Venezuela

Mi testimonio de una violencia estúpida

Presencié en persona un ataque contra funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana en la protesta opositora de este miércoles en la avenida Libertador. Jamás justificaré una agresión brutal, en primer lugar porque soy inútil para defenderme hasta de una buhonera arrecha, pero en este caso, un video solo muestra una parte de la verdad 

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Participé este miércoles en la marcha (concentración) en Caracas, no como enviado de El Estímulo, sino como ciudadano normal. También sentí la necesidad moral de al menos asomarme en la del miércoles anterior en Bello Monte y la del sábado en la avenida Casanova. La oposición venezolana ha invitado a salir a la calle por muchas causas perdidas, pero si tuviera que elegir una única o última de ellas, sería el referéndum revocatorio.

Llegué caminando a Plaza Venezuela desde el Oeste de Caracas: ya desde dentro del parque de Los Caobos se escuchaba el “Patria Querida” (el equivalente a “Thriller” en el legado de Chávez) en altavoces dispuestos por simpatizantes del oficialismo cerca de Colegio de Ingenieros. Atravesé todos los anillos de cuerpos de seguridad, pasé por la fuente de Plaza Venezuela tomada por una actividad de camisas rojas y estuve con el grupito minúsculo de opositores (en su mayoría, ciudadanos de edad madura) que fueron desalojados por la PNB de las inmediaciones de la bomba de gasolina. Luego caminé junto a ellos hasta la avenida Libertador, donde había mucha más gente, aunque tampoco demasiada. Le di la mano a David Smolansky, con el que jugué Fantasy de Grandes Ligas cuando ambos trabajábamos en la redacción del diario El Nacional, y que probablemente ya no se acuerda de mi cara.

Presencié un incidente de violencia contra la PNB que aparece en un video que se volvió viral, y tengo la responsabilidad de contar lo que vi. Un video no miente, pero solo muestra una parte de la verdad.

Ganad las alturas

En general, la gente que estaba en la avenida Libertador tenía una actitud tranquila. Un joven con una franela que decía “A la calle sin retorno” pedía dejar paso libre a los automóviles que subían por la avenida Las Acacias, para no justificar una agresión de la policía.

A la altura de la avenida Las Palmas, hubo un grupo de manifestantes que descendió por las famosas escaleras de la Avenida Libertador (que sirven de paradas al transporte público y generalmente están perfumadas por residuos humanos) hasta el tramo inferior (donde está el mural de Mateo Manaure) para seguir avanzando hacia el Oeste con una bandera gigante de Venezuela. Hasta allí llegó mi campo de visión.

Un rato después, por la acera sur del mencionado tramo inferior de la Libertador, llegaron seis funcionarios de la PNB (algunos de ellos mujeres) con escudos, que tenían el objetivo de bloquear las escaleras (tres en cada una) y, supongo, evitar que nuevamente los manifestantes obstaculizaran el paso por una vía de circulación rápida que seguro consideran estratégica. Vi cómo algunos de esos policías, en actitud provocadora, desafiaban a los manifestantes a lanzarles objetos desde arriba.

Todo acto de violencia tiene una responsabilidad material y otra intelectual. En este caso no me queda la menor duda: el superior que envió a esos funcionarios (carne de cañón que cumple órdenes, al fin y al cabo) a resguardar las escaleras de la avenida Libertador fue el responsable de lo que pudo haber terminado en tragedia. Estaban en franca inferioridad numérica y no contaban con el apoyo de otros funcionarios o de vehículos antimotines. No solo eso, sino que todo el que ha estudiado el nivel número 1 de estrategia en situaciones de potencial conflicto sabe que dominar las posiciones elevadas es fundamental. Los policías se encontraban en la peor ubicación posible para defenderse de una posible multitud enardecida.

Estaba recostado en la baranda de la Libertador, desde la parte superior. En la escalera norte, vi cómo unos chamos descendieron por las escaleras y la emprendieron a patadas contra los escudos y los seres humanos detrás de ellos. Uno de los funcionarios (una mujer, según me enteré después, aunque eso no lo puedes saber en el momento) rueda por el suelo. Una multitud se agolpó detrás de mí para presenciar la reedición del eterno combate entre David y Goliat. Por supuesto, también sentí morbo de seguir observando, pero recordé mi hernia en la espalda y mi pánico a las aglomeraciones descontroladas. Me abrí paso como pude para alejarme de la baranda. En el aire se trazaron las primeras parábolas de las lacrimógenas. Corrí hacia Los Caobos. Tragué un poco de gas del bueno. De regreso, pasé de nuevo por todos los anillos de seguridad habidos y por haber, incluida una auténtica muralla china de la Guardia Nacional frente al parque Arístides Rojas, en la avenida Andrés Bello. Encendí la radio en mi celular y, en medio de la sensación de naufragio, me acompañó la voz sensata de Alonso Moleiro llamando al gobierno a ceder posiciones. El resto de la ciudad estaba colapsada, el Metro casi por completo cerrado, lo que al fin y al cabo dudo que le importe mucho a un gobierno que decreta que una semana laboral tiene dos días.

Llámeme pacifista ingenuo “que le hace el juego al régimen”. Jamás justificaré ningún tipo de violencia, en primer lugar porque soy totalmente inútil para defenderme hasta de una bachaquera arrecha. Mucho menos contra funcionarios policiales de bajo rango que sufren la misma vida infrahumana que padecemos hoy casi todos los venezolanos. No tengo ninguna prueba para afirmar o desmentir que los jóvenes que atacaron a la funcionaria de la PNB eran infiltrados: muchos de los manifestantes que estaban alrededor mío estaban genuinamente indignados contra la policía. Uno de los grandes detonantes de la violencia es la desigualdad: permitirle unos derechos a unos y negárselos a otros.

En el video del ataque a la policía hay una escena que no llegué a ver en persona, pero creo que merece un aplauso: uno de los jóvenes impide que otro termine de rematar con una piedra a la funcionaria noqueada. El tipo de gesto que separa al ser humano del primate que levanta un hueso en la película 2001: Odisea en el espacio. Tibisay, comadre, vamos a validar esas firmas. Es preferible contar votos que actos de odio.

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