Venezuela

FOTOS | Difteria, evidencia de un sistema de salud enfermo

El gobierno nacional insiste en subrayar que en Venezuela no faltan vacunas y que invierte millones de dólares anuales en comprarlas. Sin embargo, el brote epidémico de difteria en Bolívar evidencia que algún eslabón del sistema de salud falló: los programas de vacunación no están llegando a las comunidades y la mayoría de los estados del país no recibieron la dosis óptima de protección durante este año.

Publicidad
Puerto Ordaz
Texto y fotos: DALILA ITRIAGO @yugoslava21 | Foto referencial de portada: Christian Hernández

Amazonas, Delta Amacuro, Bolívar y Barinas son algunos de los que registran las coberturas más bajas. “Trabajamos en una guerra sin armamento”, admitió la coordinadora de Epidemiología del Municipio Sifontes; donde murieron dos niños indígenas con los síntomas característicos de esta enfermedad.

El próximo lunes 24 de octubre el niño habrá cumplido un mes de muerto. Se llamaba Abismael Yereel Espinoza Rodríguez y tenía ocho años de edad. Murió de difteria en el Hospital Raúl Leoni de Guaiparo, estado Bolívar. Su mamá, Gregoria Leoncia Rodríguez Rojas, lo extraña: era el penúltimo de sus siete hijos.

“Él salía corriendo todas las tardes cuando llegaba el papá. Era el único que le pedía el pan y la leche. Se la pasaba viendo comiquitas, pero en las mañanas era el primero que se levantaba a pedir desayuno. También era el que más peleaba y cuando se molestaba conmigo me decía que yo no era su mamá, que él tenía solo papá…”, rememoró.

Gregoria recuerda esto en la casa de su hermana Rosa, el jueves 13 de octubre. Ambas viven en el sector Valle Verde de San Félix, en la vía hacia Upata. Pero ella prefiere conversar donde Rosa para evitar los chismes de los vecinos, que ya han llegado a decir que su casa está contaminada, en vista de lo que le ocurrió al niño.

Difteria

El viernes 14 de octubre había un solo caso sospechoso de difteria en el Hospital Dr. José Gregorio Hernández de Tumeremo. El niño de tres años de edad y su madre llegaron de El Dorado. El infante estaba clínicamente estable.

Las calles están rotas. Hay que vencer el pantano para llegar hasta Gregoria. Se observan caballos, casas de zinc, el monte está alto, hay zancudos y hormigas que recorren el cuerpo y muerden la piel. Hay también un módulo de médicos de Barrio Adentro a solo pasos de la casa de Rosa. No se entiende cómo el niño, que estudiaba primer grado en la Escuela 11 de Abril de Los Naranjos, murió ese sábado 24 de septiembre.

“Él tenía como una gripecita, yo pensaba que era por la garúa y le di amoxicilina. El martes 20 ya tenía fiebre, por eso me quedé con él en la casa. Le vi la garganta y tenía eso allí. Se lo iba a limpiar, pero le vi una pelota. Entonces mi compadre me dijo que lo lleváramos el miércoles al hospital. Allá (en el Seguro Social de Guaiparo) había dos muertos y una doctora fue sincera conmigo, me dijo que la enfermedad era difteria”, relata Gregoria arrastrando las palabras, como si ya no le quedara alma para seguir contando.

Es morena oscura y de ojos rasgados. Es linda pero está triste. Sigue triste. Parece una muñequita de trapo lanzada sobre una silla. Tiene solo 37 años de edad y allí se le ve encorvada, sin mover los brazos, sin hacer esfuerzo alguno por conservar la postura o aparentar algo delante de extraños. No quiso fotos. En realidad no quiere hablar ahora. Pero cuando Abismael estaba luchando por sobrevivir en el hospital, asegura que a donde llegaba empezaba a contar lo que le estaba ocurriendo, para que todos supieran y fueran a vacunar a sus niños. Ella es la misma que el gobierno responsabilizó por no haber vacunado a su hijo, pero allí, en el porche de la casa de la hermana, solo atina a decir: “Yo no sabía que esa enfermedad existía”.

