Es cierto que hubo momentos en que la pasión política fue el factor de movilización colectiva. La revolución americana abrió las colonias del Nuevo Mundo a los modos de interrelación social e intercambio comercial bloqueados por el rígido sistema colonial y las anquilosadas monarquías. John F. Kennedy inició la carrera espacial y consolidó el movimiento por los derechos civiles que incorporaba a una vida más justa y productiva a millones de seres humanos marginados. Hoy, el inventario de actores políticos es muy distinto. Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Alí Bongo son figuras de otro siglo. Donald Trump y Pedro Sánchez son egos narcisistas y ambiciosos que poco representan el ánima vital y la potencia creativa que anida en las sociedades que pretenden gobernar.
Un terreno claro para analizar el atraso y desfase de los sistemas políticos es su relación y pugna con las nuevas formas de economía colaborativa. Pongamos por caso Uber, una startup nacida en el año 2009, hoy valorada en alrededor de 70 millardos de dólares. Uber no sólo ha trastocado el negocio institucional de los taxis regulados, que en Venezuela nunca logramos tener, sino que se ha enfocado de lleno en el desarrollo de sistemas de automóviles eléctricos sin chofer que revolucionarán el concepto de transporte. La respuesta política inicial en muchas partes del mundo fue bloquear el futuro, prohibir Uber, multarlo. Los sindicatos, originados en el siglo XIX, los gremios, surgidos de la edad media, buscaban a toda costa frenar y poner obstáculos al potencial transformador de las nuevas formas de transporte, mantener viejos privilegios en lugar de crear pautas de entendimiento y marcos jurídicos capaces de encausar el nuevo flujo inevitable.
Igual acontece con las novedosas formas de alojamiento y residencias servidas representadas por Air B&B. Los políticos y autoridades municipales, los sindicatos hoteleros, dedican todo su esfuerzo y energía a intentar frenar un negocio que crece como hongos después de la lluvia. Los marcos regulatorios varían de lugar en lugar, son confusos y contradictorios. No hay una inteligencia política capaz de atajar el fenómeno e impulsarlo más bien hacia su natural desarrollo en el porvenir.
Las relaciones entre lo público y lo privado y entre el Estado y la sociedad han dejado de ser lo que fueron. Son distintas. Las sociedades cambian de las maneras más insospechadas. Cambian sus formas de producción, sus relaciones de intercambio, su imaginación poética, su estilo de expresión plástica, su música y danza, la mera forma de estar en el mundo. La política representa hoy una camisa de fuerza conservadora que pretende mantener el mundo en los modos que prevalecieron en el pasado. Necesitamos con urgencia un cambio en la imaginación política, miles de políticos que desde el poder legislativo, el poder judicial, el ejecutivo, ayuden a dar forma institucional a los nuevos patrones de conducta de los seres humanos del siglo XXI.