Venezuela

Crisis social y desenlace político

La primera campanada fueron los resultados electorales, pero como se dijo entonces, esto es sólo el comienzo. Es muy probable que la inviabilidad económica precipite eventos políticos. Especialmente cuando la crisis tiene un responsable para la opinión pública.

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El gobierno no aprende. Cada vez que se las ve negras, que tiene el agua al cuello, recurre al expediente del monólogo. No se trata de resolver cosa alguna, de escuchar a alguien o de acordar algo. Es un acto, un show, un mitin a puerta cerrada trasmitido en cadena, sin preguntas y mucho menos con respuestas. Es sólo un evento para recordarnos a todos que no existe la menor intención de cambio o rectificación.

Nuestro problema es tan simple como trágico. Nos toma el tercer año consecutivo de crisis económica, sin nada con que compensar nuestros peores males. Aún cuando con los precios del petróleo de año pasado la crisis estaba más que asegurada, con un precio que perforó los 30 dólares por barril, estamos en el vértice donde crisis se une con protestas e ingobernabilidad. Por menos de eso, se destituyó a un presidente, explotó una sociedad y se alzaron los cuarteles. La historia no suele repetirse, pero cuando lo hace, como dijo el barbudo Marx, va de la tragedia a la comedia.

La dimensión de nuestro problema

Hagamos las cuentas lo más simple posibles. Con un precio del barril de  30 dólares, los ingresos en ningún caso superarán los 23MMM$, lo que al descontar el servicio de la deuda de este año, unos 10,3MMM$, dejan disponible una cifra para importaciones que es menor a la mitad de lo que ellas fueron en 2015.

Para ningún venezolano es un secreto la extrema dependencia del petróleo de la que es objeto nuestra economía. Todo ello producto del obstinado intento del gobierno por destruir el aparato productivo nacional. Nos convirtieron en una economía de regla de tres, donde la disponibilidad para importar es la única variable que explica la capacidad productiva. Sin divisas para importar insumos y bienes de capital sencillamente no hay posibilidad de producir.

Pero esa verdad desgarradora no hace mella en el discurso gubernamental. El problema se sigue planteando como si fuese distributivo, como si de lo que se trata es de asignar recursos, cuando lo que tenemos delante es una crisis de producción de dimensiones colosales.

Sin divisas, sin posibilidad de endeudarnos (porque nadie le presta a quien debe 14 veces sus ingresos anuales), y con compromisos casi imposibles de refinanciar, las consecuencias para la gente será simple: mas colas y menos productos.

Los mercados alternativos por medio de los cuales el venezolano lograba hacerse, a precios escandalosos, de bienes indispensables, no serán sino un recuerdo dorado frente a la absoluta ausencia de bienes. No importa el precio, lo que este dispuesto a pagar por algo, sencillamente no habrá.

El Período Especial de Venezuela.

Lo que viviremos en 2016 puede que se asemeje a los años del llamado “periodo especial” que se vivió en Cuba luego de la disolución de la Unión Soviética.

Entre 1991 y 1993 la economía cubana cayó 36% (la nuestra ya va por cerca de 20% entre 2013 y 2015) y se deterioro la ya limitada calidad de vida de los cubanos, producto del cese abrupto de los subsidios que recibía de su aliado geopolítico. Sin cifras oficiales, especialmente en el área social, la poca literatura despolitizada que existe, señala ese período como de fuerte caída del consumo, empobrecimiento masivo y retroceso en alguno de los indicadores más sensibles en salud y nutrición.

La economía centralizada y controlada por el Estado cubano debió flexibilizarse a fin de que se recuperar la producción en algunos rubros agrícolas. En algo mejoró, pero no fueron sino por medio de las concesiones turísticas y el aumento de las remesas familiares, que se logró una leve mejora de la situación en la balanza de pagos, no siendo sino hasta 1998 cuando se equiparó la situación a como estaba a comienzos de la década.

De 1999 en adelante la historia es conocida por todos, el gobierno de venezolano se convirtió en el nuevo mantenedor de la economía cubana.

Lo que para Cuba fue el subsidio soviético, para Venezuela lo fue la inmensa renta petrolera del período 2004-2008. Ella, junto al monstruoso endeudamiento, le permitió al gobierno darse el lujo de destruir la economía no petrolera o, al menos, intentar cambiar la elite económica por otra dependiente del Estado bolivariano, sus negocios y aliados políticos. El experimento no funcionó y del ensayo nos quedó un cementerio de empresas y un número indeterminado de nuevos ricos con negocios quebrados.

El resto es historia patria y reciente. Venezuela se adentra a su propio período especial. Sin haberes para relanzar la economía y, lo que es peor, con la misma lógica económica de los administradores cubanos de los años noventa. Creen que racionalizar planificadamente los bienes disponibles, es decir, racionalizar el consumo hasta llegar al hambre, es la forma de ajustar la economía.

Las desgracias no vienen solas

No resulta creíble que un país socioculturalmente como el nuestro pueda soportar un ajuste severo del consumo y la calidad de vida similar al que padecieron los cubanos a comienzo de los noventa. Antes pareciera que estalla una crisis de ingobernabilidad como la que parece estar en puerta, lo que obligaría a un giro político tan importante, como impredecible y de consecuencias seguramente sistémicas.

La primera campanada fueron los resultados electorales, pero como se dijo entonces, esto es sólo el comienzo. Es muy probable que la inviabilidad económica precipite eventos políticos. Especialmente cuando la crisis tiene un responsable para la opinión pública y, por más que se haya tratado de eludir, cada vez que el gobierno repite las mismas formulas que nos han traído hasta acá, queda de manifiesto quien es el único responsable.

Como las crisis no vienen solas, al pésimo futuro económico hay que añadirle lo que será una de las crisis más fuertes en el suministro de agua y electricidad. El tema del agua luce explosivo en este primer trimestre del año y ello sin duda encenderá aún más a un país crispado por las colas y el desabastecimiento.

Por primera vez, en muchos años, no es para nada descartable problemas severos de orden público en centros poblados de especial sensibilidad y fragilidad urbana. Desordenes que terminen en la militarización de ciudades como Guarenas, Guatire o Vargas, unido a su potencial mediático y propagador, no es un escenario descartable. Todo venezolano sabe de que estamos hablando.

La Asamblea: una esperanza para la gobernabilidad

Si el gobierno sigue mostrando esa terquedad ideológica de la que hace gala, los caminos de salida institucional se centrarán en la Asamblea Nacional. Ella de seguro será la encargada de diseñar la válvula por la cual se libere la presión de un país al borde del estallido.

La Asamblea no puede resolver los problemas económicos. No es ejecutor de políticas. No puede, ni queriendo, hacerse cargo de la política económica o la gestión pública en general. Ello es responsabilidad del Ejecutivo. Pero de lo que si puede ocuparse, es de darle un cause a la presión política que se nos viene encima.

La activación de los mecanismos constitucionales terminarán siendo, más que una iniciativa legislativa, una demanda de la calle. Antes que las propias reivindicaciones económicas o sociales que podrían producirse por medio de leyes y reformas a la arquitectura del Estado Social venezolano, el clamor de cambio será la evidencia de que pasamos de un problema de políticas a la política como problema.

Referéndums, revocatorios, enmiendas y hasta constituyentes parecen ser las trochas por la que nos está conduciendo la ceguera gubernamental. Escenario que, claro está, no son parte del destino inalterable de la revolución bolivariana. Obviamente todo podría ser muy diferente si el gobierno optara por una transición de cohabitación y propulsará un auténtico encuentro nacional.

Pero eso, a la fecha, no es más que una hipótesis negada.

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