Entrevista UB

Ale Otero: "Mal dormidas es nuestro proyecto de felicidad"

Alejandra Otero, comediante, madre y heredera de un periódico atacado, celebra el primer año de su podcast “Mal dormidas” con un show en vivo y durmiendo un poco mejor. Junto con su dupla Clara Ulrich se han propuesto hacer que cada una brille gracias al reflejo de la otra | Por Laura Helena Castillo

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En el jardín hay una carpa blanca que parece un invernadero. Es parte de la decoración de la fiesta de cumpleaños sorpresa de Alejandra Otero, que ya no será sorpresa. Adentro, en el comedor de la casa, Paulina, su hija mayor, hace la tarea de tercer grado y le pregunta a Ale qué es un microbio. Su mamá, Carmen Ramia, le dice que ya se va, que le pida un Ridery para que la lleve. Bernardo, el hijo pequeño, quiere ver Baby Shark en el teléfono de ella pero en este momento no es posible porque está pidiendo el Ridery para la abuela. Estas capas de realidad suceden en menos de 15 minutos pero se siente como si fueran más por el nuevo y desmoralizante mal clima de Caracas, que parece el hálito caliente de un gigante estreñido.

Jorge Parra, esposo de Ale Otero -Domingo Mondongo en su papel de comediante- guarda bolsas y bolsas en la nevera. Son las 2:30 de la tarde de un miércoles de mayo. Después de varias explicaciones de Ale por teléfono, el chofer del Ridery encuentra la casa, montaña arriba. Se va Ramia con una bolsa de Zara, los niños van a otro lugar de la casa, Ale propone ir a la terraza, saca dos sillas, se sienta y ecualiza el ritmo materno con el laboral. Al rato de comenzar esta entrevista huele a café y es Jorge que está colando y trae dos tazas al jardín para nosotras.

Alejandra Otero Ramia, 41 años de edad, la del medio de tres hermanas, hija de Miguel Henrique Otero, dueño del diario El Nacional, y Carmen Ramia, gestora cultural venezolana, es comediante de oficio -de las pocas mujeres que ejercen la comedia en Venezuela de manera formal- y está desarrollando su más reciente proyecto: el podcast “Mal dormidas” junto con la argentina Clara Ulrich, enamorada de Caracas y con quien Ale se vinculó a través de un evento online durante la pandemia, uno de esos agotadores espejismos de normalidad que trajeron insospechados vínculos

-Nos hicimos amigas en pandemia porque coincidimos en un evento benéfico online horrible. Ella me escribió, me dijo que también iba a presentar y quería saber de qué hablaría yo para no chocar con los temas. Yo pensé: ‘Que profesional, los comediantes no hacemos eso’.

El nombre del podcast es también el de un show de comedia que trajeron a Caracas y que rápidamente fue sold out. “Mal dormidas Comedy Show es la excusa para llevar lo que hacemos juntas a las tablas. Aunque está la esencia del podcast, que es más o menos ‘para hacer reír no hace falta dormir’, es un show de comedia con todo lo que eso implica. Un año después de nacer el podcast lo celebramos con el show”, explica Ale.

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Las «Mal dormidas», Ale Otero y Clara Ulrich

Dormir mal no es solo un atributo de la maternidad, pero es casi seguro que la maternidad garantiza un mal dormir. Ale, sin embargo, insiste en que el podcast y el show de “Mal dormidas” no son sobre maternidad, aunque terminen siéndolo. “Está presente el hecho de que Clara y yo somos mamás, pero creo que el tema principal es la adultez. Lo que pasa es que lo que más nos unió fue la maternidad porque estuvimos embarazadas al mismo tiempo en pandemia. Tenemos muchas mamás en la audiencia a pesar de que a cada rato repetimos ‘Esto no es un podcast de maternidad’. Pero siempre sale un tema de hijos porque son nuestra vida, siempre están ahí”.

-¿Qué tal estás durmiendo ahora?

-Ahorita duermo un poco mejor porque logré que los niños duerman en su cama, no toda la noche porque casi siempre uno se pasa a la mía. Esto pasó después de que dejé de amamantarlos, que fue casi dos años a cada uno; es decir, pasé como cinco años amamantando. Eso hacía que no durmiera jamás para ser totalmente funcional.

