Venezuela

Una siesta en París

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Foto: Andrea Hernández

Como era costumbre, el revolucionario estaba en la fila del supermercado el día que le tocaba según su número de cédula. Compraría lo que fuese, lo que hubiese, el paquete de cuatro lavativas que le lanzasen a la cara. Decían que estaban vendiendo papel higiénico. Él tenía meses sin comprarlo, así que nada más por eso valía la pena hacer la cola.

      De modo que estaba allí, asado a pleno sol mientras conversaba con otro revolucionario tan revolucionario como él.

—Chico, de verdad te digo, lo importante es que yo he trabajado para el pueblo, por el pueblo. La gente dice que uno ha robado, que uno es un hipócrita. ¡Pero no, no somos hipócritas! Nosotros hemos trabajado, sinceramente, con todo corazón y con buenas intenciones para hacer justicia social. Justicia social, ¿me explico?

—Sí, hemos implementado planes, montamos un Estado humanista y rector que se preocupó por el pueblo. No podemos tener la conciencia sucia, no la podemos tener porque nunca dejamos de preocuparnos por el pueblo. El pueblo fue y ha sido siempre nuestra principal preocupación. Nos hicimos de unos reales, sí, pero también nos preocupamos porque hubiese justicia social.

—Justicia social, así es, compadre.

—Y todo lo planificamos para que el pueblo pudiera recibir también riqueza de manera justa, equitativa. Riqueza de un Estado rico que da para todos. Para el pueblo, ¡y para ti y para mí! ¡Para nosotros, que pelamos bolas durante años!

—Mientras los de la Cuarta se enriquecían a costa del pueblo. Dígalo ahí, compadre.

—Siempre podremos dormir tranquilos, porque el dinero que hemos hecho no es nada comparado con lo que hicimos por el pueblo. Hemos hecho todo lo posible, contra y viento y marea. Todo por el pueblo.

—Eso es justicia, compadre.

—Justicia social contra el pensamiento liberal.

—Contra el pensamiento liberal, compadre.

—El Estado debe controlarlo todo y planificar por la justicia social. Eso siempre lo supimos y eso fue lo que hicimos. Planificar por la justicia social.

—¡Qué calor, coño! ¡Estoy que me desmayo, compadre!

—Coño, sí, y a mí me duelen las piernas.

—Es que llevamos más de dos horas en cola, compadre.

No importa, después nos vamos al spa de Iroshima… Y mira, Iroshima, está bien buena, ¿no? Se fue para Miami y allá se puso a valer.

—Muy sabrosa, sí, con unos cocotes, compadre.

—Son operados, eso sí.

—Eso nunca me ha importado, compadre.

—A mí tampoco. Jejejeje.

—Jejejeje… Qué vaina tan buena, compadre.

—Buena está ella…

—Jejejejeje.

—Jejejejeje… Así es, compadre.

—Aunque, poniéndonos serios, Iroshima fue sobre todo una luchadora social que sí, se guardó unos dólares en el camino, pero nunca, nunca se olvidó del pueblo.

—A diferencia de los de la Cuarta, compadre, que se olvidaron el pueblo.

—Los pelucones dirán que esa consigna es nuestra purgadora de conciencia, pero que digan lo que quieran, eso no es verdad. Tampoco es verdad que inventamos lo de justicia social y el Estado planificador como gran excusa para robar. Yo amo al pueblo, carajo.

¡Ay compadre, mire, ahí vienen unos malandros con unas pistolotas! Como que están asaltando a todos los de la cola.

—¡Ay, ya me vieron el reloj de oro y el Ipad también de oro con incrustaciones de diamantes!

—¡Coño, compadre, y a mí los tenis de 5.000 dólares!

El revolucionario se despertó sobresaltado. «No, no, no, mi Ipad no», decía todavía perdido. Tras unos segundos, por fin se tranquilizó. Allí, desde su almohada con logotipo de hotel cinco estrellas, vio la torre Eiffel encuadrada en su ventana.

Estaba en París, de vacaciones, echando una siestita, y todo había sido un mal sueño. Lo de la larga fila del supermercado y el asalto, por supuesto, porque lo de la justicia social, eso era así, tal cual lo pensaba. Él había trabajado por el pueblo, él había sido —y era— un hombre de hermosas intenciones humanistas. Claro, en el camino había hecho unos reales, todos los hacían, ¿no? Así era la política, el poder y todo eso.

Al sentarse sobre la cama, sintió un poco de tensión en la espalda… Qué fastidio con ese mal sueño. Por cierto, ¿habrá abierto el spa de Iroshima? Pobrecita, vale, con todo ese lío encima; ella, que ya había cumplido con su misión revolucionaria.

Texto inspirado en Friedrich Hayek y Mark Strand

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