Opinión

"La sirenita" se actualizó y no es solo una cuestión de piel

Aclaremos algo de una vez: esta película no es para quienes andan llorando por la versión animada de cabellos rojos y ojos azules. Y va más allá de un asunto de color. "La sirenita" apunta a un nuevo público y tiene todo para conquistarlo

la sirenita
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En “La sirenita”, de Rob Marshall, ocurren dos cosas casi en simultáneo. La primera, que Halle Bailey se convierte en el centro del argumento y no por encarnar al personaje titular. La actriz brilla con un carisma asombroso y termina por demostrar que, más allá de la polémica a su alrededor, es capaz de dar un nuevo rostro a un personaje icónico. Y hacerlo, además, desde la convicción que será la imagen de toda una nueva generación de niñas que le llamarán Ariel y con toda probabilidad, no recordarán que hubo una versión de cabello rojo y grandes ojos azules. Para las niñas del futuro, Ariel será esta adolescente simpática, con largo cabello trenzado, que pasea de la mano de un príncipe en una isla caribeña. Lo que supone la reinvención del símbolo — del clásico y de cualquier otro tipo relacionado con la película de 1989 — por completo.

Lo otro que ocurre en la cinta es que el desarrollo de su personaje deja claro un punto esencial: los live-action no están destinados al público que disfrutó de los originales en los cuales se basan. Toda la envergadura del fenómeno tiene un propósito evidente: rescatar cada clásico para una generación por completo distinta, con nuevas formas de consumo, sensibilidades y su propia percepción del drama, la comedia y el amor.

Para Disney, que basa buena parte de su éxito en un archivo que apela a la nostalgia en todas las formas posibles, la generación Z es un misterio. También un reto a superar a través de una oferta diversa de héroes y discursos ajustados a su manera de comunicarse y comprender el entretenimiento.

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Halle Bailey y Jonah Hauer-King, el príncipe Eric (Fotos: Disney)

De modo que la nueva Ariel no decide ir al mundo de tierra firma en busca del amor. O no solamente para eso. Su gran punto de inflexión es comprender que debe buscar su propio lugar en un reino en el que no parece tenerlo. La antigua sirenita era una niña a la que el amor deslumbró. La de ahora es una adolescente que sabe, necesita definirse más que por ser la hija de un monarca poderoso o la hermana de seis figuras destinadas a reinar. De modo que emprende un viaje, interior y físico, en busca de su identidad.

Bajo el mar, todo es muy distinto

Disney encuentra en Bailey una voz portentosa, y a la vez, la curiosidad flexible y enérgica de los niños criados frente a la pantalla de una computadora y un teléfono celular. La nueva sirenita tiene mucho más en común con los tiktokes, youtubers y usuarios de las redes sociales, de lo que podría suponerse. Se hace preguntas, investiga, no depende de un único objetivo ni todo gira alrededor del ideal.

En realidad, la ambición de Ariel, es la de cualquier joven de nuestra época: la del cambio trascendental, dejar huella, ser reconocido. El amor está en el camino, pero lo realmente interesante es la energía de una mujer joven en busca de identidad. Lo que transforma a la película por completo.

A partir de esa perspectiva, la cinta se concentran en enlazar con una audiencia para la que los live-action son una novedad. No para los adultos que se quejaron en voz alta por el color de la piel de Bailey o que señalaron a Flounder (con la voz de Jacob Temblay) como una versión deslucida del original. “La sirenita” se concentra en su audiencia real, por lo que traduce el animado a un mundo realista en el que todo tiene una motivación y debe responder preguntas concretas.

Ariel es una joven que necesita encontrar un sentido a su vida, Tritón (Javier Bardem) es un padre estricto con una tragedia a cuestas. Úrsula (Melissa McCarthy) lucha contra una herencia de odio y lo hace a través de un humor profano y pendenciero que hace de sus momentos en pantalla, alguno de los más memorables en la producción. Incluso Eric, que en el animado era poco más que un interés romántico no demasiado interesante, emerge como una figura que cualquier adolescente actual reconocería.

La batalla por la individualidad

Eric es el chico bueno que puebla las fanficciones de Wattpad, las más populares novelas románticas de Julia Quinn o los dramas llorosos e irreales de Netflix. Intuitivo, sensible, aventurero, con una historia personal complicada. El personaje de Jonah Hauer-King incluso no es un príncipe por derecho propio, sino uno adoptado por una monarquía de una isla caribeña en la que sol brilla de manera perpetua. Para Rob Marshall lo interesante de los clásicos personajes no es su apariencia o lo que simbolizan para los adultos que de niños se conmovieron con el llanto de Ariel o la gran escena final de una boda — que aquí, no la hay — sino, su trasfondo. 

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Y es justo ese elemento el que hace que “La sirenita” esté por encima de cualquier otro live-action estrenado hasta la fecha. Más interesado en contar por qué dos jóvenes de mundos opuestos se enamoran que en el sacrificio amoroso, el argumento construye un mundo que se sostiene con habilidad. Ariel es la hija de un hombre intransigente que la ama pero no llega a entenderla, mientras que Eric lidia con exigencias para las que se siente poco preparado y en el peor de los casos, que le exceden hasta anular su personalidad. Juntos, emprenden una historia de crecimiento que culmina en el amor. La historia de siempre — sin duda, lo es — pero contada con ingenio contemporáneo.

Al final, el gran mensaje del nuevo largometraje de Disney es que el amor se construye — ¿quién lo diría, después de princesas que iban al altar en menos de un día — y que puede ser tan difícil de sostener como evitar una guerra.

En tiempos de mandalorianos que batallan por sus pequeños hijos adoptivos y superhéroes que viajan a un reino cuántico en busca de los suyos, el amor entre adolescentes puede parecer intrascendente. Hasta que Disney recuerda que incluso en los pequeños actos de voluntad, el amor prevalece. Y ese es el gran mensaje de esta cinta que nadie pidió, pero que terminó siendo más compleja que una nueva forma de hacer dinero del estudio. Que también lo es, por cierto.

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