La maternidad suele ser un caos por decisión. Es una elección de desorden compensada por raciones de amor desaforado y descompensada por noches de largas angustias. Ale ha logrado sacar una ventaja de ese caos gracias a la revelación de la amistad como un lugar de calma: “Las amigas que he hecho a través de la maternidad son de las mejores que he tenido en la vida. Son las que me están organizando la fiesta ahorita. No me lo imaginé jamás. La maternidad es muy solitaria, uno se empieza a anular; yo daba pecho con todo y me veía a mí misma como una teta gigante, mis amigas me dejaron de invitar a sus planes, dejé de tener vida social. Lo que hacía de vez en cuando era salir a ver comediantes porque es mi trabajo”.

La razón de esta conexión entre mujeres es sencilla y, a la vez, demoledora: “Estamos todas igual de colapsadas y mal dormidas. Ellas no solo son amigas de hacer planes, sino que están ahí en momentos contingencia. Paulina se fracturó en el colegio el año pasado, hubo que operar, y estaban todas en la clínica todo el día conmigo. Solidarias hasta el final”.

De esa noción de cansancio compartido también se alimentó la idea de crear “Mal dormidas”, el podcast. “Clara y yo nos hicimos amigas de Whatsapp, mandándonos notas de voz de siete minutos. Decíamos ‘Esto es un podcast, vamos a hacerlo’. Ella estaba en un momento difícil porque su mamá estaba enferma y en el proceso de trabajar la idea su mamá murió. No sabíamos cómo iba a quedar por la distancia, ella en Miami y yo en Caracas, pero decidimos grabarlo y fue un palo. Grabamos el primero y lo que dijimos las dos fue: ‘Esto que acaba de pasar fue espectacular’”.

-¿Cómo se hace un podcast?

-Cómo se hace un podcast, no sé. Cómo se hace este podcast, te puedo decir que quisimos darle importancia a la imagen y al audio, que se vea y se escuche bello. Yo tenía rato queriendo hacer algo en Youtube, pero ya tengo cierta carrera, no estoy empezando, y no podía lanzarme algo piedra. Quería hacer algo de calidad. Si quieres que sea de calidad tienes que invertir y los frutos son a largo plazo. Por suerte logramos un patrocinante para el primer año. Mi productor es Carlos Jelambi porque desde que lo vi en el video de la ayahuasca supe que era mi persona. Clara tiene un estudio en Miami y yo grabo en La comedia local, que es la oficina de Emilio Lovera. Obviamente los episodios presenciales son los mejores, por eso tratamos de grabar lo más que podemos cuando nos vemos en persona las dos.

A nivel creativo pensamos temas, pero empezamos hablando de cómo hacer maletas y terminamos hablando de mis mejores amigas del colegio, y eso está bien. Es muy de impro eso de escuchar al otro y seguirle el juego. Somos un equipo: yo quiero brillar, pero quiero que tú brilles también. Decidimos que el podcast iba a ser nuestro proyecto de felicidad.

En un episodio del podcast te escuché decir que estás resolviéndole problemas a tu familia todo el día. ¿Crees que hay gente a la que le hacen falta diligencias para poner en perspectiva la vida?

-Uno está todo el día con la cabeza dividida en 10 partes. Yo creo que el mundo se divide entre los que tienen hijos y los que no. Por eso la red, la tribu, son tan importantes. No podría hacer nada de lo que hago si no tuviera a Jorge y a mis amigas. También a mi familia. Aunque tenemos maternidades muy distintas, mi hermana Ana Isabel, por ejemplo, le compró a Paulina toda la ropa que usó los primeros dos años de vida.

A mí me dio mucha paz darme cuenta de que no podía con todo, porque siempre he sido muy workaholic. Cuando eres mamá no puedes hacer eso, tienes que escoger muy bien. La comedia es un mundo muy masculino, no hay ni una mamá venezolana. En un momento me estuve comparando con mis amigos comediantes que giran por el mundo, tienen un podcast, etcétera, y me di cuenta de que estoy en paz con el hecho de hacer la mitad de lo que ellos hacen, pero lo celebro el triple. Yo necesito que mis hijos tengan una mamá presente.

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-¿Cómo es la relación entre comediantes venezolanos? Es un grupo que ha crecido mucho y de formas diversas.

-Es muy raro ver a un comediante venezolano lanzándole a otro. Si eso pasa es porque uno de los dos no es comediante. Creo que es un gremio chévere, no siento que sea un medio tóxico. Yo tengo muy buenos amigos comediantes. Los quiero muchísimo y me apoyan un montón. La Vero Gómez, Nanutria, Rey y yo nos hicimos muy amigos haciendo “Malas ideas” y “Es relativo”. Estoy en la generación intermedia junto con Led Varela, José Rafael Guzmán, Jean Mary, Alex Goncalves, La Nadia María, Daniel Pistola.

