Viciosidades

El lado humano del Barrio Rojo de Ámsterdam

Un artículo publicado en el portal de CNN me motivó a visitar el Barrio Rojo de Ámsterdam, ciudad en la que vivo desde hace casi 8 años y de la cual me he enamorado profundamente

TEXTO: MAGNOLIA TOVAR | FOTOGRAFÍAS: EL INSURGENTE, OLDSKULL.NET
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Las veces que he ido al Barrio Rojo es para llevar a algún visitante a conocer uno de los lugares más peculiares de Europa o cuando voy a la pequeña Chinatown de Ámsterdam, que se encuentra muy cerca de la ‘zona roja’. Esa mañana lo haría con la intención de ver el cambio que escribía el periodista y del que a veces los locales no nos percatamos porque estamos bajo los efectos de la miopía de la familiaridad.

En el artículo, el periodista indicaba que el Barrio Rojo estaba atravesando un proceso de transformación positivo y que los cambios eran palpables. En efecto, la alcaldía de Ámsterdam comenzó a ejecutar un plan para erradicar la criminalidad, reducir la prostitución e integrar a las prostitutas en la sociedad. El plan ha sido todo un éxito y muchos lugares donde antiguamente se realizaban actividades criminales o trabajaban prostitutas han cerrado para darle paso a la cultura, al arte y a acogedores cafés.

Esa mañana caminaría primero por las calles del Barrio Rojo y luego visitaría el café ‘Quartier Putain’,  un ejemplo de los nuevos comercios que poco a poco ganan terreno en esta zona de Ámsterdam. Llegué a la zona roja muy temprano, antes de las nueve de la mañana y me percaté que aún se encontraban los restos de la noche anterior. Latas de cerveza, servilletas, botellas, papeles y mucha más basura le daban un aspecto de descuidado al lugar, como si aún las calles estuvieran bajo los efectos de la resaca. A los pocos minutos hizo acto de presencia el personal de la alcaldía para limpiar la zona y devolverle su encanto. Tres hombres armados con escobas, agua a presión y un pequeño vehículo con cepillos rotatorios, limpiaban las calles rápidamente. Ellos saben que no hay tiempo que perder.

La horda de visitantes no tardaría en llegar y volver a dejar sus huellas por doquier. No culpo a los turistas por querer venir aquí. Aún con el caos matutino y las huellas de la madrugada, la ciudad se veía preciosa bajo el sol de finales de primavera. Los edificios antiguos parecen sacados de un cuento y reina la estética arquitectónica. Ámsterdam está construida a la medida del hombre y se siente íntima.

Mientras caminaba rumbo al café ‘Quartier Putain’, pensaba en lo que sucede en esta zona de la ciudad noche tras noche. Mi mente siempre se quedará corta al intentar imaginarse la obra que se desarrolla en este escenario. Miles de orgasmos pagados les otorgan a los clientes un momento de intimidad, placer e inconscientemente crean la ilusión del fin de la separación, de la soledad humana y remueven los velos morales, aunque todo sea efímero. Incontables litros de alcohol consumido por los turistas y locales les cambian la percepción de la vida, acercan a los desconocidos y mandan de paseo al yugo del raciocinio, tan solo por un rato.

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Alteraciones de conciencia producto de las drogas recreacionales que aquí se consumen libremente y que son tan fáciles de comprar como una cajetilla de cigarrillos, son uno de los pasatiempos favoritos de los turistas que visitan el Barrio Rojo. Aunque mantiene su esencia, esta zona ha cambiado, poco a poco evoluciona y hay menos prostitutas que hace diez años. Esa mañana apenas se encontraban algunas detrás de sus ventanas trabajando en el turno matutino. Deben ser almas que funcionan mejor por la mañana o que simplemente no pueden costearse una ventana por la noche.

Al instalarme en la terraza del café, pedí un capuccino y noté que en el edificio de al lado trabajaban dos de ellas. Una, de origen africano, parecía una pantera que se contoneaba en ropa interior y con un anillo golpeaba el cristal de la ventana para llamar la atención de sus potenciales clientes. Les sonría a todos, algunos aceptaban la invitación y entraban a su cuarto con cierta timidez y vergüenza. La otra prostituta, una mujer de curvas pronunciadas y carnes abundantes salió semidesnuda de su puesto de trabajo y golpeó rápidamente el cristal del café con el mismo anillo con el que llamaba la atención de los turistas. En español con acento colombiano meloso le dijo a la holandesa que se hallaba detrás de la barra: “Mi amor, un café por favor”. La holandesa, una mujer rubia, alta y muy estilizada, le sonrió bondadosamente y comenzó a prepararle su pedido, con toda naturalidad. La prostituta regresó a su ventana rápidamente a esperar su café. Me imagino que esta escena se repite diariamente.

Amsterdam. Red Light district

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La holandesa salió de su puesto de trabajo para llevarle el café a la mujer y se lo entregó con una sonrisa, el único lenguaje que tienen en común. La prostituta lo recibió medio desnuda y le agradeció en español. Cuando regresó le pregunté a la holandesa cómo es trabajar en el Barrio Rojo. Me dijo que es muy agradable tener a las chicas de vecinas, que usa los nombres de ellas como contraseña del Wifi del café y me sonrió con cierta picardía, como consciente de lo peculiar de su zona de trabajo. No vi en sus ojos ningún rastro de juicio y luego añadió: “No sé la historia detrás de cada una de ellas, pero lo que me molesta son los turistas que vienen a verlas como si se tratara de animales en un zoológico. Aquí somos todos humanos y estamos trabajando. Ellas son muy vulnerables. Se necesita mucho valor en la vida para exhibirse así y eso hay que respetarlo”.

No hay ninguna duda de que el barrio está cambiando para bien puesto que se ha vuelto más humano. La escena de la holandesa llevándole un café la prostituta en su puesto de trabajo, sin ningún tipo de prejuicios y con una actitud servicial, me hace pensar en lo más fácil que es la vida cuando las sociedades adoptamos actitudes más compasivas y tolerantes. Me siento feliz de haber visitado al Barrio Rojo con otros ojos, sin la miopía de la cotidianidad. Aquí puedo beberme un café con buena música de fondo mientras observo cómo se desarrolla la vida laboral en estas calles que tantos excesos han visto, y que cada vez se vuelven más humanas.

Magnolia Tovar | Facebook: Magnolia Tovar

Ingeniero químico y coach ontológico que documenta la vida para luego contarla en forma de historias. Ha trabajado en más de 20 países y ha vivido en distintos lugares del mundo entre ellos Nueva York, Ámsterdam, Roma, Nueva Orleans y Aruba. Enamorada hasta la médula de Ámsterdam, ciudad en la que vive actualmente. Amante de la belleza, la simplicidad y la universalidad humana que nos conecta a todos.

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