Fue en la tarde del 4 de julio de 1776 cuando Thomas Jefferson, John Adams, Benjamin Franklin y Roger Sherman presentaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Dos días antes, los representantes de cada una de las trece colonias del Imperio británico en América, reunidos en el Segundo Congreso Continental en Filadelfia, ya habían aprobado el documento después de una votación que resultó unánime e irreversible para el destino del mundo, pues se fundamentaba en la noción ilustrada del «Hombre libre».
Una idea registrada en la frase más popular del texto: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. Pero Jefferson no se refería a toda la población americana. A pesar de sus indudables convicciones revolucionarias, le hablaba a los hombres de su tiempo, a los blancos industriosos, como él, mayores de 21 años y con propiedades. Quedaban excluidos los negros, las mujeres y los blancos pobres, aquellos que no podían pagar impuestos.
Casi dos siglos y medio después, las transformaciones son notables: una década más tarde se adoptó el modelo republicano con base en el federalismo y en una serie de enmiendas. Una Guerra Civil, dos guerras mundiales y más de un centenar de conflictos internos y externos, enmarcados dentro de un sólido desarrollo militar, económico y territorial, moldearon la visión de los padres fundadores. Sin embargo, para muchos, 244 años no han sido suficientes, porque la libertad no necesariamente conlleva igualdad. Si bien, el concepto de «Hombre libre» se ha ampliado desde 1776, sigue siendo cuestionado en el presente.
Un testigo oculto
El 26 de agosto de 1920 se sancionó la decimonovena enmienda que le otorgó el derecho al voto a las mujeres, después de una prolongada lucha que empezó en la villa de Seneca Falls, Nueva York, en 1848, y que adquirió fuerza con el movimiento abolicionista y la Guerra Civil. “La enmienda se obtiene gracias al movimiento reformista y progresista del momento, pero fue un logro parcial, no aplicó a las mujeres negras ni a aquellas que no pagaban impuestos”, explica Anahías Gómez, profesora de Historia Contemporánea de Estados Unidos en la Universidad Central de Venezuela (UCV). También comenta que el motivo de la reforma electoral se debió al interés de los políticos por aumentar los votos.
Las consecuencias dejadas por la Primera Guerra Mundial y los rugientes años veinte impidieron que el movimiento por los derechos femeninos alcanzara otras reivindicaciones. El presidente Warren Harding así lo afirmó meses antes de las elecciones que lo llevaron a la presidencia: “Lo que ahora necesitan los Estados Unidos no es heroísmo, sino sanación; no elucubraciones, sino normalidad; no revolución, sino restauración”. La crisis desencadenada en 1929 empeoró la situación, nadie tuvo tiempo para reformas y el creciente desempleo hizo a las mujeres más dependientes: “Hasta 1937 quedó prohibido que dos personas de una misma casa tuvieran un trabajo. La mujer debía quedarse con los niños, mientras que el esposo salía a trabajar”, cuenta la historiadora Gómez.
Pero la mujer fue astuta y supo sumarse a todas las luchas, haciéndose visible ante el gobierno federal y conquistando cada vez más derechos y posiciones de igualdad, pese a que la división dentro del mismo movimiento feminista significó muchas veces el impedimento hacia reformas más tempranas. En 2020, a punto de cumplirse un siglo de aquel logro parcial, las mujeres tienen mayor protagonismo dentro de todas las esferas estadounidenses y, para la historiadora, el movimiento continúa: “Si el concepto de «Hombre libre» se hubiese ampliado, no tendríamos las protestas que se están dando en la actualidad”. Los cambios históricos son paulatinos, no transcurren de la noche a la mañana.
