Venezuela

Maduro: califiquemos el riesgo

Los números de la economía venezolana, lo saben los mercados, los sabe el gobierno chavista,  son un desastre. 

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Foto: AVN

Es completamente normal que las calificadoras de riesgo le otorguen a la economía venezolana el “riesgo país” más alto del mundo.  Los mercados financieros internacionales, que están bastante menos pendientes de Venezuela de lo que Nicolás Maduro pretende, están graficando con éste índice universal, producto de un cálculo concreto, un dato que nadie puede discutir: el lastimoso estado de la economía nacional.

Los números de la economía venezolana, lo saben los mercados, los sabe el gobierno chavista,  son un desastre. En rigor, son una auténtica vergüenza. El tablero macroeconómico venezolano es tan escandaloso, que Nelson Merentes y Rodolfo Marco Torres, entre otros funcionarios que son responsables directos de la crisis fiscal y cambiaria venezolana, y la espantosa maxidevaluación de la moneda de estos años, los esconden, inhibiendo la publicación de balances oficiales. Los datos de la economía venezolana pueden ser reconfigurados gracias a la labor individual de cálculo economistas, firmas y consultoras privadas, que suelen usar como insumo básico parte de lo que se cuela de manos del propio funcionariado oficialista.

Camina Venezuela al cuarto año consecutivo de contracción económica; purgando este año un escenario inflacionario completamente récord en nuestra historia, cercano al 400 por ciento. Este es el segundo año con una inflación de tres dígitos.  La caída de la economía está tocando dimensiones catastróficas.   Es un maremoto que se lleva todo a su paso: agricultura, servicios, manufactura, construcción. La postración acaba con el salario y convierte al empleo en una ficción.  La actividad productiva sobrevive asediada por el hampa.   Las cifras de desabastecimiento podrían haber menguado algo en las últimas semanas: en cualquier caso, hasta no hace mucho estaban cerca del 70 por ciento. La caída de los ingresos petroleros hizo debutar al gobierno de Maduro con un déficit fiscal con toca la escandalosa cifra del 20 por ciento del Producto Interno Bruto.

Tiene el país, además, una dinámica económica completamente disfuncional, burocratizada, corrupta y sobrereglamentada, concebida para problematizar y hostilizar la circulación de capitales, la rentabilidad, la producción, y, en consecuencia, la inversión. El escepticismo de la comunidad internacional en torno a Venezuela encuentra su fundamento en el estado actual de Pdvsa, compañía con su entorno industrial convertido en llamas, endeudada y con sus arcas lastimadas por el pillaje y la corrupción.  Los actores económicos internacionales finalmente han comprendido el contenido de aquella dinámica esquizoide chavista, según la cual es completamente legítimo expropiar a empresarios y nacionalizar o invadir propiedades, para luego invitarlos a invertir en el país.

Además de Maduro, Alí Rodríguez, Jesús Faría, entre otros voceros económicos del chavismo, se han quejado con cierta frecuencia del trato que le dispensan las calificadoras de riesgo a la economía venezolana. Como siempre, el argumento que se blande es el del complot.   Los argumentos más fundamentados venían de Rodríguez: siendo Venezuela un pagador puntual de su deuda, con ingresos a la vista, con su volumen de reservas, con solvencia ante el crédito internacional, la percepción del país es boicoteada por la propaganda interesada. Maduro, que bajo su gobierno ha llevado este argumento al extremo del absurdo, ha llegado a cometer el exhabrupto de plantearle un problema judicial al economista venezolano Ricardo Haussmann, un respetado vocero de la academia en todo el mundo, responsabilizándolo de fabricar la imagen actual del país.

Hace unos 5 años, la órbita de la moneda venezolana basculaba sobre los 50 bolívares; la tasa de inflación estaba en menos de 40 por ciento y el desabastecimiento preocupaba al país porque tocaba cerca del 30 por ciento de la oferta de bienes del mercado. Mientras se profundiza en lo dispuesto en el llamado Plan de la Patria, termina de consumirse en llamas toda la estructura productiva, industrial y comercial del país, consolidando el actual estado de ruina. Productos escasos y cada vez más caros.

Mientras tanto, el dólar paralelo, el cesar de los precios en el reino bolivariano de la economía de puertos, se dispara a dimensiones nunca imaginadas. La inflación asfixia la cotidianidad de todos los venezolanos y nadie es capaz de asumir responsabilidades. Por tercer o cuarto año consecutivo, promete Maduro que 2017 será “el año del nuevo modelo económico”.    El escenario de la hecatombe tiene lugar frente a un presidente y un equipo económico desbordado, insuficiente, sin criterios estructurados de ninguna especie, devorado por los intereses creados y la corrupción administrativa. Los mismos ministros que crearon la crisis siguen frente a sus cargos, premiados por su irresponsabilidad, y no asisten a las interpelaciones parlamentarias a explicarle al país su cuestionable proceder.

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