Venezuela

Un dolor de pies y una tinta de miel

¿Cuántas personas no vemos por ahí pretendiendo ser artistas, escritores o pintores porque son sensibles, porque son distintos a los demás? O eso dicen. Pero, que usted sea diferente, no implica que usted, automáticamente sea artista, o genio. Si usted es diferente, y tiene problemas en la cabeza, debe ir al siquiatra o al sicólogo. No tiene por qué haber una relación directa entre la disfunción mental suya y el arte, ¿o sí?

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FOTO: ANDREA HERNÁNDEZ

En estos días iba escuchando la radio en mi carro. Dos canciones en especial me dejaron pensando. Una, me he enterado luego, es de Enrique Iglesias con Wisin. «Duele el corazón», se titula. La letra nos muestra, básicamente, a una «voz poética» (perdón por usar el término) que dice que a él no le importa que ella esté con el otro, porque con él, ella baila hasta la diez, hasta que le duelan los pies. A ella, con el otro, le duele el corazón, mientras que con él nada más le duelen los pies. Quien canta, no sé si Enrique Iglesias o Wisin, dice «lo pié».

Usted dirá qué horror, qué bajeza, qué mal gusto, y alguno dirá pero qué divertido, qué chévere y tales. La verdad, debo decirle que aunque al principio la canción me pareció una cosa espantosa, he terminado por decir simplemente que es divertida, que es  un productico entretenido, que tiene una cierta originalidad. Y ya.

No me ahorco por ello, no me lanzo a los abismos, no bramo indignado.

La canción habla muy mal sí del nivel de la música popular en nuestros días. Pero de todo hay en la viña del Señor, y siempre serán menos los que busquen profundidades que los que prefieran simple diversión.

Estamos mal sí, pero siempre hemos estado mal, sólo que hoy en día somos más y se nota más. Yo, que gusto de otras cosas, entiendo, totalmente entiendo que esa canción no pretende pasar por obra de arte, ¿cierto? Es como los libros comerciales, como esos libros escritos bajo la fórmula del best-seller, como esas novelas que le dan al lector lo que el lector promedio quiere leer, sin mayores sorpresas, sin mayores estéticas, con apenas pequeñas variantes. Son así y ya, no hay problema.

«Duele el corazón» es una canción más del montón, y pasará. Que la disfruten quienes la tengan que disfrutar. Sus productores tampoco se rompen el coco porque algún día esa canción será olvidada.

Pero volvamos al carro.

Al terminarse «Duele el corazón» empezó a sonar otro tema. Era de música llanera (la llamaré así, música llanera, por comodidad). Me gusta, no soy un experto, pero sí suena en la radio, no cambio de dial, la disfruto.

La música llanera, lo sabemos, es tradicional, de origen rural, popular en el sentido más antiguo de la palabra, pues refiere a un género que ha nacido de un colectivo, de una fuerza cultural propia, regional y nacional. Allí, en sus letras, suele haber posiblemente mucha ingenuidad, pero también mucha belleza poética salida de la honestidad del alma y de la compenetración con el entorno.

También sabemos, no obstante, que la música llanera se ha «comercializado», se ha hecho incluso «autoral», y eso está muy bien: estamos ante otro camino posible. De allí han surgido grandes figuras. Reinaldo Armas, Simón Díaz han sido excelsos representantes de nuestra música folclórica. Son autores, son figuras, han sido famosos, sus discos se vendieron, se comercializaron. Y qué bueno que ha sido así, llevaron la música tradicional a otros niveles, la enaltecieron.

Pero ese tema que escuché inmediatamente que terminó de sonar la canción de Enrique Iglesias y Wisin, me hizo pensar que estaba escuchando exactamente el mismo tipo de música que acababa de escuchar, pero disfrazada de algo que no era: disfrazada de poesía, de arte.

«¿Cómo olvidarte si tú has sido todo para mí, /si mi alma te di y mi amor fundí. / Por debajo de mi piel hay un lienzo y un pincel / con la tinta de miel esperándote».

Lo que estaba sonando, allí dentro de mi carro, allí contra mis oídos, no sólo me pareció malo, sino cursi.

Sí, pero, ¿qué es lo cursi?

