Venezuela

Motos y pistolas: el combo que condena a muerte a los escoltas

Manuel Veloz, 44, tiene encima 18 años de experiencia como guardaespaldas y asegura que los delincuentes los persiguen porque quieren "el combo": "Moto grande lleva pistola a juro". Cada hora que pasa corre el riesgo de engrosar la lista de los 10 colegas asesinados solamente en noviembre en Caracas, según el jefe de una empresa de seguridad privada.

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Los jóvenes son los más confiados. «Piensan que tener una pistola es lo máximo y  la ‘banderean’ por ahí. Pero los ‘malandros’ están en todos lados. Viendo», dice.

Salen ganando los delincuentes que se llevan de premio un vehículo -que cuesta más de 11 millones de bolívares- y un arma -1 millón 500 mil. La ganancia que obtienen los que matan por hacerse con ese  «combo» es de 12 millones de bolívares.

La vida de un escolta vale en total 12 millones 500 mil, el precio de esa combinación letal que a la vez es el sustento del propio guardaespaldas.

El abogado y criminalista, Fermín Mármol García, opina que un sujeto armado en una moto es el blanco ideal para un asesino.La víctima tiene ambas manos ocupadas:

«¿Para qué asaltar un banco o una joyería? Si una persona con una pistola y una moto ya es suficiente», dice.

«No tiene precio arriesgar tu vida por otra persona, por tu VIP», reflexiona Jesús Da Silva (el nombre ha sido cambiado por razones de seguridad), de 35 años.

Acumula más de seis años de experiencia como guardaespaldas y a pesar de que ha pasado por momentos peligrosos en su carrera, hasta ahora, no ha «tenido mayores inconvenientes». VIP es la persona que cuidan, para quien trabaja el escolta, o para la familia de ese patrón.

Da Silva cuenta que cuando se reúnen a esperar a sus VIP fuera de las fiestas, restaurantes o locales, los guardaespaldas comparan sueldos. Indica que, por lo que ha escuchado recientemente, van desde los 30 mil, hasta 80 mil bolívares generalmente, y que en algunos casos, el seguro de salud no está incluido.

«Estás arriesgando tu vida por ese dinero», señala.

Advierte que en su línea de trabajo hay que tener ocho ojos. Sin embargo, a veces bajan la guardia; sobre todo mientras aguardan por sus jefes. «Cuando andamos varios, nos confiamos. Hace un par de semanas estábamos en el restaurante Aranjuez [Las Mercedes, Caracas] a las 8 de la noche. Uno de nosotros se separó del grupo para hablar por teléfono y un motorizado le cortó el paso. Le quitó el celular».

Estaba apenas a media cuadra del grupo. El colega le disparó al ladrón y recibió un tiro en la nalga, cuenta Da Silva.

A pesar de que los tres escoltas que fueron entrevistados para este trabajo llevaron a cabo estudios en criminalística y se graduaron de policías, no se sienten seguros.

«Nunca pensé que iba a hacer esto, pero elegí ser escolta por el dinero», admite Ricardo Castro, de 27 años. Es el más joven de los tres y tiene cinco años trabajando como guardaespaldas. Un oficial del municipio Chacao, el que mejor paga a los policías en el país, gana un sueldo base de 11.500 bolívares, según el alcalde, Ramón Muchacho. Es de esperar que dejen la protección de los ciudadanos para asumir la de un VIP.

Da Silva no sabe si debe dejar el oficio. «Mi esposa me lo pregunta a cada rato, pero no sé qué decirle», comenta. «Cuando la edad no me deje, puede ser. El trasnocho pega». Confiesa que en un par de ocasiones se ha quedado dormido entre los carros mientras espera. Un amigo suyo cuida a un muchacho muy joven y muy «rumbero» y sale de jueves a domingo. «Ese sí que la tiene difícil», opina.

Castro asegura que los riesgos de ser policía y los de ser escolta son los mismos. «Mi mamá está loca porque renuncie», cuenta Castro. En noviembre recibió dos «sustos». El primero, en un semáforo en La Trinidad, municipio Baruta. Miró por el retrovisor y se dio cuenta de que otra motocicleta frenaba para ponerse a su altura. Dos sujetos lo observaban «demasiado». Apenas se detuvieron, él arrancó y se comió la luz. En el segundo, la amenaza fue más evidente.

Esa misma semana, una motocicleta de alto cilindraje lo siguió desde San Román, Baruta, hasta Plaza Venezuela, Libertador. «Sacaron una pistola para robarme la moto. Apuntaron hacia mí y dispararon varios tiros, pero no acertaron. Tuve suerte». Esos dos eventos, y la insistencia de su mamá, lo empujaron a tomar la decisión de dejar el trabajo de escolta. «Hasta enero llevo moto y arma», promete.

No valen la pena los trasnochos, los riesgos y el «combo», concluye Castro. Es un trabajo matador, en todos los sentidos de la palabra: «Tú me preguntas que cuál es el precio de ser un escolta y yo te digo: No tiene precio».

Los nombres de los escoltas fueron cambiados para proteger sus identidades.

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