Venezuela

Vargas, con el dolor en la memoria

Los pueblos tienen memoria y la del estado Vargas está marcada por la tragedia. A 16 años del desastre natural más devastador del litoral, la desidia y las promesas incumplidas son prueba de que la omisión de prioridades es ley de carácter nacional

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El 15 de diciembre de 1999 fue un día electoral manchado por la fatalidad. Mientras el expresidente Hugo Chávez celebraba la consolidación de su bandera política —la aprobación de una nueva constitución—, las lluvias en Vargas no tenían clemencia. Nunca la tuvieron. La victoria para el incipiente chavismo quedó manchada por las incesantes precipitaciones. Se convirtieron en el recuerdo más triste de los varguenses.

Gustavo García, habitante de Naiguatá, rememora que los chaparrones iniciaron en octubre, pero se intensificaron en diciembre. En tres días, del 14 al 16, se acumularon 911 milímetros de lluvia, una cifra que casi duplica el promedio anual de 514 milímetros. Fue más de lo que la montaña pudo soportar y los sedimentos corrieron río abajo sin permiso, quitando de su camino todo lo que estuviera al alcance de su cauce.

La casa de Gustavo no sufrió más daños que los materiales, pero “Simarú” —como es conocido en la calle 10 de Naiguatá— perdió a su hija sumergida  en el alud que desapareció a Carmen de Uria, el actual pueblo fantasma. La sonrisa que se borra de su rostro la heredó su nieto Edwin Colls quien no recuerda cómo se desvaneció su madre, pues tenía apenas un año de edad, pero perpetúa su imagen buenamoza a través del retrato que reposa en la casa familiar.

Las imágenes transmitidas en televisión parecían sacadas de una película de ficción, una de terror. Las calles desaparecieron y la línea de costa se extendió. Un mantel de lodo marrón colmaba la pantalla chica y debajo de él se encontraba un número de muertos indeterminado hasta la actualidad. Las autoridades indicaron un aproximado de 10.000 fallecidos, otros suben la apuesta a 50.000 y otros dicen que no llega a mil decesos. Sin importar el número, la pérdida fue grande.

La Autoridad Única de Área del Estado Vargas (AUAEV) señaló que hubo 54.392 damnificados y 240.000 personas afectadas. Los daños urbanos fueron calculados en 1.729 millones de dólares. Hoy en día, la precariedad sigue latente. Muchos oriundos prefirieron volver a sus casas en mal estado antes que peregrinar por años en un refugio. Los casos de invasión también son habituales. Elia Arteaga vivía en Valle del Pino en 1999, se acercó con otras personas a advertir a los vecinos de Los Corales que estaban en peligro. “El río rugía como un león como a las ocho de la noche. Vi morir a mucha gente cruzando el río, también se lanzaban del edificio Mar Azul por la desesperación. Era una cosa horrorosa, gritos y llanto”, comenta.

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