Robert, de 25 años, es un nómada de la calle. Un día vende objetos usados en la entrada del metro de Parque Miranda, Caracas, y otro está en la punta oeste de la capital. Cayó en la “pista”, como llama a la calle, a los 15 años por primera vez acompañado de su gemelo Freddy. Vivían en El Paraíso, en un hogar clase media. Ahora, no tiene casa.
Se considera un “rockero”; no por moda, sino porque es su estilo de vida. Viste de negro de pies a cabeza y los diseños en sus brazos se confunden entre trazos de tinta de tatuar y de marcador indeleble. A veces, cuando se le “cruzan los cables”, se pinta la cara de El Guasón. Al hablar, sus amigos se burlan de él. Les causa gracia que se llame a sí mismo “un rebelde sin causa”.
Se mueve por la ciudad con un grupo de amigos que lo protegen “cuando hace falta”. Todos practican, según Robert, artes marciales. Kung Fu, Tae Kwon Do, Karate, enumera. Y a veces se meten en problemas: “Solo cuando nos quieren joder, disculpa la palabra”. Es por eso que no se siente desprotegido lejos de los suyos.
Terminó fuera de casa porque no estaba hecho para obedecer. De sus padres no habla mal, pero dice poco. Lo único que menciona cuando habla de ellos es que le dolió que no fueran a la graduación de él y de su hermano. Para ese momento, ya vivían en la calle.
Tiene su diploma de bachiller, pero lo valora igual que a a cualquier otro pedazo de papel en blanco. Se considera autodidacta de todo lo que aprende porque no necesita a nadie que le enseñe, comenta con una pata de pollo en la mano. Él mismo se encarga de profundizar en las habilidades que necesite para sobrevivir.
Hay oficios que sí le enseñaron, aclara. Como el ilusionismo, que es su segunda pasión. “Todo lo que sé de magia, lo sé por mi papá”, comenta. Sus padres son magos de fiestas infantiles y de adultos. Ese arte, explica, se trata de hacer ver a alguien lo que uno quiere que vea. Y de eso vive él: de sus ojos.
Él ve para creer y por eso es ateo. No confía en que un dios lo saque de aprietos. “La pista” es toda una aventura, comenta. De ella, ha tomado lo positivo: vive en el presente, concluye y cierra la bolsa negra, todavía llena de pollo.
Otra Historia Vagabunda:
Abraham Montes: «Vivo donde me agarra la noche»