Detrás del Ramón José Velásquez que buena parte de los venezolanos recuerda como el expresidente de Venezuela que ocupó la silla de Miraflores, tras la salida de Carlos Andrés Pérez, está la vida de un venezolano que, según Inés Quintero, estuvo desde muy joven vinculado al poder, pero para quien la historia fue siempre un asunto de vida. Fue secretario de Diógenes Escalante (candidato propuesto por Isaías Medina Angarita para las elecciones de 1946), fue ministro del gobierno de Rómulo Gallegos, secretario del primer gobierno de la democracia, el de Rómulo Betancourt, entre 1959 y 1963 y además firme promotor de la descentralización.
– ¿Qué importancia tiene Ramón J. Velásquez en la política contemporánea de Venezuela?
Sin haber sido un hombre del aparato, sin haber estado en el centro de las conspiraciones, o haber sido una figura de control del partido, en su caso se mezclan unas cosas que para los historiadores es muy emblemático y crucial: el hombre y sus circunstancias. ¿Cómo es que hubo muchas personas igualmente significativas que vivieron circunstancias similares, y no tuvieron la presencia, la figuración o la impronta que tuvo Velásquez en la historia de Venezuela? Y además le toca ser nada más y nada menos que el presidente interino dentro de la crisis política más grande de este país. Ni lo estaba buscando, ni estaba conspirando para que le dieran eso. A él le fueron a tocar el timbre de su casa y le dijeron «mira que si tú quieres ser presidente».
– Esa circunstancia específica a la que se refiere, el hombre y sus circunstancias, el hecho de haber sido presidente ¿marca un antes y un después en el papel que tiene Ramón J. Velásquez en la historia contemporánea de Venezuela?
Él, sin haber ocupado ese sitio, hubiese tenido un rol importante en la historia de Venezuela. Tuvo la capacidad para incorporar, para dialogar, para sumar, porque como tú bien dices, nadie quería estar en los zapatos de Velásquez en el 93. Sin embargo logró hacer gobierno y no solamente lo logró, sino que hizo que se tomaran decisiones y que se resolvieran problemas en en medio de ese pastel en el que cualquiera que hubiera llegado se hubiera hecho el loco. No fue simplemente ir a ocupar la silla mientras se resovía el enredo, sino que ocupó la silla para tratar también de resolver algunos problemas que demandaban atención.
-¿Cree acertado o errado por el Congreso haberlo escogido por ocho meses como Presidente de Venezuela?
Los historiadores somos muy mañosos en decir que si fue bueno o malo. Lo que yo sí creo es que fue lo que ocurrió. Cuando uno mira el momento dentro de la vorágine que todo eso representaba, seguramente se está muy intervenido por la inseguridad, por la inquietud, por el qué va a pasar. Pero visto ya desde las distancias, Velásquez fue una especie de amortiguador de tensiones. Una de las cosas que contribuyó realmente a que ese amortiguador tuviera esa capacidad enorme de tratar que las cosas llegaran al rumbo que tenían que llegar, fue la comprensión de ese presente, producto de su conocimiento profundo de la historia de este país. Él sabía de dónde venía todo el mundo y para dónde iba. Tiene un valor bien importante, por supuesto, su formación dentro de lo que fue el sistema de poder de la democracia participativa por una parte, pero eso no viene solo. Fue un hombre que conoció los medios, la política, que estuvo cerca de los hombres del poder, que tuvo estudios universitarios, pero que además tuvo esa herramienta privilegiada que es el conocimiento de la historia de Venezuela.
– No fue de la generación del 28, ni de la generación del 58. Pareciera que hubiese estado omnipresente en todo el proceso histórico de la transición de la dictadura a la democracia y a la caída de la democracia ahora en el siglo XXI. ¿Habrá algo en el cromosoma tachirense con lo que se pudiera explicar el alto protagonismo del tachirense en la política venezolana?
Por supuesto que eso es algo a lo que ningún historiador te va a decir nunca que sí. Pero a mí sí me parece que, sí hay, por supuesto, un primer envión que tiene que ver con la revolución de los 60 con la presencia de Gómez y Castro que vienen a tomar el poder. Pero en el caso de personas como Ruiz Pineda, el propio Velásquez, el mismo Pérez o como otros muchos andinos, se vienen a formarse, porque es una tendencia natural. Fue bastante común la presencia de personajes nacidos fuera de Caracas que vinieron a hacer vida y que esa vida, de acuerdo a las circunstancias, los comprometió más o menos con los hechos políticos. En el caso de Ramón Jota, él se vino a formar en la universidad y llegó en el último inning del gomecismo. Una persona sensible, inquieta que se relaciona con la gente, no hay forma de que vea lo que está ocurriendo desde la acera de al frente, y se involucró además en los medios. ¿Qué pasa? Hay una diferencia sustantiva entre quien se mete por compromiso, por interés, por curiosidad. Uno no puedo estar viendo por la ventana las guacamayas, uno está viendo para donde tiene que ver. Ahora, eso es una cosa y otra es la aspiración de poder, la aspiración política que también marca.
– ¿Cómo fue la relación de Inés Quintero con Ramón J. Velásquez?
