamos nuestras fotos y la gente no se cree que haya lugares así en Irak«, cuenta Ghadanfar Abdalá, de 35 años. «Mis amigos preguntan ‘¿Es Dubái?'», dice.

En un fin de semana en el sur de Irak, este trabajador del sector petrolero rompe con su rutina, cambiando el ajetreo de la metrópolis de Basora por la tranquilidad del desierto de Samawa. Para conseguirlo, ha tenido que hacer más de 200 km por carretera. En el desierto no hay ni cobertura.

Durante mucho tiempo, esto era algo que solo hacían unos cuantos temerarios. Pero hoy, cada vez son más los que acuden al desierto, gracias a las redes sociales y a la aparente estabilidad que está recobrando el país tras décadas de guerra.

Envuelta en una nube de arena, la caravana de vehículos todoterreno avanza entre las dunas que se extienden hasta donde alcanza la vista, calentadas por el sol invernal, bajo la mirada impasible de los dromedarios.

Cuando llegan al lugar de acampada, una veintena de hombres (solo hay varones) montan sus tiendas, de varios tamaños. Hay quien destripa pescado para asarlo a la brasa, al estilo «masguf», muy típico de los pícnics iraquíes.

Ya con la panza llena, los campistas encadenan partidas de dominó y de backgammon, mientras beben té y fuman tabaco de pipa.

Esta vista aérea muestra tiendas de campaña montadas por campistas iraquíes, rodeadas de círculos dejados en la arena por neumáticos de coche en el desierto de Samawa, al sur de Bagdad

«Serenidad»

Aún así, Ghadanfar reconoce que algunos siguen sintiendo miedo por el hecho de «ir al desierto, a un lugar sin agua ni cobertura telefónica». «Si te pasa algo, ¿cómo avisas?», comenta.

«Es una aventura pero la gente está empezando a darse cuenta de que es seguro», dice.

Este tipo de expediciones solo se realiza en invierno. En verano, el mercurio supera fácilmente los 50 ºC a la sombra. El coste de un fin de semana oscila entre los 75 y los 100 dólares por persona, e incluye comidas, transporte, tienda de campaña y saco de dormir.

Husein al Jazairi, de 34 años, dejó su empleo en el campo de los hidrocarburos y ahora es «influencer».

«La ciudad es polvo, ruido, problemas cotidianos. Cuando uno viene aquí, hay tranquilidad, el aire es puro, hay serenidad», dice.

Para él, que no se separa nunca de su celular, el desierto es sinónimo de desintoxicación digital.

«Las redes sociales son mi trabajo, recibo notificaciones sin cesar. Al final del día he pasado muchísimo tiempo mirando el celular», admite. «Aquí, no hay cobertura, hace dos días [que llegué] y la batería sigue en 70%«.

«Un lugar único»

Durante mucho tiempo, el desierto de Irak fue terreno de cazadores, algunos procedentes de los países vecinos del Golfo.

Pero esa actividad también se vio mermada por décadas de conflicto, la inestabilidad que siguió a la invasión estadounidense de 2003 contra Sadam Husein y, en los últimos años, la guerra contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI).

Con la derrota de los yihadistas, en 2017, el país ha recuperado una cierta normalidad, pero algunas zonas remotas siguen siendo peligrosas: hay áreas llenas de minas y en otras, en las fronteras con Arabia Saudita, Irán y Siria, abundan los narcotraficantes y los grupos islamistas armados.

«No organizamos ninguna actividad sin haber identificado el lugar para dormir», confirma Murad al Bahadli, de 38 años.

Sus excursiones están pensadas para grupos de entre diez y treinta personas, principalmente hombres, debido a que la iraquí es todavía una sociedad muy patriarcal.

En cualquier caso, Ravshan Mojtarov, un uzbeko instalado en Basora desde hace casi seis años, afirma sentirse «verdaderamente seguro» en el desierto.

«No siento ningún peligro. Todo el mundo es muy educado», apunta el hombre, que visita por primera vez el desierto iraquí, junto a unos amigos, para disfrutar de un «lugar único» donde «no hay nadie, ni un ruido».

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