La generación que está antes que la nuestra tiene gente como Emilio Lovera y Laureano Márquez, que se han preocupado por las nuevas generaciones. En la Escuela de humor que teníamos Jorge y yo, Emilio estuvo siempre dando clases y recibiendo un pago simbólico. También José Rafael Briceño y Luis Chataing han ayudado a mucha gente.

Está pasando que la diáspora ha hecho que algunos comediantes vean las cosas distintas, que se apoyen entre ellos. Esto nos sensibilizó a todos. En las funciones que hago fuera del país me pongo a llorar porque la gente agradece tanto que les llevemos un poco de Venezuela a través del humor. Hay mucha añoranza.

De CH a Chacaíto

Alejandra recuerda una historia que contó en el podcast que bien podría ser el destilado de cómo ha cambiado la vida de su familia después de que la censura oficial se empecinara contra el diario El Nacional. Está su mamá, Carmen Ramia, buscando unos zapatos en Instagram. Como no sabe guardar la publicación, anota los detalles del local y la dirección en un papelito: deben ir al Centro Comercial Chacaíto, hace décadas el lugar donde Dior abrió su primera tienda fuera de París, hoy con comercios mucho más modestos.

-Llegamos y la tienda no estaba abierta. Fuimos a otra, se probó unos zapatos bellos y le encantaron. Después se los puso para una cena y me escribió para decirme que estaba encantada con sus zapatos. Qué bella que con tanto orgullo está usando sus zapatos de 20 dólares del Centro Comercial Chacaíto después de ser una mujer que se vestía de Carolina Herrera y Gucci.

-¿Tuviste una mamá presente?

-Yo siento que sí. Ella siempre trabajó y tuvo una vida social activa, mis hermanas y yo tuvimos nanas, pero nunca sentí que no estuvo presente. Seguro que ni de vaina estuvo lo que yo hoy en día con mis hijos, pero en lo importante estuvo; cuando tuve un problema, estuvo.

Son crianzas muy distintas. La generación de mi mamá ni de vaina amamantaba tanto tiempo, no aplicaba la crianza respetuosa como se conoce hoy, pero a mí nadie me pegó. Me respetó siempre que yo quisiera cambiar el periodismo por la comedia, por ejemplo.

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La herencia

Durante esta entrevista Ale Otero se conmoverá dos veces y ambas tendrán que ver con El Nacional.

Ella es la heredera de un medio, pero El Nacional es más que eso: es un estado de ánimo, una red que mantiene a salvo a un colectivo de periodistas huérfanos. Ese tejido ha sido tensado hasta la asfixia, pero se alimenta de la nostalgia de sus miembros: cualquiera que haya trabajado en ese periódico sabe que si se encuentra a un colega que pasó por la misma redacción, ya no está solo.

-¿Cómo fue vivir el proceso de declive de El Nacional?

-Hubo dos procesos: el familiar y el del país. Fue muy paulatino. Era algo que sabíamos que se venía, pero nunca lo creías realmente. Mi papá siempre ha sido perseverante, optimista; todavía lo es. Y mi mamá también. No sé si ese espíritu de ellos hace que uno se mantenga firme y haciendo cosas.

Fueron muchos golpes. Hubo uno que fue brutal: cuando mi papá no pudo volver al país. Estaba fuera y le dictaron prohibición de salida. Él nunca lo ha visto como algo definitivo y esa es como la vibra familiar.

Pasé cinco años sin verlo, me tomó dos años sacar el pasaporte a Paulina y después llegó la pandemia. Cinco años después le llevé a sus nietos. Me llamó la atención verlo hacer su vida en Madrid, sin lujos, estudiando cursos, tomando su transporte público, siempre rodeado de gente. Una vida más austera y sin complejo de nada.

En mi familia vivimos la época de la bonanza, la mansión. Ahora yo vivo alquilada y no me puedo comprar un carro. Aunque es heavy la situación y la perspectiva, al final uno no necesita mucho para estar bien.

Muchos de los reporteros que pasaron por El Nacional en distintas generaciones se mantienen muy unidos. Al menos una vez a la semana alguien me escribe por redes sociales sobre El Nacional. El periódico sigue presente en mucha gente y eso es muy bonito. Lo que pasó no le pasó solo a los Otero, sino a mucha gente. Sé que lo que yo puedo sentir no se compara con lo que vivieron los periodistas, pero yo paso por la que era la sede del periódico en Los Cortijos y no quiero ni voltear. -Laura Helena Castillo

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