Desde que tomé la decisión de trabajar en el mundo del entretenimiento tengo una manera particular de percibir eso de ‘‘la fama’’. Tuve la oportunidad de conocer a Laureano, a Emilio, a Chataing, al Profesor Briceño y a Bobby Comedia, entre otros, durante mi primer año y recuerdo que un día alguien me preguntó: ¿qué se siente trabajar con famosos? Tuve que responder una mentira que ni recuerdo debido a mi instinto de cortesía. La verdad es que sí pensé una respuesta: “Ninguno de ellos es famoso”.
Aclaro que no me acusaba ninguna postura soberbia del clásico iniciante en el mundo del entretenimiento que cree que su maletita de sueños es una maleta Samsonite destinada al éxito arrollador. No. Reitero, se trataba de una respuesta cortés que derivaba de varias “cuentas mentales” que apenas llegué a sacar en los milisegundos que tardé en responder:
-¿Famosos?, a ver…
Y pensé: ¿cuál de ellos necesita costosos planes de seguridad, escoltas, vehículos blindados para llevarlos del hotel al show? Ninguno (en la época pre-Maduro obviamente). ¿Cuál tiene una base de millones de seguidores fuera de su país de origen, incluyendo otros lugares donde el idioma diferente a su lengua natal? Ninguno. ¿Cuáles tienen jet privado o son amigos cercanos de Julio Iglesias para que les preste el suyo? Ninguno. Capaz Laureano que es como un príncipe heredero español, pero igual creo que siendo tan humilde de corazón no tendría un jet, ni se lo pediría a Julio. Por otro lado, recuerdo que Emilio tenía unas lanchas para corretear el Orinoco, pero hasta ahí.
-Se siente chévere, vale.
Supongo que algo así respondí.
Pasó un poco más de tiempo y tuve la oportunidad de seguir conociendo a personalidades del mundo del entretenimiento venezolano. Actrices, locutores, cantantes y por supuesto otros comediantes. Aquí debo confesar que esa cortesía inicial de mantener mi reserva sobre el nivel de “fama” de los artistas venezolanos poco a poco se fue transformando en un pequeño divertimento, el cual consistía en ir descubriendo cuál artista tenía activado el chip modo divo o diva en las situaciones clásicas en las que, por ejemplo, a uno le toca entrar en contacto con el público, tomarse fotos, las cositas que se piden para nuestros camerinos, las condiciones para los alojamientos, las comidas durante las giras, etcétera.
Gozaba una bola cada vez que me enteraba que alguna animadora de TV pedía más cosas en su camerino que, por citar un ejemplo gafo, la mismísima Whitney Houston cuando vino a cantar en el Poliedro. Me reía demasiado cuando me chismeaban que alguna locutora ponía a correr a su equipo de producción por un trago de whisky y recordaba a los australianos de INXS poniendo caritas del Gato de Shrek para que les consiguieran, manquesea, un periquito chimbo cocinado en nuestro querido Chacaito. ¡Qué vida me daba enterarme de esas cosas! ¡Qué vida!
Les contaré una anécdota con nombre y apellido Hecho en Venezuela.
Una vez tuve la muy linda oportunidad de asistir como panelista al show de tv de Erika De La Vega llamado “Erika Tipo 11” (Ojo, a Erika, al igual que a muchos les tengo cariño y respeto, mosca). El primer día, nervioso ante la presencia de la locutora y animadora por excelencia de mis años universitarios, Erika me presenta a su público diciendo algo así: “Hoy en nuestro panel tenemos por primera vez al comediante Rey Vecchionacce y al final del programa veremos si nace o muere una estrella”.
Ciertamente lo que decía Erika era tan cierto como pragmático: si mis chistes eran una cagada mi futuro como panelista en su programa estaba echado. Me fue fino, gracias a Dios. Sin embargo, esa misma noche, reflexionando sobre las palabras de mi admirada De La Vega, recordé que ya una vez mi destino laboral había estado en riesgo el día que Tibor Rudas me descubrió fumando un Belmont en la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional de Valencia cuando estábamos esperando la llegada del jet privado que traía a Luciano Pavarotti (adivinen de quién era el jet).
Mas señas para los lectores: Tibor Rudas era el jefe de los 3 Tenores, Plácido Domingo, José Carreras y el mismo Pavarotti. Era un húngaro tan divo que su camerino contaba con las mismas exigencias que las de los aposentos de sus talentosos y universalmente aclamados cantantes líricos.
Ok, pero, llegado a este punto la pregunta es obvia: “¿qué coño hacías tú ahí Rey?”. Era guardaespaldas. Si lo sé. Fui mecánico, bañaperros, comerciante, vendí planes de retiro, trabajé en ventas a nivel corporativo y terminé siendo comediante y locutor. Una vez Rubén Rodríguez (una de las renuncias más sensibles para el futuro de la radio y el humor venezolano) dijo que a mí sólo me había faltado jugar ping pong para ser como Forrest Gump. ¡Y es que he hecho de toda vaina!
Además de Pavarotti y la caprichosa señora Houston, puedo sumar haber trabajado de cerca con un montón de artistas que van desde Shakira, Eros Ramazzotti y (casi, por poco) Michael Jackson, pasando por UB-40, Chayanne, hasta llegar a Guillermo Dávila y las payasitas Ni Fu Ni Fa, entre otros. Ser guardaespaldas de artistas archiconocidos es una de las vainas más divertidas que he hecho mi vida. Pero no sólo eso.
Estar tan cerca de personas universalmente famosas me dio una perspectiva interesante para observar el comportamiento de los artistas venezolanos, hoy colegas. Por esa razón, cuando escucho algún chisme de que la chama famosa de Globovisión es una diva, me da por cagarme de la risa y decir: “Qué coño famosa va a ser esa mujer, ¡famoso es Elton John!”.
Ah, casi lo olvido.
Un día tenía que cuidar la humanidad del señor Gordon Summers, ex bajista de The Police y mejor conocido como Sting. Se me había advertido del ánimo tempranero y algo huraño del “number one” así que esperé en la puerta de su suite en el Caracas Hilton desde poco antes las 6 am. Al salir, apenas me saludó. Bajamos al piso 20 del sector VIP de hotel y se sentó solo, en una mesa dispuesta especialmente para él. Yo tomé una distancia prudencial para no ejercer esa presencia fastidiosa del que tienes parado cerca pero no se sienta ni se termina de ir. Pero no fue suficiente. Se me quedó viendo y en el inglés más flemático que había escuchado en mi vida alcancé a entender: “You have a choice, you can sit down and take breakfast with me or you can go elsewhere, but I don´t want to see you standing there like a statue”.
Y así fue como desayuné con Sting.