En el Centro Penitenciario de Aragua, mejor conocido como Tocorón, los que por alguna extraña razón creen que pueden tomar las pertenencias de otro preso, o peor aún, de algún visitante, son sometidos a una extraña sanción: los obligan a juntar las palmas de ambas manos al tiempo que un lugarteniente del mandamás Héctor Guerrero Flores, alias Niño Guerrero, les da un tiro a quemarropa. La lesión ocasionada en ambas manos, además de extraordinariamente dolorosa, quedará como advertencia perenne para otros que hayan pensado hacer lo mismo. Y es, además, la comprobación del indiscutido liderazgo que ejerce Guerrero sobre la población de la cárcel más concurrida del país. “El siguiente tiro será en la cabeza”, me aseguró Andrés —nombre cambiado—, un detenido por tráfico de drogas que se desenvuelve con bastante soltura por los vericuetos de la cárcel. En Tocorón, las faltas se pagan con sangre. Es una norma que no está escrita, pero que se cumple a rajatabla.