Yo conocí a Ramón bastante temprano en mi vida de historiadora, porque quien leyó mi primer libro El ocaso de una estirpe, y dice «ese libro hay que publicarlo», fue el doctor Velásquez. A partir de allí, hubo una relación más próxima. Después hicimos un proyecto en la universidad, Los hombres del Benemérito, una selección de cartas de los colaboradores de Gómez. Luego cuando ingresé a la universidad me tocó trabajar en el Archivo Histórico de Miraflores, que fue una criatura suya. De manera que siempre fue una relación cercana, él como historiador y yo como inquieta por la historia. Después cuando estuvo en la FUNRES (Fundación para el Rescate Documental Venezolano), coincidí con él y trabajé e hice una investigación ahí. La generosidad, la tranquilidad con la que él se relacionaba con la gente era insólita. Y también debo decir que uno de mis grandes honores es que uno de los promotores esenciales de mi ingreso a la Academia fue el doctor Velásquez. Quien se movilizó y se preocupó e insistió en que yo debía ser postulada fue él. Por todas esas razones, tengo más que agradecimiento y reconocimiento, tengo amistad. Para mí fue toda la vida un personaje.
-¿Qué aprendió Inés Quintero de Ramón J. Velásquez?
De los grandes aprendizajes, no solamente de él, de otros historiadores también, está la forma en como se relacionó con la historia: o tú te relacionas con pasión o simplemente no te relacionas. La historia para mí es un motor pasional, y eso lo puedes advertir en un historiador que trabaja en la historia porque le gusta y el que simplemente la vive con pasión. El doctor Velásquez fue siempre un apasionado de su oficio. Prueba de ello es que a donde fuese que estuviese, el cargo que tuviese, la responsabilidad que tuviese, el poder que tuviese, no se desprendía de la historia.
-¿Estaba enamorado de la historia?
Esto es una arbitrariedad, pero yo creo que Velásquez, sin que esto sea una afirmación, disfrutaba más la historia que la política. Tú te sentabas a hablar con el doctor Velásquez y los personajes de la historia de los cuales él hablaba eran muchos más que los personajes de la diatriba política. Para él la historia era una relación con la vida.
-¿Su gran virtud y su gran defecto?
La promoción de la historia, y en este sentido me refiero a que no era simplemente la historia como continuación, sino que pudiera haber posibilidades para que la gente escribiera e investigara en la historia, su trabajo para que la historia tuviese todos esos espacios. Yo hubiese querido, hablando del defecto, que hubiese escrito más. Hay ensayos sueltos, pero hubiese sido fascinante poder tener eso, un siglo XX en la escritura de Ramón Velásquez.
-¿Qué deben aprender los políticos del siglo XXI de Ramón J. Velásquez?
Que estudien historia. A los políticos del siglo XXI, les meneas el mango de la historia y muy probablemente no salgan bien parados. La historia es una herramienta insoslayable, no solamente para la acción política, sino para la comprensión del presente, no puedes andar por ahí en la vida sin saber. Eso es lo mismo que tú no supieras tu biografía, que te digan: «¿dónde estudiaste?» Y respondas «¡Ay, no sé!». Un político del siglo XXI, de cualquier momento de la historia no puede andar por ahí por la vida desconectado de su realidad. La realidad pasa por conocer el proceso histórico que te trajo hasta aquí.
– Si Inés Quintero tuviera que definir con una palaba a Ramón J., ¿con cuál lo definiría?
Íntegro. La integridad fue una fuerza. La integridad frente a la historia, frente la política. En Velásquez hay un concepto de integridad, porque él después que termina la presidencia se va a su casa, quietecito, y siguió siendo un factor de opinión.
-¿Cree que los políticos del siglo XXI deberían aprender de la integridad de Ramón J. Velásquez?
La integridad es un valor esencial de todo para siempre, no solamente para los políticos, los empresarios, los estudiantes, los dirigentes. Tú no puedes andar por la vida con la integridad chueca, mocha. La integridad tiene que ver con la ética, con la moral, con la condición ciudadana. Integridad es lo que se necesita en este país.
La suerte moral de Ramón Jota
Carole Leal, la doctora en historia que se incorpora a la Academia de la Historia, en la silla que dejó Ramón J. Velásquez, y lo hace además el mismo día en que él ingresó a la Academia, el primero de diciembre de 1944, define como la suerte moral de Velásquez aquello que transversalizó su vida y su obra, que gravitaron en torno a la historia y el poder.
“Fue un hombre que tuvo la suerte moral por la que supo aprovechar todas las oportunidades que se le presentaron en la vida. Estuvo siempre en el momento indicado, en el momento oportuno para hacer todas aquellas cosas que él creía que había que hacer. Y eso es rarísimo que le ocurra a alguien en la vida. Lo más destacable es que no rehuyó ninguna, las asumió. Fue director de cuanta colección histórica hubo. Supo decir siempre que sí en el momento adecuado.
En el elogio que le hace a Velásquez advierte Leal que “no se puede ser indeferente a su vida. Toda la obra de Velásquez está pensada para hacernos pensar el poder, la lógica del poder, la lógica perversa del poder. Tú lees sus Confidencias imagnarias de Juan Vicente Gómez, o La vida de Antonio Pares, y te das cuenta de que su interés está centrado en comprender el poder, y eso es extraordinario”.