Venezuela

7 razones por las que tus panas en el exterior son tu nueva familia

Publicidad

Hace poco fue mi cumpleaños, el tercero que celebro lejos de mi casa y de mi familia. Y, sí, el término es correcto: celebro.

No voy a negar que a medida que transcurre el tiempo el asuntico de añadirle páginas al calendario no resulta tan divertido. Cada febrero que pasa, mis reacciones son más y más similares a las de Joey.

Pero a pesar de que mi cabello va rumbo a parecerse al de la niña de Frozen y de que ya van 1.095 días sin abrazar a los míos en esa fecha en particular, otras personas se han encargado de hacer que ese momento sea especial. Y otros momentos también.

Sí, son los panas venezolanos que conoces en el exilio y que se convierten en (sí, frase cliché) tu nueva familia escogida. Ya somos más de 2 millones afuera, así que toparse con alguno por ahí y volverse hermanos del alma entre una estación de metro y la siguiente, no es tan difícil. En comunidades más grandes, claro está, hay quienes llegan con la pandilla ya establecida, sin embargo, las experiencias terminan siendo más o menos las mismas.

7. De Soledad Bravo a Miss Popularidad

Ojo, no todo el mundo se topa con su nuevo mejor amigo apenas se baja del avión. Para muchos, los primeros meses son de adaptación e incluso de bastante soledad. Las clases, el idioma, la búsqueda de trabajo, la sobrevivencia sin tener acceso a tu dinero, las mañas de tu casero o de tu compañera de cuarto, el reaprender cómo usar los servicios bancarios o de transporte… en fin, para muchos el inicio de la nueva vida en el nuevo país va de la mano con muchas cosas por hacer y muy poco tiempo para socializar.

Hasta que “te estableces” y un día te das cuenta de que le puedes decir que sí a la reunioncita en casa de la muchacha que conociste aquella vez y que te ha invitado varias veces.

Ahí fue. En adelante, empiezan a surgir arepadas, cachapadas, hallacadas, sanduchadas, celebraciones con pabellón y, cuando ya se les acaba el menú, se vuelven cosmopolitas y les da hasta por explorar cocina de Timbuktú. Obviamente, en algún momento alguien termina sacando un tesorito Diplomático o Gran Reserva y de ahí a pasar a organizar una salida al ventiúnico sitio donde pueden bailar desde salsa cabilla hasta reguetón, hay sólo un pasito.

En adelante, puedes estar seguro de que unos cuantos días de tu agenda van a estar marcados con “Vzla”.

Hallaca

6. Tipo Alejandro Dumas

¿Que zutanito se siente mal y está en el hospital? Ahí están todos llevándole juguito de lechosa, ropa para que se cambie, guarapitos y turnándose para acompañarlo mientras -si la cosa es grave- llegan sus familiares de Venezuela, a quienes -cabe destacar- les toma un par de semanas conseguir el pasaje “de emergencia”.

Pero el “uno para todos y todos para uno” también aplica a situaciones menos drásticas. En lo que haya una graduación, aniversario, obtención de licencia de conducir o incluso la necesidad de aprender a llenar las planillas de impuestos, de seguro todo el grupete estará allí.

En los tiempos en los que Cadivi dejó a más de uno comiéndose un cable, la solidaridad grupal fue clave para resolver los almuerzos y cenas en más de una ocasión.

5. Up and down

No me refiero exactamente a la cancioncita aquella de Vengaboys (#caelacédula), sino a que esto de reinventarse fuera de tu tierra natal no es nada fácil y, emocionalmente, puede ser una montaña rusa.

Hay cosas a las que es difícil acostumbrarse y que pueden crear barreras que no son tan fáciles de superar. Por ejemplo, en algunos países cuando quieres aplicar a un empleo, tienes que escribir una carta de presentación en la que te debes vender como última Coca-Cola del desierto y decir que si no te contratan tu vida perdería sentido. Pasas horas, días escribiendo la bendita carta y ¿qué?… al final ni las gracias te dan.

Ese proceso te toca repetirlo muchas veces y, evidentemente, después de unos cuantos rechazos tu autoestima termina más batuqueada que palmera en huracán. Eso sí, tu escuadra de porristas siempre está ahí para echarte una mano, para enseñarte con el ejemplo, para brindarte la birra que necesitas y para hacerte ver que aunque seas “el nuevo” y “el recién llegado” ya llegará alguien que sepa valorarte.

Nota: Lo último aplica también a relaciones de pareja.

4. Nadie te entiende mejor

¿Puedes creer que intenté transferirle a mi mamá, la tarjeta se me bloqueó y ahora en el banco me dicen que tengo que ir en persona y aparte llevar a un cura que de fe de que yo mismito soy el que firma en esa cuenta?

Cuéntale a un Canadiense, a un Australiano o a un Curazoleño las vicisitudes burocráticas por las que tenemos que pasar los venezolanos y verás cómo un gran signo de interrogación aparece sobre sus cabezas. Nein, ni que lo deletrees te van a entender.