El niño ingresó el miércoles 21 al hospital, allí estuvo solo tres días. Su mamá dice que se puso mal, que se le trancaba el pecho, y que le dio un paro respiratorio. A ella no le dieron detalles. Solo: “tá igual, ‘tá igual, ‘tá igual. Vaya y compre esta inyección, vaya y compre este suero; y uno iba y en la farmacia tampoco estaban las inyecciones. Hasta que ese sábado, como a las 3:00 de la tarde, su papá me llamó y me dijo que no fuera a comprar nada, que me devolviera. El niño no aguantó. Ahí sí nos dijeron que no podíamos verlo y que teníamos que sacarlo inmediatamente de la funeraria al cementerio”.

Gregoria se pregunta por qué Abismael murió, si era ella la que trabajaba en la vía hacia la mina, en El Cerro, camino al Dorado. Allá se iba, a cuatro horas de distancia a vender 40 “tetas” (esos heladitos que son envasados y anudados en bolsas plásticas con forma de senos chiquiticos). Allá seguramente contrajo la infección. Desconoce que ella quizá la sobrevivió por estar inmune, pero no así su niño.
No encontró la tarjeta de vacunación de Abismael, pero asegura que el niño sí había recibido la vacuna. Si así fue, habría faltado un refuerzo.

– Alerta en San Antonio de Roscio –

A 209 kilómetros de la casa de Gregoria, o casi tres horas de viaje, queda el municipio Sifontes, uno de los 11 del estado Bolívar. Está conformado por dos parroquias: Dalla Costa (El Dorado) y San Isidro (Km. 88) más una Sección Capital llamada Tumeremo, donde la temperatura puede llegar a los 40 grados con facilidad.

La Plaza Bolívar del lugar está llena de locales comerciales que compran oro. El viernes 14 de octubre hacía allí demasiado calor y el alcalde, Carlos Chancellor, no se encontraba en su oficina. La directora general de la alcaldía, Miriam Rendón, sí estaba pero advirtió de entrada que ella solo maneja “presunta” información; pues las autoridades sanitarias no le han informado con detalle de lo que está ocurriendo. Solo le pidieron ayuda para las jornadas de vacunación que implementaron en el último mes y de manera acelerada.

Difteria

La alcaldía de Tumeremo prestó ayuda en las jornadas de vacunación

“Hace como un mes se corrió el rumor de que había un brote de difteria y luego, coincidencialmente, comenzó una campaña de vacunación agresiva. A nosotros nos pidieron ayuda en cuanto a la hidratación y la movilización de las personas. Fue un trabajo masivo que involucró a la alcaldía y a los módulos de Barrio Adentro, CDI, y centros de Alta Tecnología de los cubanos. Nunca nos comunicaron nada, pero prestamos el apoyo con los tres carros del Cuerpo de Bomberos porque en el Hospital Dr. José Gregorio Hernández de aquí de Tumeremo, no hay ambulancia”, informó Rendón, quien asegura que diariamente se realizan al menos cuatro traslados hacia los hospitales de Upata, Guaiparo, Uyapar o incluso hasta Ciudad Bolívar, a cinco horas de camino. “Hasta allá van a dar la carrera”, acotó.

Hubo dos niños que no corrieron con esa suerte. Ambos eran de la comunidad indígena de San Antonio de Roscio y murieron antes de ser atendidos. La coordinadora de Epidemiología del Distrito Sanitario número Seis, Yohanna Peña, lo explica: “Uno de los niños llegó sin signos vitales a Tumeremo. Tenía seis años de edad, había nacido en Upata y no estaba vacunado, a pesar de que se había ido cuatro veces a esa comunidad con ese propósito. La niña tenía cinco y ella sí ingresó con un cuadro crítico de insuficiencia respiratoria. Le dimos el soporte vital, pero ella requería ventilación mecánica en la Unidad de Cuidados Intensivos, UCI, y aquí no la hay. La referimos al Hospital Gervasio Vera Custodio, de Upata, pero nunca llegó. Falleció durante el trayecto”.

