Si los parques tuvieran sentimientos, Los Caobos se habría sentido en julio de 2009 y febrero de 2011 como si se hubiera coleado en aquel selfie masivo de Ellen DeGeneres en el premio Oscar. En aquellos meses, se celebraron conciertos clásicos multitudinarios bajo la batuta de Gustavo Dudamel en el habitual backyard del Teatro Teresa Carreño.
Más recientemente, su elefante dorado a escala real (donado por la firma arquitectónica italiana Trend en 2014) fue una de las locaciones del video Me voy enamorando de Chino y Nacho, que ya suma cerca de 100 millones de vistas en You Tube.
Una década después del proyecto de revitalización, renovación y restauración emprendido entre 2005 y 2008 por el ex alcalde capitalino Freddy Bernal y su sucesor Jorge Rodríguez, el parque Los Caobos —200 mil metros cuadrados de silencioso y sombreado tránsito entre Bellas Artes y lo que quiera que se consiga luego el peatón en su caminata hacia Plaza Venezuela— comienza a sentir los estragos del paramilitar infiltrado más pernicioso para el chavismo y todos los gobiernos de este mundo: el drama del eterno recomenzar.
En varios recorridos que realicé durante la penúltima semana de agosto, constaté, por ejemplo, que el pasado domingo solo funcionaba un único baño (para damas) en todas aquellas 19 hectáreas; que solazarse con el rocío de la semi-activa Fuente Venezuela de Ernesto Maragall (trasladada allí en 1967) requiere de un elevado componente de azar; que no funciona expendio formal alguno de agua, otras bebidas o alimentos (no crea en todo lo que aparezca en el video de Chino y Nacho; la UCV tampoco es un liceo); que se percibe un fuerte olor a excremento humano en las ruinas del alguna vez llamado “Club Gimástico Venezolano”; que ni en época de vacaciones hay un plan de actividades culturales; que el módulo de información está abandonado; y que los usuarios consultados se quejan de la creciente inseguridad y del deterioro de las instalaciones destinadas a juegos infantiles y ejercitación de adultos. Siéntese a esperar por un operativo de las Tres R del alcalde Rodríguez en un nuevo aniversario de la muerte de su papá.
Eso sí, el Wi-Fi gratuito corre con fuerza en ciertas horas del día en los alrededores de la escultura del Ícaro encadenado de Felipe Herrera (suerte de hombre alado de la Ciudad de la Furia de Soda Stereo), y ahora pasa por esos lados la ciclovía de flamante color ladrillo.
Módulos de desperdicio
“¿Qué está fallando aquí? El mantenimiento, papi. Es como todo: al principio, (dura) un ratico. Después, pregúntame. Pasa algo aquí y no hay puesto de vigilancia donde tú puedas acudir. Tendrías que irte hasta allá al final del parque (para encontrar un policía). Ya están deteriorados muchos de los juegos de los niños. ¿Baños? ¡Ay, no! Si es que consigues uno, ni está en buenas condiciones ni tiene personal (que lo cuide)”, se queja Virginia, ama de casa que acude al parque con su hija mayor, en los alrededores de una de las novedades desde el último relanzamiento del socialismo humanista: las diversiones de equilibrio y coordinación tipo Arcosanti (la ciudad futurista del italiano Paolo Soleri) para chiquillos sin vértigo que tienen nombres como Supernova, Dorado o Acamar, y que ya muestran algunas cadenas o sogas rotas.
Hasta la información histórica que se ofrece en los carteles cerca de la fuente de Maragall delata la desidia común a todas las ideologías. Como casi cualquier lugar en la periferia del casco histórico de Caracas, fue una hacienda de café, propiedad de los Mosquera. En 1926, con motivo del centenario de la batalla de Ayacucho, Juan Vicente Gómez lo inauguró como Parque Sucre. En 1939, Henri Pittier constató el pésimo estado de los caobos que ahora le dan nombre, y que por ahora se han salvado de la tromba rebautizadora que le cayó al Ávila y al Parque del Este. En el siglo XXI, la actual alcaldía del municipio Libertador, se indica, resembró espacios y rescató los módulos de servicio diseñados en 1965 por José Miguel Galia, que hoy son precisamente los mayores elefantes (blancos) de la dejadez: en ellos no se presta absolutamente ningún servicio, al menos no para los usuarios.
¿Qué ofrece hoy Los Caobos? Poco más de lo que se le puede exigir a un parque, aparte de la eventual feria del libro chavista: una taima a la ciudad, el escondrijo de alguna perversión (se excluye la sana tradición de hacer sebo), un tierrero para armar una caimanera, un circuito de trote de 2,2 kilómetros (a los corredores, siempre afectos a las trampas mentales que propicia el agotamiento, les gusta autoengañarse conque cuatro vueltas equivalen a una carrera de 10K).
