Venezuela

Elogio del leggings o el día del juicio final en Petare

El pasaje comprendido entre la estación del Metro de Petare y el sur de La Urbina se caracteriza porque, no importa el alcalde que mande, siempre está igual de hediondo y con las aceras llenas de cráteres. También era quizás el último sitio de Venezuela en el que se veían juntas varias marcas de desodorante y champú.

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Como aquel territorio marginal y libre de regulaciones de la película 1984 que era, al parecer, el último sitio en el que además uno se podía topar con un vello púbico en forma de matorral. Siempre nos quedará Petare, se podría parafrasear a Humphrey Bogart. Al menos hasta este viernes 31 de octubre, en el que se respiraba allí atmósfera de 31 de diciembre o de día del juicio final, según se quería ver. A partir de noviembre, entra en plena vigencia el decreto 1.348, que prohíbe vender en la calle casi todo lo que vende un buhonero en Petare: harina, arroz, aceite, leche, mayonesa, pasta, azúcar, café, pañales, detergente, suavizante, jabón, tintes, afeitadoras, champú, desodorantes y útiles escolares, entre otros 42 rubros. Se habla hasta de un operativo de reeducación (una palabra siempre odiosa) que se aplicará al comercio rueda libre.

LEGGINS1

Una amiga se enteró de que estaba allí y me pidió tres suavizantes de ropa Downy a 60 cada uno. Mi mamá, la crema de tratamiento Sedal de rizos obedientes (Bs 120). Había afeitadoras Gillette Mach 3 a 150, la cajita de 12 pastillas para zancudos Raid a 70, Speed Stick 24/7 de barra a 80, Rexona amarillo chillón a 70, remate de lavaplatos de gel Las Llaves a 30. Dos guardias nacionales compraban la fórmula infantil láctea Canprolac a 180 bolos el pote. El paquete de pasta Horizonte y la leche en polvo Venalcasa que en el Pdval todavía venden a 5 y 32, allí algunos lo ofrecían a 30 y 200, respectivamente. De los buhoneros con los que hablé, me sorprendieron las numerosas apelaciones a lo religioso y lo apocalíptico. “Yo hoy (el viernes) trabajo hasta donde me alcance la vida. Estamos tratando de vender todo lo que tenemos”, me dijo una muchacha con pañales a precios que se podían considerar razonables (porque recuerde, hay buhoneros de buhoneros). “Hay que salir de todo esto (la mercancía actual) y luego empezaremos de cero. Los precios que nosotros ponemos son los que pone Dios. Dios es el que da y quita todo”, me contó otra comerciante informal que me obsequió un pequeño folleto religioso titulado El Terrible Enemigo.

En medio de mi recorrido por Petare, tuve algo que también me pareció una visión religiosa: un rayo de sol y una bebé plácidamente dormida sobre un fajo de leggings, en uno de los tenderetes del comercio informal. Aunque dicen que no es un sitio bueno para sacar el celular, me las arreglé para tomar la foto.

BEBE

Al igual que las gorras de Pablo Sandoval con forma de cabeza de oso panda y el logo del Magallanes en vez del de los Gigantes de San Francisco (Bs 150), los bracketts de colores, las velas de sebo y otros productos que cautivan mi imaginación pequeñoburguesa, los leggins se encuentran entre lo que puede ser vendido en la calle sin que lo prohíba el decreto presidencial 1.348. Al parecer, su módico precio (entre 400 y 1.000 bolívares, según la calidad de la tela stretch) los ha popularizado por encima de los blue jeans. Los leggings de estampados que yo llamo africanos se me han convertido en una de las pocas cosas coloridas de un período en general gris. Antes de que pase la moda, como ocurrió con las falditas hindúes semitransparentes, me he dedicado a documentar en mi Facebook una antología de los leggings que veo en la calle adheridos a cuerpos, diciéndole a la gente que se fije más en los patrones cromáticos que en las formas de los cuerpos, si tal cosa es posible. Uno de los modelos más arriesgados ha sido el de estilo Mundial de fútbol, con banderitas de países. El leggings es como el striptease, al menos en los tiempos en que el ideal de los femenino no estaba tan estandarizado por la estética porno: valoras la osadía, no tanto los kilos de más o de menos. Una amiga opinó que el leggings es como los borrachos, nunca miente.

En Petare, al menos hasta este viernes, era posible presenciar la ley de la oferta y la demanda ante nuestros ojos, en plena acción. Todos los economistas que escucho en la radio dicen que la pretensión de fijarle un precio justo a absolutamente todo lo que se comercie en Venezuela fracasará. El mercado negro de las calles se trasladará, probablemente, a las casas o las calles menos concurridas. Como ocurre casi siempre, no es demasiado difícil vislumbrar un futuro en el que los buhoneros, que siempre son más fuertes que el odio, guilladito al comienzo y abiertamente después volverán a ofrecer en Petare lo que está prohibido. ¿Pero y qué pasa si el gobierno esta vez sí gana, lo que tampoco se puede descartar por completo? ¿Y si Andrés Eloy Méndez es el nuevo Dante Rivas injertado con Vielma Mora? ¿Y si la ley de la oferta y la demanda, sin ninguna otra restricción, deriva con frecuencia en perversiones, lo que casi nunca dicen los economistas que hablan en la radio? ¿Y si los de Marea Socialista tienen razón, y aquí lo que hace falta es todavía más látigo? Todo se me terminado haciendo relativo, menos los leggings.

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