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El Desertor, oxigenando nuestro cine

Tenía tiempo que no veía una película que pudiese calificar de “redondita” todo cae en su lugar en su justa medida, sin excesos, sin sobresalir elemento alguno que opaque a los otros, pues así es El Desertor, el noveno estreno nacional del año.

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Ruedan los años 70, Julián (Magdiel González) y Sagrario (Eliane Chipia) son dos chamos adolescentes que se aman y deciden estar juntos, sin embargo la familia de ella no aprueba esta unión. Aunado a ello, el subteniente Montilla (Leónidas Urbina) desea tener a Sagrario y se valdrá de todas las tretas posibles para sacar a Julián de la ecuación, llevándolo a tomar acciones extremas.

Raúl Chamorro, director y guionista del film, declara que El Desertor es su opera prima, aunque el producto en pantalla no lo parezca pues este egresado del AFI (American Film Institute) ha realizado más de dos centenas de spots publicitarios, un número que pesa a la hora de lidiar con una producción de esta categoría.

La acción se ubica en Jajó, un pueblito andino ubicado en Trujillo que sirve de marco a esta historia a tal grado que es un personaje más. Chamorro retrata con mucho respeto sus costumbres, su cultura y su gente, alejándose del cliché con el que suele mostrarse en nuestro cine a la gente de los andes.

Ante tal escenario es fácil caer en la tentación de mostrar más de la cuenta y poner muchos planos bucólicos y de relleno, pero el paisaje y las locaciones intervienen en su justa medida, plasmados de manera diáfana en la lente del súper experimentado Gerard Uzcátegui, quién en todo momento mantiene una imagen cónsona con el accionar de la trama.

ACTORES

La parte actoral estuvo a cargo de la gran Irina Dendiouk, y el ensamble ha resultado ser una muestra notable de puro talento andino. Eliane Chipia (Sagrario) es una joven actriz que posee una serena belleza que la cámara ama y un talento que es garantía de seguirla viendo en la gran pantalla. Magdiel González (Julián) hace su debut en cine, y vaya forma de entrar en el negocio, su personaje es creíble, carismático y genera empatía instantánea con el público, tiene el paquete de herramientas necesarias para seguir creando inolvidables personajes.

Complementa este trío protagónico el ya archiconocido Leónidas Urbina como el despreciable Montilla, quien tras meses de entrenamiento físico (tanto él como Magdiel bajaron más de 10 kilos y pasaron dos meses conviviendo con la milicia en un cuartel) se mete en la piel de un militar agresivo, de pocos escrúpulos y con un sentido inexistente de la ética y la moral, uno de los mejores performances que le he visto dar, particularmente la referencia a Godgiven Hair venía a cada rato a mi mente.

Existe indudablemente una gran denuncia a ese gran mal por el que pasaron muchos venezolanos, especialmente los jóvenes de las poblaciones rurales, que fue la recluta, el director crea una historia que es la suma de muchas historias leídas y vividas en los años setenta de muchachos que fueron maltratados física y mentalmente a tal extremo que se convirtieron en desertores, un par de ellos, de los que nunca se volvió a saber, pasaron a ser seres de culto y veneración en los andes, una suerte de protectores.

Si usted está cansado del cine venezolano con historias de amor de malandros y putas, tiene que ir a ver El Desertor, no se va a arrepentir, una película necesaria en nuestra filmografía criolla, es oxígeno rico y fresco.

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