Difteria

La doctora Peña agradece la presencia de las autoridades sanitarias en Tumeremo

Sobre el escritorio de la doctora Peña hay una carpeta de manila que dice “Fichas casos sospechosos de difteria”. Las palabras fichas y difteria están en amarillo. Resaltadas. Como quedó el problema de salud pública, evidenciado luego de la grotesca muerte de estos niños indígenas. Ella aclara que no puede afirmar que se trate de difteria, pues evidentemente a los niños no pudo tomárseles ninguna muestra. A partir de ese suceso comenzó lo que ella llama una investigación epidemiológica retrospectiva.

Difteria

Carpeta con las fichas de los pacientes que fueron atendidos en el Hospital Dr. José Gregorio Hernández por sospecha de difteria

“A finales de julio nosotros recibimos en este hospital a cinco niños de San Antonio de Roscio. Eso queda por la Troncal 10, la vía que va hacia la Gran Sabana. Ellos venían de un consultorio privado de El Dorado y el médico que los refirió mandó a decir que allá habían muerto dos niños, que investigaran”, relata Peña al asegurar que esos pacientes recibieron penicilina, fueron vacunados y egresaron satisfactoriamente del centro de salud. Ella no estaba al tanto de la muerte de los dos indígenas, que había ocurrido previamente. Explica que culturalmente esas etnias no permiten que los cuerpos de los niños sean manipulados y apenas fallecen los retiran, sin posibilidad de realizarles una autopsia.

La información llegó a los departamentos de Vigilancia Epidemiológica e Inmunización Bolívar. Una semana después, exactamente el primero de agosto, llegó hasta Tumeremo el director del Programa Ampliado de Inmunizaciones de la Organización Panamericana de la Salud, Carlos Daniel Torres. Acudió junto a miembros del Instituto Nacional de Higiene y el jefe regional de Epidemiología, José Alón.

Difteria

En el hospital de Tumeremo hay un altar con la imagen de José Gregorio Hernández

“Gracias a Dios vino el Instituto Nacional de Higiene y tomó muestras de la familia de los niños fallecidos. Todas ellas están en Caracas. Por eso es que hablamos de solo dos casos probables de difteria, porque solo ellos tienen la confirmación de PCR, Toxina y Cultivo. Antes de que ellos llegaran no teníamos el medio de cultivo específico para trasladar la muestra (un tubo de ensayo llamado prueba de Amié con carbón). Además, ¿cómo hacíamos si es tanta la distancia y no tenemos carro?”, se pregunta la doctora.

Difteria

Tubos de Amié con carbón, medios de cultivo específico para tomar muestras cuando se sospecha que haya difteria

La carpeta de manila está gorda. Hasta el viernes 14 de octubre había 65 fichas de personas con sospecha de difteria. Todas llegaron al hospital de Tumeremo con síntomas de amigdalitis. Esto fue suficiente para que quedaran recluidas por una semana, recibieran tratamiento con benzetacil y toxoide; además de vacunar a la familia.

“No se puede afirmar que esos niños murieron por difteria. Se les trató como insuficiencia respiratoria. También podríamos hablar de virus de Steinberg, mononucleosis infecciosa, acceso retrofaríngeo o tuberculosis ganglionar”, acota la doctora, que es oriunda de República Dominicana y que en el año 2004 fue nacionalizada venezolana gracias a la Gaceta 5721, que ella misma cita. Un año después inició estudios de Medicina Integral Comunitaria y, posteriormente, comenzó el postgrado de Epidemiología que aún le falta por terminar.

Peña no admite que el sistema de salud haya sido el responsable de la muerte de estos infantes. Insiste más bien que se trata de una corresponsabilidad donde la comunidad debería estar más involucrada. Agradece que la respuesta de las autoridades nacionales haya sido tan rápida y cree que la visita de la viceministra y ministra de Salud, Tulia Hernández y Luisana Melo, respectivamente, servirá para dar a conocer las deficiencias del hospital.

