Venezuela

Pequeño inventario para comenzar de nuevo

El progreso familiar y de una nación no son sólo números fríos, ni mera economía. Entran en juego además una serie de principios, motivaciones y un sentido colectivo predominante, compartido, de que se está construyendo un futuro mejor.

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En momentos en que Venezuela parece estar postrada por un sentimiento dominante de que las cosas no van bien, cuando la inflación galopante, la indeterminación de los políticos y gobernantes, la escasez y la violencia criminal amargan nuestras vidas, es bueno recordar que las tormentas no son eternas, y que desde el diluvio para acá, llueve y escampa, de peores abismos hemos salido.

En estas cosas nos puso a pensar la gente de asisoytricolor.com una iniciativa de emprendedoras de Lechería, Anzoátegui, que pertenecen al Centro de Investigación y Consultoría Empresarial (Capefi). Acaban de lanzarse a la misión de propagar un proyecto de comunicación que busca “cambiar el foco de las conversaciones de los venezolanos, contando las historias de otros venezolanos (personas y organizaciones) que han logrado cosas relevantes tanto dentro como fuera de Venezuela”.

El zigzag de los tiempos

La historia contemporánea acumula evidencias de que las sociedades no se destruyen ni desaparecen, acaso se transforman, como atendiendo a una ley de conservación de la energía que vale la pena tener presente en las horas más oscuras, como estas, en las que para muchos Venezuela parece sumida en un estado de postración.

Pero este es el mismo país que se labró durante buena parte del siglo XX una sólida imagen de encarnación del sueño americano, tierra de esperanza y oportunidades, que atrajo a cientos miles de inmigrantes de todo el mundo.

Justamente, los descendientes de familias como estas son ahora los punteros, “quiebra vientos” en esta desbandada de venezolanos que hoy emprenden el vuelo rumbo a otros horizontes, inclusive hacia esos países renacidos de las ruinas de donde un día vinieron sus padres y sus abuelos.

Los contrastes alimentan la perplejidad. Es más difícil asimilar lo que está pasando aquí desde ya hace demasiado tiempo, especialmente para generaciones de familias que crecieron levantadas bajo la influencia de un entorno próspero -aún con enormes desigualdades-, en un país como Venezuela, que alguna vez tuvo una economía estable y una moneda dura, calles más tranquilas y un proyecto compartido de un futuro colectivo por construir.

Es también duro para los más descreídos hacer un inventario de las posibilidades y los recursos reales que pueden ayudarnos a seguir adelante y continuar creyendo.

Infiernos peores

Pero ni siquiera tenemos que buscar referencias tan distantes como Estados Unidos durante la Gran Depresión; ni la España fracturada por la larga noche de la Guerra Civil y el franquismo; la Italia enardecida por el veneno del fascismo; el Japón resurgido de las cenizas de Hiroshima y Nagasaki, o la Dresde alemana, pulverizada por miles de toneladas de bombas aliadas y vuelta a levantarse; la Alemania toda arruinada por los nazis, o del Vietnam arrasado por una guerra contra la potencia militar más poderosa de la historia.

También están el Perú de Sendero Luminoso, la Colombia de los carros bombas y el impune reinado de los carteles de la droga; el Brasil de la espantosa hiperinflación y la «dictablanda», el Chile de la abominable represión de Pinochet.

Todas esas sociedades tienen en común el haber atravesado pesadillas que parecían interminables, para aprender algunas lecciones y comenzar nuevos ciclos históricos, hacia otras etapas de la vida en pos de un porvenir más merecido. Algunas han avanzado más que otras, que todavía arrastran rémoras enquistadas durante siglos.

La misma Venezuela no era más que un descampado rural, arrasado por cien años de guerras, cuando el petróleo irrumpió a borbotones para comenzar a transformarla y convertirla en su momento en el más moderno y prometedor país de América Latina.

A veces es difícil, en términos del tiempo, abrir el lente para atrapar la escena de la historia más allá de la ventana que nos toca vivir. Pero siempre es útil devolver la película, para recordar los capítulos anteriores, las razones por las cuales se construyeron sueños, se consolidaron avances y se dejaron tareas pendientes que hoy conviene retomar en una nueva etapa.

Más allá de las tiranías y autocracias de turno,  la semilla de la Venezuela posible la sembraron durante años después de la segunda mitad del siglo XX hombres y mujeres que impulsaron grandes avances en salud, educación e infraestructura. Eran líderes en sus respectivas áreas que entendieron que el desarrollo y el progreso no son cosa de designios de seres iluminados, paridos como Mesías de la historia, sino más bien fruto de un trabajo colectivo y motivador.

Nombres como Gabaldón, Gallegos, Prieto Figueroa, Bianco, Convit, Villanueva, Pérez Alfonzo, Pietri, Laya, Castillo, y tantos otros que se nos escapan son hoy mucho más que recuerdos de una historia que vale la pena tener presente, cuando buscamos bastones que nos ayuden a mantenernos de pie.

Pero también hay miles de anónimos nombres que transitaron y transitan esta epopeya, como los de nuestros maestros y profesores, en centros de enseñanza en todo el país. En su momento inclusive las escuelas públicas tenían el prestigio de impartir una enseñanza mucho más exigente que la de los colegios privados; los rígidos educadores eran personas más motivadas, mientras los problemas de delincuencia en escuelas y liceos eran casi un juego de niños.

Dentro de los hogares, nuestros mayores, con sus ejemplos de ética y trabajo honesto nos sembraron las buenas ambiciones para educarnos, e inculcarnos valores para ser cada día mejores personas. Era un esfuerzo empecinado para buscar una sociedad de principios elevados, que apostara a la prosperidad, individual y colectiva.

La esperanza, esa palabra tan huidiza y tan necesaria, es la fuerza que siempre habrá de impulsar a sociedades de espíritus emprendedores, de esos que nunca se dan por vencidos ni se quedan postrados ante las adversidades.

Por eso siempre nos queda mirar alrededor, enarbolar los inventarios de recursos humanos, naturales y éticos que tenemos como sociedad y seguir adelante. Es una tarea de empeño y perseverancia, para construir una sociedad con mejores oportunidades, sin minorías excluidas ni mayorías alienadas. Donde la educación, la justicia y el trabajo honesto sean los motores de los cambios y el verdadero progreso social.

Paradójicamente, en esta empresa tenemos hoy más recursos y personas preparadas que durante otros baches de la historia. Aunque es verdad que los escombros de lo que hemos derrumbado justamente nos impiden ver las bases y el sólido piso que nos queda como país, para comenzar de nuevo, como lo hicieron en su momento esas ciudades del mundo arrasadas por la pólvora y la metralla.

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