Es uno de los pocos parques grandes de Caracas que permite el ingreso legal de mascotas. Con un permiso extendido por la alcaldía de Caracas, obtienes espacio gratuito para una fiestecita infantil. Los fines de semana funciona un club de boxeo, la Fundación Torrefuerte (especie de scouts evangélicos, de uniforme marrón), un mercadito de las pulgas rastafari semiclandestino y, con la caída de la tarde, alguna que otra peña socialmente transversal y nada disimulada de degustadores de mariguana. “Te tenemos de la brasilera”, me ofreció un joven con gestualidad tuky.
Gimnasio a lo Rocky Balboa
Y muy importante: acondicionamiento físico al más puro estilo de Rocky Balboa antes de la pelea con Iván Drago en Rusia. Mientras el Fitness Center del entrenador de misses Richard Linares en Macaracuay cobra una cuota mensual de 4.000 bolívares, en el parque Los Caobos, por inventiva de los usuarios, se han erigido dos gimnasios de pura inventiva popular en los que se utilizan frenos de ascensores, autopartes, cabillas y bloques de concreto como sustitutos de pesas o multifuerzas.
Edwin Torres, por cuenta propia, se encarga desde hace 15 años de la supervisión del más grande de ellos, el que está cerca del estacionamiento adyacente al Paseo Colón. “Lo hago por amor al deporte. Me diagnosticaron un tumor en la espalda y mi rehabilitación incluía trabajo de pesas. Me encargo de que se mantenga el orden y la limpieza y de colocar los discos en su sitio. También doy consejos de alimentación y entrenamiento. Cuando hay que reparar una máquina dañada, se le pide una cuota de 50 bolívares a los muchachos. Según una recolección de firmas que hicimos recientemente para pedirle granzón al alcalde, entre mañana, tarde y fines de semana, más de 800 personas entrenamos en este gimnasio. Algunos me colaboran con la soldadura, otros traen máquinas de sus casas que ya no usan y las recuperamos”.
Torres repasa las principales carencias de los Caobos: “El parque está bastante peligroso. Ha habido algunos sucesos de atracos a atletas que vienen al gimnasio o a trotar. No ves ni un guardia, cualquiera hace de las suyas y se va tranquilo, como si nada. No hay alumbrado y las cañerías se tapan cuando llueve”.
Simón Castillo, también usuario del gimnasio tipo Rocky cortando leña en la tundra rusa, lo refrenda: “Los Caobos ya no es lo que era. Ningún baño funciona, hay que orinar por ahí donde se pueda. Se necesitan con urgencia un par de fuentes de soda, que además le darían rentabilidad al parque, además de tratamiento fitosanitario para los árboles. La grama se pierde, la fuente hay que atenderla. Me consta que han sacado a los recogelatas y borrachitos que antes dormían aquí, pero cada vez hay más inseguridad. En cualquier momento viene un bichito e intenta quitarnos nuestras pertenencias. En cuanto a las máquinas, creo que aquí cuadraría perfectamente un sistema formal de pesas como el que está en la entrada de Sabas Nieves, ojalá nos hicieran esa donación porque nuestras medidas de kilos son a ojo puro”. Castillo relata que el entrenador de boxeo Ernesto “Gato” España fue de los pioneros que, en los años 70, instaló una tabla de abdominales y unas paralelas cerca de la entrada Oeste.
Cinemateca, promesa pendiente
“El parque está un poquito mejor en cuanto a vialidad y conjuntos escultóricos, pero hace falta seguridad en ciertos puntos y más actividades educativas para los niños. Además, hay que inculcar una cultura de manejo de los residuos a los que traen sus mascotas. Los espejos de agua no son para bañarlas”, recuerda Rubén, de 40 años, mientras pasea a su Weimaraner. “Es uno de los pocos sitios, si no el único, donde puedes venir con tu perro, ojalá hubiera muchísimos más”, opina Beatriz, de acento colombiano, y agrega: “El cambio que se dio es notorio, pusieron esculturas y adecuaron la fuente. Pero lamentablemente no todo el mundo sabe cuidar lo que tiene. El deterioro mayor lo sufren las máquinas para hacer ejercicios (los gimnasios populares instalados por la alcaldía, no los tipo Rocky), que son usadas por niños, a pesar de no estar concebidas para ellos. Ahora la mayoría de los aparatos están rotos y dejé de usarlos. La idea no es estar arreglando y arreglando, sino una campaña de concientización para la gente”.
Entre las promesas incumplidas del parque Los Caobos está la sede propiade la Cinemateca Nacional, que debería estar funcionando más o menos al lado del actual Centro Nacional de Acción Social por la Música. A los espejos acuáticos y fuentes, en lo personal, jamás les he visto mayor utilidad: soy partidario de que los conviertan en piscinas públicas de una buena vez o los clausuren. Prefiero el agua dentro de botellas o pocetas.
Si los bolsones de oxígeno suspiraran, Los Caobos, extensión natural del desfalleciente eje cultural-artesanal que da coletazos alrededor del Teresa Carreño, hermano mayor pero pobretón del Parque del Este y devenido en urinario urbano, le preguntaría a Chino y Nacho: ¿Cómo sigue la peladita? Y le suplicaría a Gustavo Dudamel: “Chiamo, ven a darme otro mambo”.