Difteria

En el Hospital de Tumeremo hay una cartelera con un gran mapa del municipio Sifontes donde se señalan los lugares visitados por Epidemiología, donde la población ha sido vacunada

“A veces los de arriba no saben bien lo que ocurre. Nosotros no teníamos acá la prueba específica para tomar la muestra, contamos con solo 12 vacunadoras de puesto fijo para todo el municipio (donde viven 62.798 personas), no tenemos carro, solo el de Malariología; el único antibiótico que teníamos era procaína, pero no era el adecuado para tratar la enfermedad, hasta el año pasado el equipo de Malariología contaba con solo una enfermera y por medio turno, no está abierto el quirófano, no tenemos ni cirujanos ni anestesiólogos, las cavas de la morgue no sirven y solo contamos con cuatro médicos, que al terminar su “rural” se marcharán”, dijo Peña, quien admite lo difícil de atraer profesionales de la salud a la zona, cuando a pocos kilómetros existe la tentación de las minas de oro donde, según cuenta, cualquiera camina por la calle con bultos de billetes.

“Yo gano más haciendo la queratina. También soy peluquera. Pero me duele este país como si fuera el mío. Aquí trabajamos en una guerra sin armamento. Creo que todos deberíamos tener todo a la mano. En San Antonio de Roscio, por ejemplo, debería haber una vacunadora fija. Una indígena de la propia comunidad que no tenga problemas interculturales y que no deje de ir a trabajar porque le falte el pasaje. Igualmente en cada consultorio popular debería haber un vacunador”, sugiere Peña, quien asegura haber ido más de siete veces a esa comunidad donde cree que ya la población está inmunizada por el cerco epidemiológico que se levantó en las últimas semanas. Estrategia que desde el 19 de septiembre y hasta el 13 de octubre abarcó a 42.700 personas de las tres parroquias que conforman Sifontes. Todas ellas fueron vacunadas y recibieron un total de 72.888 dosis.

– Sigue siendo insuficiente –

El ex ministro de Sanidad entre los años 1997 y 1999 José Félix Oletta, cree que la cifra de vacunados sigue siendo insuficiente. Asegura que de acuerdo con las estadísticas que maneja, en los últimos 10 años habrían quedado 118.000 niños sin vacunar. Además, advierte que en esta vacunación de emergencia realizada en las últimas semanas faltaría hacer el refuerzo.

Oletta afirma que los programas de vacunación han sido ineficientes porque no están llegando a las personas. Insiste en que el problema es la falta de información y sensibilización. La difteria no se protege con una sola dosis, puede requerir hasta cinco y esto la población no lo sabe.

Hace ocho recomendaciones para contener la enfermedad y evitar que otras epidemias se propaguen: ofrecer vacunaciones como un proceso permanente y no solo cuando haya jornadas, verificar que las vacunas que se compran a Cuba sean certificadas por la OMS, procurar conservar la cadena de frío para que estas lleguen hasta el último municipio del país (advierte que la crisis energética paralizó muchas neveras y las vacunas llegan a deteriorarse por el calor; así pierden su capacidad protectora), aplicar las dosis óptimas de protección (70% de los estados no recibieron las tres dosis correspondientes a 2016. Amazonas, Delta Amacuro, Bolívar y Barinas registraron las coberturas más bajas); revisar las zonas fronterizas de las minas donde llegan personas de todas partes y hay más poblaciones expuestas a la enfermedad, pues no tienen protección y viven en hacinamiento; actuar con celeridad ante los cuadros clínicos cuando se aprecia tanta gravedad en niños no vacunados y se observa el tipo de lesión. En esos casos no puede esperarse por pruebas confirmatorias, calcular el número de personas susceptibles que deberían de recibir nuevamente vacunas: aquellos que nunca fueron vacunados, los que lo hicieron de manera incompleta y quienes ameritan refuerzos pues su inmunidad se ha ido diluyendo con los años.

También es imprescindible ofrecer información sobre lo que está ocurriendo. Según Oletta es una obligación moral y ética: “Es un absurdo, están alimentando el terror y la angustia al ocultar un tema de interés público. Un país saludable es un país informado. El desinformado es vulnerable. Tendrán sus razones políticas, porque evidencian que se trata de una revolución ineficiente. ¿Para qué me sirve decir que tienen 20 millones de dosis de vacunas si no las aplican o, si lo hicieron, estaban dañadas porque no se cumplieron las regulaciones de la cadena de frío?

Al final Oletta subraya que el Estado debe regirse por el Reglamento Sanitario Internacional: debe reportar los casos, confirmar si presenta enfermedades infecciosas reemergente, para evitar poner en riesgo a otros países.

Publicidad
Publicidad