Venezuela

Francisco del Ventura: un relojero celoso de su tiempo

A Francisco del Ventura le gusta tomarse su tiempo. Aconseja que la mejor manera de disfrutar la vida es reconocer que hay un momento para todo: para comer, para trabajar, para divertirse. Todo con calma. A veces reflexiona sobre este tipo de cuestiones. Después de todo, su oficio es la relojería. El relojero trabaja seis horas al día en su local de 4 x 2 metros en una esquina oscura del Centro Comercial de Chacao. Al mediodía, lo cierra hasta las tres para almorzar con tranquilidad junto con su compañera de trabajo: su esposa -desde hace 36 años- Eumea. Cuando sale coloca un pequeño cartel laminado con el horario para recordarle a sus clientes.

Publicidad
Fotos y video: Andrea Hernández

La señora del Ventura es la bisagra del despacho. Se encarga de poner orden en un sitio repleto de piezas en miniatura, herramientas y máquinas. “Aprendí muy bien la relojería y trato de ser organizado, pero no tengo la paciencia”, comenta el técnico mientras se acomoda el monóculo que le permite ver los minúsculos tornillos que ensarta en huecos casi invisibles.
De sus 67 años lleva 52 en la relojería. Heredó el oficio de su abuelo y de su padre, italianos. En la década de los 60 lo contrató la empresa distribuidora de relojes Salvador Cupello. La compañía importaba, reparaba y montaba los aparatos. Diez años después se independizó y comenzó a trabajar desde su casa para varias relojerías.
Siempre celoso de su tiempo, del Ventura entendió que estaba mezclando sus horarios de esposo y de relojero en el hogar. Hace 25 años decidió comprar el pequeño espacio que ahora ocupa en el centro comercial. Lo llenó de luces y lo empapeló con fotos de sus seres queridos.
– Paciencia –
La pareja recibe a los clientes que se alinean uno tras otro. El límite tácito es el umbral y la señora Eumea dirige el tráfico. Ella decide quién se sienta en la única silla desocupada del local y quién espera afuera. Muchas veces se forma una pequeña cola que avanza rápido para los que tienen paciencia y lento para los apurados. Relojerotexto Acuden al despacho para reparos menores, pero algunos dejan su pieza ahí varios días mientras del Ventura se las ingenia para repararlas. “La mayoría de los relojes son de regular calidad y muchos no se pueden reparar”, lamenta. Le encantaría poder garantizar que los aparatos funcionen, pero entre la escasez de repuestos y el tipo de máquinas que recibe, mentiría si dijera que marchan al 100%.
La escasez no es lo que más preocupa a del Ventura. La insistencia de algunos clientes sobre cómo proceder en las reparaciones lo molesta enormemente. “Me quieren decir cómo hacer mi oficio”, señala. Aclara que este tipo de usuarios no es el común denominador.
Para el relojero, recibir a sus clientes es como recibir amigos: “No me da claustrofobia en este espacio porque la gente me viene a visitar. El público es lo que más me gusta, poder saludar a la gente que viene, hablar de cosas bonitas.” Cada vez que un cliente se sienta en la única silla sobrante del local, mira hipnotizado y curioso las manos rápidas que hacen y deshacen. Los que esperan afuera del despacho comentan que nadie es tan buen relojero como su anfitrión.
A del Ventura lo tienen sin cuidado los halagos. Hace como que si no los escuchara. Incluso cuando habla de sus habilidades en el oficio o el tamaño de su clientela no suelta ni una gota de orgullo o arrogancia. “Siempre hay mucho trabajo por la escasez de técnicos. No necesariamente por mi forma de trabajar, aunque conozco bien la relojería”, comenta.
A pesar de que ya pudiese estar retirado y cobrando pensión, del Ventura quiere continuar reparando relojes y atendiendo a su público. “Yo voy a seguir en esto hasta que Dios me dé salud y buena vista”, indica. Pero lo que más necesita, apunta, es tranquilidad porque las piecitas que maneja son muy pequeñas. La calma lo es todo para el relojero.]]>

Publicidad
Publicidad