Lo cursi es aquello que pretende ser elegante y refinado sin serlo, pero también aquello que se ha desgastado de tanto usarlo, aquello que se pretende artístico y original cuando mil veces se ha repetido. Lo cursi es lo que se insiste a sí mismo, lo que se acumula y lo que, de tanto acumularse, se vuelve empalagoso. Lo cursi además tiene una fortísima capacidad de rebote: pretende ser profundo, pero cuando busca bajar, rebota a la superficie. Lo cursi es superficial, es reconocible, se exhibe. Lo cursi, posiblemente, se ignora a sí mismo. Es decir, se exhibe, pero no sabe que lo que todos ven no es la elegancia y la profundidad sino la repetición, la superficialidad, el cliché, la falta de originalidad y, por tanto, el mal gusto. Lo cursi puede ser por ignorancia, pero también puede darse por maldad. Quien produce lo cursi, se sabe mediocre, pero no le importa, y sigue pensándose artista. Se engaña y engaña.

La «voz lírica» de esta canción nos presenta un sujeto artista, artista como un pintor y, como ya sabemos, todo pintor es sensible, un alma noble capaz de amar como nadie ha amado.

¿Cuántas veces no se ha dicho esa vaina?

¿Cuántas personas no vemos por ahí pretendiendo ser artistas, escritores o pintores porque son sensibles, porque son distintos a los demás? O eso dicen. Pero, que usted sea diferente, no implica que usted, automáticamente sea artista, o genio. Si usted es diferente, y tiene problemas en la cabeza, debe ir al siquiatra o al sicólogo. No tiene por qué haber una relación directa entre la disfunción mental suya y el arte, ¿o sí?

Mire usted la seguidilla de palabras que nos llevan a lo cursi (seleccioné, para abreviar, el núcleo más interesante):

Piel, lienzo, pincel, tinta, miel.

La piel es sensual, ¿verdad?, y un artista no sólo es sensible, sino sensual. ¿Lo ve? Y luego viene el lienzo y el pincel que, ya lo dijimos, atañe al artista, a ese pintor artista y sensible y enamorado, y bla bla bla. Y ahora llegamos a la tinta. Fíjese: no es pintura para el lienzo, es la tinta. ¿Por qué tinta? Porque quizás pintura sea una cosa barata que puede ser incluso pintura de pared, ¡y no, ¿cómo se te ocurre?! Necesitamos ser elegantes, refinados, y por lo tanto, no podemos hablar de pintura, sino de la tinta, de la tinta que es como sangre, ¿sí? Porque de la tinta a la sangre hay tan sólo un paso.

Y ya terminando la seguidilla de palabras, no nos queda más remedio que empalagarnos, precisamente, con la miel. Una tinta de miel. La miel, claro, que es dulce, sumamente dulce como el amor. Pero además, añádase, es sensual. Acuérdese de la fantasía más gastada de todas: la de la miel, el cuerpo y la lengua.

No sé, algunos párrafos por allá arriba dije que esta canción de Ignacio Rondón, el llamado «romántico de la canción», era igual a la de Enrique Iglesias y Wisin; ahora, acá, estoy a punto de decir que es peor.

¿Por qué? Porque la de Iglesias y Wisin no pretende ser más de lo que es. «Esperándote» en cambio, quiere ser elegante, refinada, poética, busca engañar. La de Iglesias y Wisin es trasparente (ojo: no me extrañaría que Iglesias y Wisin piensen que están haciendo arte), mientras que la de Rondón es opaca, pretende disfrazarse de algo que no es.

El mal de «Duele el corazón» es un mal trasparente; te dice, «mírame, esto es lo que soy, gózame y después olvídame». En cambio, «Esperándote» se pone mantos, intenta seducir con sentimentalismos baratos, hacerle creer a algunas personas que es arte. El problema de personajes como Ricardo Arjona no es que él crea tonta y orgullosamente que es artista, el problema de Arjona es que le hace creer a mucha gente que lo que él hace es arte.

Entonces, no sólo tenemos a un montón de muchachitos a los que nos les interesa la cultura y a los que les va bien repetir que con él te duele el corazón y conmigo sólo te duelen «lo pié», sino que además tenemos a otro grupo que cree honestamente que «Esperándote» es una canción muy bonita, muy romántica y que dice cosas muy profundas y poéticas.

No sé, me pregunto cuál de las dos hace más daño. Usted dirá que las dos. Pero yo, que no quiero volver a escuchar la de Iglesias con Wisin ni la de Rondón —ninguna de las dos— le digo que creo que la de Rondón hace mucho pero mucho más daño. Aquello que pretende pasar por arte, por poesía, por literatura y engaña a unos cuantos, eso hace mucho pero mucho daño.

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