Viciosidades

#SexoParaLeer: La potra indomable

Fotografía: Diana Mayor
Publicidad

Fernando era un hombre apuesto, experto coleador de toros. Esos que esperan el fin de semana para visitar la finca. Lo conocía desde adolescente cuando mis padres nos llevaban de paseo en las vacaciones, por esta razón amaba todo lo que venía de los llanos.

Recuerdo que usaba solo camisa de cuadros y un sombrero que nunca abandonaba. Siempre soñé con un hombre rústico y varonil como él. Nos hicimos buenos amigos, pero prefería sus caballos a una adolescente gordita como yo. Con el paso del tiempo, ya con 25 años, continúo recordándolo.

A través de unos amigos averigüé su teléfono. Al decirle que era Susana, de inmediato recordó nuestros tiempos y juegos de niños. Le pedí que me llevara a la finca para recordar viejos tiempos y él aceptó encantado.

Es por eso que el pasado fin de semana hice mi maleta, me vestí con unos vaqueros sin pantaletas, remangué la camisa de cuadros y apreté mis senos con un nudo en la camisa. Soy grande por todos lados, de cabello rizado y labios inmensos que me hacen lucir hermosa. También estoy lista para la acción. Mis tiempos de virgen quedaron atrás, ahora soy una traviesa.

Esperaba en la puerta. Estaba dispuesta a saltarle encima cuando apareciera, siempre deseé hacerlo, pero siendo adolescente no me atrevía. Creo que al verme no me reconoció, el tiempo me había transformado en una súper mujer. –“Fernando soy yo, Susana, ¿me recuerdas?”–, le pregunté. –“¡Como cambiaste!, ya no eres la misma”– me respondió y nos dimos un gran abrazo.

Agarró mi maleta con un brazo y con el otro abrió la puerta, y enseguida emprendimos un delicioso viaje. Tenía una camioneta pick up de los 70 que era muy alta, por lo que debió levantarme por las piernas para ayudarme a subir. En el reproductor sonaba “la muerte del rucio moro” de Reinaldo Armas. Recordamos mi adolescencia y los tiempos cuando él practicaba coleo. Hablábamos de todo un poco, de sus caballos, de la hacienda, etc. Le pregunte si ya estaba casado y él me respondió preguntándome si yo tenía amantes.

Me pidió que me acercara hasta donde me sintiera más cómoda. El asiento es corrido así que me acosté en sus piernas. Abrí mi camisa de cuadros, dejé al descubierto mis senos y al pasar de un rato entramos en confianza como en los viejos tiempos. Los acariciaba sin dejar de ver el camino que recorríamos.

Bajé el cierre de su pantalón y salió el más hermoso y grueso pene que había tenido en mis manos, lo chupé como un delicioso helado. Mis habilidades en el sexo oral, obnubilaron la mente de Fernando, quien no pudo seguir manejando y debió reducir la velocidad y estacionar bajo un inmenso árbol. Quitó mis pantalones y pasó su lengua por todo mi cuerpo. Me besaba salvajemente y yo gritaba de placer como nunca lo hice antes. Con una voz ronca y varonil me dijo “soo soo potra”. Yo intenté calmarme, pero me costó. En frente de un hombre tan rústico, me sentía de nuevo como una virgen. En la radio sonaba “Caballo Viejo” de Simón Díaz y seguimos el camino hasta el atardecer, el llano es uno de esos lugares en el mundo cuyo paisaje te embelesa y se tatúa en las retinas.

Al llegar, corrimos a visitar los caballos en el establo. Sacó a dos de ellos y los llevo con nosotros. Distraídos con los sementales, recibimos la noche y comenzaron a escucharse los sapos, grillos y los búhos que nunca duermen. Fuimos hasta la laguna y encendimos una fogata que calentaba nuestros cuerpos. A lo lejos sonaba “tonada de luna llena” de Simón Díaz y decidimos escucharla como un susurro, sin hablar. Me acerque a la fogata y me desnudé de espaldas a él. Estaba jugando con candela, cuando me queme con una chispa. Lo sentí muy cerca solo llevaba puestas sus botas de vaquero. Nos besamos y de pie bajo la luna creciente me cargó y me hizo el amor hasta perderse en la llanura de mi vagina. Tras intensos momentos de placer, decidó sentarme en sus piernas y cabalgarlo como toda una potra. Era todo un macho. Un hombre como este hace de una principiante una experta, me sentía una mujer plena.

El amanecer nos sorprendió pintando de naranja los llanos. En una hamaca recibiendo el día como los llaneros, escuchando esta vez y por último, “La Potra Zaina”.

Publicidad
Publicidad