Ahora, reúnete con tus panas venezolanos y, fácil, se les van tres horas de conversa mientras cada uno echa su cuento del más reciente obstáculo con el que le tocó lidiar directamente o a través de algún familiar.

Y procura que no caigan en el asunto de los precios, la inflación, los pajaritos imaginarios, la escasez, el aumento de la gasolina y cómo hacer para ayudar a los que están en Venezuela, porque ahí se es verdad que pueden amanecer.

3. La confianza… los convierte en el correo

A la primera, lo intentas vía courier. Cuando te das cuenta de qué tan arruinada quedaste y de que, para más colmo, en la aduana de Maiquetía te sacaron la mitad de lo que habías enviado y hasta te dejaron un Milky Way a medio masticar, desistes de la idea.

(Ni hablar de cuando te enteras que se están robando documentos importantes para luego matraquearte).

Entonces, tus amigos que tienen el chance de viajar o cuyos familiares los visitan, se convierten en tu correo personal. Con mucha vergüenza empiezas por pedirles que se lleven la carpetica con las fe de vida y las autorizaciones para tu mamá; al siguiente viaje, te atreves a meter un par de regalitos, por no dejar. ¿Que ya llevan unos años conociéndose? ¡Ah no! Zapatos, desodorantes, jabones, acetaminofén y hasta chaquetas les metes bien apretujadas en el equipaje.

2. Filosofan juntos… hasta por Whatsapp

Emigrar es reinventarse y sea que te esté yendo muy bien, muy mal o ahí-ahí, siempre hay un momento en el que te cuestionas si tomaste la decisión correcta.

Bien lo dijo Isabel Allende: “Al emigrar se pierden las muletas que han servido de sostén hasta entonces, hay que comenzar desde cero, porque el pasado se borra de un plumazo y a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes”.

Darse cuenta de eso, hace que muchos nos tambaleemos. Algunos experimentan un leve desequilibrio pasajero, pero otros entramos en crisis existenciales que requieren una intervención de emergencia de los panas antes de que agarres tus cachachás, te olvides de todo lo que te ha costado llegar a donde estás y tomes el primer avión de vuelta a casa.

Son muchas las maneras en las que tu identidad se ve a afectada durante los primeros años de exilio. Sea que te toque cambiar de profesión o trabajar en un nivel distinto al que tenías en casa, sea que tu acento te convierta en punto de atención entre los locales, sea que estés tratando de descifrar cómo llevarte a un ser querido, o sea que no estés entendiendo bien cómo funciona el mercado de parejas en tu nuevo país, siempre va a haber algo que te va a hacer recordar que eres un poquito diferente del resto en tu nuevo hogar.

Algunos solucionan la crisis con una reunión al estilo de las descritas en el punto 4, con las respectivas bebidas espirituosas incluidas; a otros nos da el arranque en plena jornada laboral y no queda otra que hacer una sesión de apoyo via WhatsApp:

No, mar…c@, ¡yo me largo! No aguanto a esta vieja, que se vaya a freír monos y que vea cómo se consigue a alguien que trabaje como yo.

Acto seguido, te llegan 500 notas de voz recordándote cómo estabas hace un año y cómo estás ahora, cómo debes entender que las cosas funcionan de manera distinta, cómo ellos mismos han superado escollos similares y cómo puedes mandar a “la vieja ésa” a comer …. sin necesidad renunciar a todo.

1. Felicidad apretujada, arrecochinada, amontonada

Entre crisis y altos y bajos, siempre hay acontecimientos que te dan un respiro. Te llegó el permiso de trabajo o de residencia, presentaste la tesis, conseguiste un empleo en el que te pagan 99 centavos más por hora, “la vieja ésa” se disculpó, te mudaste sola, Cadivi te pagó lo que te debía… Si le cuentas algo de esto a un nativo, es probable que su respuesta sea algo como “Ah, okey. Qué bueno. Y, ¿cuáles son tus planes para el fin de semana?”.

En general, quienes están en una circunstancia similar a la tuya son los que pueden entender cuán significativos son esos logros, por grandes o pequeños. La felicidad se vuelve realmente compartida. Son tantas las cosas que terminan atravesando juntos, que todos se sienten parte real de la hazaña alcanzada. A los que están en otra etapa del camino, les da esperanza; a los que están en ese mismo punto, les da satisfacción; a los que ya superaron esa fase hace rato, les da orgullo. A todos, les da extrema y sincera alegría.

Creo que el “fenómeno” se llama “solidaridad”. Eso que, de pronto, a muchos se nos olvida cuando nos toca andar apagando fuegos cada media hora, cuando la meta diaria es sobrevivir y cuando las semanas se pasan intentando resolver necesidades básicas como conseguir un litro de leche o un kilo de pan.

Publicidad
Publicidad