El viejo problema
Otro desplazado del concepto de «Hombre libre» fue el afroamericano, segregado tras el final de la Guerra Civil y después de alcanzar la emancipación del yugo esclavista. Aunque el racismo dejó de ser legal en Estados Unidos en 1964, hoy sigue vivo. La muerte de George Floyd en 2020 y el auge del movimiento Black Lives Matter lo demuestran y así lo sostiene Esther Pineda G., socióloga de la UCV, en su libro Racismo y brutalidad policial en Estados Unidos. “Ha sido y sigue siendo una sociedad profundamente desigual y racista. Los episodios de brutalidad policial siguen ocurriendo sistemática y repetidamente porque no se ha hecho nada para erradicar este tipo de delitos”, escribió en Twitter el 1 de julio.
En lugar de oponerse al racismo, el gobierno lo normalizó. La frase Separate but equal (“Separados pero iguales”, en español) cobró fuerza y popularidad como doctrina legal, ya que, de acuerdo a su interpretación, no contradecía las enmiendas XIII, XIV y XV, vigentes tras la Guerra Civil, que le garantizaban derechos a la comunidad afroamericana. Así, las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del XX estuvieron signadas por el racismo legítimo, aunque no por ello se extinguieron movimientos que le hacían oposición. Al contrario, esas tendencias fueron ganando cada vez más espacio en todo el país.
Fue después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento por los derechos civiles consiguió la fuerza necesaria porque las circunstancias políticas lo permitieron. Ante la Guerra Fría contra la Unión Soviética, la visualización de las protestas lideradas por Martin Luther King, Rosa Parks y Malcolm X y las implicaciones de la imagen de Estados Unidos como cuna de la libertad, el gobierno federal, liderado por Lyndon B. Johnson, no sólo aprobó la Ley de Derechos Civiles, sino también la Ley de Derecho al Voto en 1965 que vino a complementar, incluso, a la decimonovena enmienda, pues ahora sí la totalidad de las mujeres tenían acceso al sufragio. Cien años de racismo legal parecieron ser suficientes.
Otras liberaciones
Pero mujeres y negros no son los únicos desplazados históricamente del concepto de «Hombre libre». También homosexuales, latinos y otros inmigrantes. Esa realidad comenzó a cambiar en los años sesenta. Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en Amherst College, Massachusetts, asegura que el punto de inflexión lo constituyó la Ley de Derechos Civiles en 1964 que impactó no sólo en la comunidad afroamericana, sino también en otras minorías y grupos marginados. “Hay personas que dicen que en 1964 por fin Estados Unidos de verdad se convirtió en una democracia moderna fuerte, con altos valores en ambas mediciones de democracia”. El partido Demócrata, líder de aquellos cambios, se transformó. Las reformas se tradujeron en costos políticos: “Perdió apoyo en el sur y en muchas zonas industriales semiurbanas. Todavía no se recupera de ese problema”.
El movimiento de liberación LGBT surgió en 1969, cuatro años después de la aprobación de la legislación contra la segregación racial y en medio de la ola hippie y protestas contra la Guerra de Vietnam. La década de 1960 fue definitoria para la inclusión. El profesor Corrales afirma que en esa época se juntaron tres movimientos ideológicos y un movimiento demográfico que ampliaron las demandas: “Los ideológicos fueron el fortalecimiento del feminismo, el de los derechos civiles y el de la liberación sexual. El cambio demográfico fue que las ciudades grandes se convirtieron en refugio de personas LGBT. Ellos querían su liberación y, a diferencia de ahora, entonces no era tan caro vivir en las grandes ciudades porque en los sesenta atravesaron un proceso de despoblamiento”.
El mundo libre les dio cabida y el combate contra el socialismo le permitió a la Casa Blanca tener otra razón para mantener la cohesión social. Mejor ciudadanos, que comunistas. Esa decisión llevó a los americanos a ser más tolerantes, pero, en otros casos, a conservar en pie algunas ruinas del hombre blanco. Sin embargo, no hay matices en los extremos: del otro lado, también están aquellos que no parecen comprender la historia y se desquitan con las estatuas, buscando borrar el pasado. El punto es que, desde hace 244 años, Estados Unidos conserva dos lecturas del «Hombre libre», una que continúa peleando por su ampliación, pese a los triunfos obtenidos, y otra que argumenta que las cesiones han sido suficientes.