Venezuela

"Lo extraordinario, vuelto cotidiano"

¿Por qué no había salido antes la gente que vive en zonas populares en Caracas, y otras ciudades del interior del país a las calles, acompañar a las clases medias en sus planteamientos en contra de Maduro, y del chavismo en general?

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Es una pregunta que, hasta hace muy poco, algunos no paraban de hacerse. Incluso, dada la gravedad de la crisis del país, y las dimensiones de su desplome actual, con un punto de desengaño y amargura.

La respuesta hoy ya luce clara. No había que cavar demasiado hondo. Por lo que hemos visto: cuando éstas han tomado aliento, y se han concretado de forma por demás protuberante, como ha sucedido en estos días, han sido feroz y silenciosamente reprimidas. Por los organismos formales del estado, expresados en la Guardia Nacional y la Policía Bolivariana, y por las famosas organizaciones paramilitares organizadas por el chavismo para reprimir a la población civil, los célebres “colectivos”.

Parte de lo más noticioso que se ha traído este tramo de la crisis, agravada ahora luego el autogolpe de Maduro, lo ha constituido la arrebatada y continua secuencia de protestas que se han desarrollado en varios sectores de Petare; en El Guarataro, en La Vega, en Caricuao, San Juan y El Valle. Protestas en las cuales la gente se incorpora a los llamados de la Oposición, sin televisoras y sin medios de comunicación que las convoquen. Protestas con sus respectivas réplicas, en barriadas similares de otras ciudades del interior. Es una circunstancia que ya no es tan nueva, y que ha tenido incluso ya una expresión política clara, pero que, a estas alturas, consolida una nueva realidad, y el fin de una era en Venezuela: el mito popular chavista; su poderío e influencia entre las masas.

La transición en materia de identificaciones vino a consolidarse luego de estos desastrosos cuatro años de Nicolás Maduro. Ha tenido un claro tiempo de cocción. Los choques escandalosos del liderazgo chavista con las masas han sido demasiados en estos meses. Desde la reacción de Villa Rosa hasta el hastío de San Félix. La crisis económica en curso lleva ya cuatro años, y en el tránsito, sin un auténtico liderazgo, y sin horizontes visibles para la mejora, en un país que se ha convertido en un tormento, el chavismo lo que ha hecho es enanizarse. El cacerolazo ofrecido en El Valle a Jorge Rodríguez la semana pasada se ha constituido en un escándalo.

La tendencia, ha quedado dicho, tenía su curso. En estos años hubo muchas manifestaciones en zonas de clase media popular, como Caricuao, Quinta Crespo o La Pastora, en Caracas; o La Isabelica, en Valencia. Los análisis chavistas de estos años siempre respiraban aliviados, y se burlaban del liderazgo opositor en virtud de que “no tenía pueblo”. El descontento popular siempre quiso se presentado por los propagandistas y tributarios del chavismo como un asunto de gente adinerada, de profesionales de clase media que ha perdido privilegios y que no comprendían la pobreza y el país emergente. Ese era el relato chavista. Ese relato ha terminado. Esa es la realidad que ya no existe.

Lo dicho no pretende afirmar que el chavismo es un movimiento extinto, o inexistente en barriadas, o incluso en las zonas medias de la población. Soy de los que piensa que el chavismo durará años, aún empequeñecido, e incluso que podría volver a tomar aliento en otro contexto como fuerza, si logra purgar su derrota y limpiar su liderazgo. A futuro, puede que subsista atrincherado en zonas apartadas, ruralizadas, y también en dominios populares en los cuales prevalezca de manera particular el agradecimiento o la formación política. Lo que ha cambiado es el parámetro. En este momento, incluso, el propio 23 de enero, el epicentro histórico del chavismo, es un hervidero de descontrol social, irritación popular, cacerolazos en protesta y carencias no atendidas.

Es el fin de una era. Un hito, que debemos integrar para el análisis de una realidad en mutación. Si nos atenemos a aquella vieja conseja, tan invocada en estos años por tantos, cuando entonces parecía imposible, según la cual, “el chavismo sólo deberá preocuparse de verdad, cuando las barriadas salgan a la calle a quemar cosas y protestar contra el gobierno”, tendríamos que convenir en que, a fuerza de equivocarse, de infravalorar y sobrecalcular, la clase dirigente chavista debería tener, hoy, motivos para preocuparse.

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