Gloria Rangel practica la monotonía con entusiasmo. Una y otra vez abre y cierra la máquina de planchar antigua. Aplasta vestidos y camisas de botones con una destreza que solo puede ser fruto de los años. "Ya no me aburre nada", asegura.
La atmósfera de la tintorería Continental es la de una selva amazónica. Entre vapores y máquinas ardientes, los trabajadores se mueven sin tropezarse entre sí. Es un ecosistema establecido.
La planchadora Gloria Rangel es la empleada más antigua del negocio. Su oficio es uno de los muchos que comprenden la nómina de La Continental: tienen repasadores, cajeras, desmanchadores, controladores y lavanderos. En su especialización hay varias subespecializaciones: ella plancha vestidos de gala y de novia.
Hoy, almidona desde chemises Lacoste hasta trajes de bautizo, pero antes, eso era inaudito. Muchas cosas han cambiado desde que ella comenzó en el oficio. Antiguamente cada quien planchaba, desmanchaba o repasaba un tipo de vestimenta. También, comenta Gloria, solo se veían mujeres en los talleres de la tintorería. Ahora, se considera un oficio unisex.
Siempre ha trabajado en tintorerías y por eso conoce su historia en la capital. En La Primera, 10 años; en La Roma dos; en La Piladica, uno; en La Perfecta, uno; y en La Continental 20. Se siente cómoda allí porque los jefes les dan libertades, confianza y no están encima de ellos: «Cada quien sabe cuál es su trabajo».
Lo único que no le gusta de su oficio es la puerta. Asegura que para atender clientes se necesita una paciencia de otro mundo y que ella, a pesar de las miles (o millones) de horas que pasa planchando, no la tiene. Prefiere hacer cualquier otra cosa.
Gloria está contenta con el ambiente, sus compañeros y su plancha. Es una pieza perfecta en el ecosistema amazónico de la tintorería Continental. Ahora, no sabe hasta cuándo formará parte de este: «Yo entré bien, pero no sé si me voy más ‘desperolada'».
