Opinión

“Poor Things” de Yorgos Lanthimos: humor retorcido para explorar en la humanidad más simple

Si algo sorprende de “Poor Things” es que desde su primera escena queda claro que esta película transcurre en un espacio distinto al de cualquier otra. La criatura de Lanthimos es una fuerza de la naturaleza, un poder inaudito que atraviesa toda la película

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Bella Baxter (Emma Stone, de premio), tiene un secreto. O dos o tres. Al menos, los suficientes para ser una entidad compleja sin otra cosa, que su necesidad de ver y descubrir el mundo. Yorgos Lanthimos y Tony McNamara tomaron la novela de 1992 de Alasdair Gray acerca de las compulsiones morales de la época victoriana y la transformaron en una versión retorcida, delirante y siempre brillante sobre la búsqueda de propósito. Pero en particular, en una poderosa aventura que deja atrás a cualquiera de las grandes películas que la acompañan entre lo mejor del año. Y lo hace por una razón: “Poor Things” no obedece a lógica alguna, tampoco a una mirada específica acerca de todos los infinitos temas que trata. Lo único a lo que se atiene y así se sostiene, es a su rareza.

En un año en que la intelectual “Oppenheimer” de Christopher Nolan analizó la bioética y la tecnología responsable, “Barbie” de Greta Gerwig parodió la misoginia y “Anatomía de una caída” de Justine Triet la imagen pública, “Poor Things” lo hace de eso y más. Después de todo, esta es la historia de una criatura nacida de una imposibilidad en la mesa de un científico. También, el relato de una recién nacida — y en más de una forma — que devora el mundo con la codicia ciega y vertiginosa de los niños muy pequeños. Solo que Bella Baxter es una mujer, una poderosa, indetenible y furiosa mujer, que decidió que el punto de mira de su vida sería vivir. A plenitud, en la incoherencia y el poder. En la belleza, el deseo y la búsqueda del motivo.

Poor Things

Claro está, la comparación con Frankenstein de Mary Shelley es obvia. Tanto Bella como el monstruo son criaturas creadas en un laboratorio y cuya vida depende de un científico, deseoso de probar en ellos, un punto emocional. Pero al mismo tiempo, lo que diferencia a Bella del monstruo de Victor, apocado y nostálgico, es capacidad para la vida. La libertad que disfruta y el hecho de estar muy lejos de solo ser un milagro médico nacido de una proeza científica.

La criatura de Lanthimos es una fuerza de la naturaleza, un poder inaudito que atraviesa toda la película, mientras bromea, reflexiona y arroja por los aires todo tipo de temas durísimos. Del derecho a la vida — quién la da y la quita, quién tiene la responsabilidad acerca de lo que crea — al autodescubrimiento sexual. Eso, pasando por la muerte, la reivindicación de la mujer, el deseo, la búsqueda de la necesidad caótica de ser y estar.

Todo esto lo analiza este guion redondo y magnífico. Gigantesco en ambiciones, delicado en precisión. Bella es todas las mujeres que han existido y las que existirán. Las posibilidades únicas e imposibles de una feminidad floreciente. Si a “Barbie” se le criticó por parecer estereotipada y artificial, “Poor Things” rompe todos los límites y se atiene al vacío. A la búsqueda asombrada — y asombrosa, ¿por qué no? — del poder que hace a cada hombre, mujer y niño parte de una experiencia única. Poder y belleza entrelazado en la sensación unánime que todos estamos vinculados a un centro real y poderoso. La necesidad de continuar existiendo.

La gran y bella epopeya de lo absurdo

Si algo sorprende de “Poor Things” es que desde su primera escena queda claro que esta película transcurre en un espacio distinto al de cualquier otra. No en un sueño o una elegía, sino en una búsqueda impaciente y llena de energía, de un trayecto que se extenderá desde el laboratorio de Godwin Baxter (Willem Dafoe desfigurado y portentoso), hasta el amor que espera a su creación puertas afuera de la casa en que intenta mantenerla recluida. Bella, creada para aprender, crecer y sostener la posibilidad de un prodigio trágico, mira a su creador con la sensación que no hay otra cosa tan importante como el deseo que la llevó a crearla.

Puede parecer un planteamiento retorcido, a no ser que el guion de la cinta, no desea escandalizar por lo obvio. Desea hacerlo sin duda, pero por la potestad enorme y clamorosa de la búsqueda de lo que nos hace humano. Bella es una idea que se convirtió en carne. Lo que equipara la labor de Godwin a todos los sueños mecánicos y tecnológicos de la ciencia. Esta fantasía victoriana, que bebe de Bram Stoker y de todas las criaturas violentas y voluptuosas que escapan de las garras del lugar en que nacieron, es una reflexión profunda y chispeante acerca del querer ser y al final, cómo serlo en mitad de las grandes preguntas que acompañan a la humanidad desde sus comienzos.

¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué es importante lo que hago o no? Bella Baxter, que no debía nacer y mucho menos, ser parte del mundo, llega para revolucionar todo, sacudir cada pieza de la Londres que la acoge y América a la que escapa. Para su escena final, algo queda claro: la vida es cada matiz de los dolores que se esparcen por la identidad. A la vez, las alegrías y búsquedas. Todo en conjunto, en la pequeña muerte de un orgasmo. Una puerta abierta al futuro que “Poor Things” sostiene con mano diestra para alegría y eventual malestar del público.

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