A mediados de año el cantautor dominicano Vicente García -tres veces ganador del Grammy Latino- lanzó "Candela", un disco luminoso en el que el merengue se encuentra con otros sonidos caribeños, con la electrónica y hasta con la herencia africana. Ahí Ahí es uno de sus temas, nominado a los Grammy como grabación del año. "Candela" compite como "álbum contemporáneo/fusión tropical"
Vivir en Buenos Aires es moverse por una ciudad que nos conduce a observar con atención nuestros modos caribeños como consecuencia misma del contraste. Nos sumergimos en el ejercicio de entender(nos), de dibujar nuestros límites, de tantear nuestras aproximaciones y descoser las generalizaciones que nos asfixian: criaturas míticas del Caribe, dioses extraños, especies en extinción que según la mirada ajena, coquetean más con la euforia que con la alegría y no registran la angustia, ni la tristeza.
«Candela» es el tercer disco del cantautor dominicano Vicente García, donde repite con Eduardo Cabra como productor; y que nace como expresión directa de esta angustia caribe: hurga y se retuerce en la raíz de lo que nos pasa pero se enfoca, más bien, en cómo nos pasa: cómo amamos y celebramos la vida, cómo sufrimos cuando el corazón nos lo hacen añicos, cómo llevamos el guayabo y los mecanismos que nos creamos para sobrevivir. Deambula en el rito milenario de perrear la nostalgia como estilo de vida, como lo hizo Aureliano Segundo en Macondo: el antídoto creado a punta de acordeón y ron para aliviar el mal de amores.
Vibramos en ese mood: en los polos que nos dibujan, que bordean la furia de la tierra de donde venimos, que trazan una línea que explora la complejidad de nuestro carácter y que pone el acento en nuestra pasión, o en un vacío más complejo y profundo que se ha normalizado.
Cada canción, cada tema de «Candela», es una aproximación a nuestro eje. Una radiografía del alma. Una apuesta por hacer música para ser recordada y que no muera en likes o se quede ocupando puestos en reconocidas listas de música a nivel mundial.
La artesanía detrás de cada sonido y de cada palabra usada revela la búsqueda de Vicente por trascender y dibujar un paisaje nuevo a nuestro imaginario. Un ejercicio que suma colores al cosmos de nuestras pasiones, que le da cuerpo a nuestros amores imposibles y ayuda a entender por qué todo nos duele de este modo, por qué nos curamos a punta de baile y canto.
El disco es una herida inmensa compuesta de 15 tracks que invitan a quien lo escucha a no quedarse en la superficie, sino a experimentar la incomodidad incial y adentrarse verdaderamente en lo que escucha: a seguir la línea de los metales (Maguá), la vibración de las guitarras funkeras que intensifican la sustancia del merengue (La tambora, Loma de Cayenas), o a flotar en la grandilocuencia de los coros zulú (Detrás del horizonte) y de la magia de su propia voz (Contracanto).
Vicente se aventuró a contar historias de amor de otras épocas, enmarcadas en un Santo Domingo de antaño (Palm Beach). Abrió la ventana para perdernos en los colores de las playas de Samaná y a jugar con los guiños de expresiones muy locales de una República Domincana que se hace cada vez más cercana (Merengue de Enramada, Murió con flores). A capturar en una burbuja el sonido de las iglesias un domingo a las 6 de la tarde y cantarle a viva voz al amor no correspondido, a la ingratitud y el desengaño (Un conuco y una flor).
En medio de este panorama, Ahí Ahí resume esa energía y captura ese nivel de intensidad. Es, a simple vista, una canción de amor; pero en la enésima reproducción se hace evidente que se mueve más por otro lado porque narra un recorrido y registra el rastro del cuerpo que ya no está. Vicente se queda en la piel tibia del amante que añora, explora la plasticidad de cada encuentro, lo hace paisaje y se hace inevitable el contraste: el amor que fue Caracas, que ha sido San Juan o Santo Domingo y que ahora se siente lejos.
Con la profundidad y la calidez de los coros zulú, se va construyendo la narrativa de un paradigma que hace que el Caribe se transforme en síntoma: sudamos mal de amor, dice Vicente, ponemos el cuerpo en nuestras emociones, nos desdoblamos en el paisaje que nos rodea. El sol se convierte en elixir que nos cura y alimenta y cuando todo termina, se transforma en toxina que brota por nuestros poros y es necesario expulsar.
La bachata y el trap encontraron en sus secuencias -aparentemente distantes- el compás exacto para recrear la clave del amor moderno: condenado, mucho antes de nacer, a silencios e interrupciones, como el hi hat que se prolonga y se va transformando en vibración. O el eco de los coros que retumban en el pecho para darle dimensión a la herida. En la voz de Vicente se desliza la cura y se refugia en la parte baja del alma con la intención clara de revertir el daño: llenar el vacío de lo que una vez estuvo, de lo que no podemos volver a tener, de lo que necesitamos y está a kilómetros de distancia, de la insuficiencia de nuestros códigos millenialls para relacionarnos y de la complejidad afectiva de la vida marcada por WhatsApp e Instagram.
Ahí Ahí es una expresión que captura la exageración de nuestra pasión y que resume la sabiduría popular del Caribe para hablar de lo que se tambalea pero camina, que no es frío, ni calor, que hace cuerpo y a la vez es ausencia. Es la compañía que nos hace sentir solos, que no duele pero incomoda. Es el ensayo y el error de la trampa que es Tinder o los amores de lejos. Vicente se despoja y hace del dolor una experiencia sensorial colectiva, siguiendo la larga tradición oral y escrita de Junot Díaz y Rita Indiana: porque para hablar de lo que nos pasa es imposible usar otra lengua que no sea la nuestra; es imposible no hablar Caribe.
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