Los señalamientos de Almagro no dejan de alimentar sus paradojas. El nombre del Ministro Padrino ha permanecido relativamente a salvo de los acalorados debates de este tiempo, gracias a una calculada estrategia declarativa. Padrino, un militar cargado de pergaminos y méritos, ha sabido cultivar con mucha habilidad un discurso oportuno, que quiere lucir equidistante, y sus palabras siempre están recubiertas de una emulsión institucional.
De hecho, a estas alturas, todavía hay gente esperando por Padrino. Incluso en la MUD podemos encontrar figuras que no desean precipitar un emplazamiento al Ministro. Los llamados que hacen los civiles a Vladimir Padrino están buscando el amparo de un arbitraje justo. Son voces desesperadas, demandando contención, en una nación desencuadernada y sin instituciones. En un país donde la justicia no existe para quien no sea chavista.
Si luego de los resultados de las elecciones parlamentarias del 2015, el General en Jefe, Vladimir Padrino, hubiera encabezado un pronunciamiento con una toma del Palacio Federal Legislativo, y la correspondiente ocupación de televisoras y vías de comunicación, en la cual se anunciara que las Fuerzas Armadas desconocían las elecciones que hicieron ganar a la MUD, por no estar inscrito el resultado en los lineamientos de la Unión Cívico Militar, todo el mundo lo habría tenido como un auténtico general golpista. Claro, eso no es lo que ha hecho Padrino.
Vladimir Padrino es el costado militar de la Unión Cívico Militar: una conjura silente, cuyos contenidos no son de dominio público, que un puñado de individuos civiles y militares mantienen en vigor dentro del mundo de las armas, que prela sobre las obligaciones constitucionales, y, lo que es peor, que hoy condiciona y adultera el vínculo tradicional existente entre los civiles, el pueblo venezolano, y los hombres de uniforme.
Durante varias décadas, el lazo de la nación con las Fuerzas Armadas Venezolanas presentaba un vinculo sólido, fundamentado en la confianza y el carácter sagrado de la institución del voto. Si algo aprendimos varias generaciones de ciudadanos estos años ha sido a confiar en el Plan República; en el carácter profesional del Ejército ante las citas consultivas y los dilemas de la política. En la absoluta certeza de que a nadie se le iba a ocurrir cuestionar o amañar unas elecciones con argumentos conexos. Incluso, aunque en lo personal no le gusten.
La Unión Cívico Militar ha llegado a la política venezolana con una disposición nueva: el pueblo venezolano puede votar, pero los militares, y algunos civiles, se reservan el derecho a decidir cual es la realidad que emergerá del acto de votación. Podemos votar, claro. Lo que no podemos es decidir.
Concretada la victoria de la MUD, en Diciembre del 2015, ese misterioso comando invisible que llaman la Unión Cívico Militar, diseñó un plan para dejar sin efecto, no sólo el voto, sino el contenido político, y el carácter moralmente obligante de su resultado, que tanto Padrino, como el resto de los integrantes del Alto Mando Militar, estaban obligados a respetar y hacer respetar.
Maduro, Cabello, El Aissami, Cilia Flores, Amoroso, Hermánn Escarrá, entre otros políticos en el poder, se complotaron para diseñar la estrategia que vaciaría de contenido y dejaría sin efecto la masiva jornada de votación de aquel diciembre de 2015. El plan concebido para maniobrar de espaldas al país y a la Constitución.
No sabemos si Padrino estuvo presente en aquellas conjuras de carácter faccioso y antirrepublicano. Lo cierto es que, respecto a ellas, no ha hecho absolutamente nada. Las ha respaldado, las ha validado y las ha hecho posible, desde la realidad implícita del poder de fuego de las armas. El terreno donde la política cambia de idioma. Así se concretó el nombramiento de los “magistrados express”; se hizo pública aquella apócrifa denuncia de fraude de Héctor Rodríguez; se instituyó el “desacato” y se hizo lo necesario para que en Venezuela no exista posibilidad de legislar.
Padrino no necesitaba sacar los tanques para decirle al país que no aceptaba aquellas elecciones: sus compañeros civiles de la Unión Cívico Militar adelantaron, por él, una estrategia para vulnerar el voto, y él les prestó un oportuno concurso para imponer las cosas por la vía de los hechos.
Durante más de un año se organizan en el país concentraciones multitudinarias pidiendo elecciones, demandando un calendario electoral honrado, exigiendo que cese el cerco a un Poder Legislativo completamente legitimo. Clamando, sobre todo, porque se honre el espíritu que toca de arriba abajo la Constitución del 99: su carácter consultivo y su perfil protagónico.
Los excesos institucionales del chavismo; la neutralización, sin explicaciones, del Referéndum Revocatorio; el interés del Tribunal Supremo de Justicia por usurpar el fuero legislativo; la imposibilidad de la Asamblea Nacional de ejercer sus funciones, produjeron, hace poco más de un mes, un claro planteamiento de la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, denunciando la ruptura del orden constitucional en Venezuela. Ni siquiera eso ha sido suficiente para Padrino.
El Poder Legislativo es una institución sagrada en los países con instituciones y honor. Más, incluso, que la propia Presidencia de la República, tal y como lo sostiene Jean Jacques Rousseau -padre del pensamiento político moderno; autor de enorme influencia en los valores de Simón Bolívar–, en una de sus obras fundamentales, “Del Contrato Social”.
Y bien, mientras el pueblo venezolano sale desesperado a protestar, ante un inexcusable estado de escasez, de comida, de medicinas, de repuestos, de aspectos esenciales para llevar una vida normal, y sigue exigiendo que se publique un calendario electoral, el próximo mensaje de Padrino para concretar por la vía extralegal el Golpe que no quiso dar en la madrugada del 6 de Diciembre de 2015, ha sido apoyar, al día siguiente de ser formulada, la propuesta de Constituyente Comunal de Nicolás Maduro. El certificado político de la Mala Fe.
Lo que nos ofrece Padrino es que concurramos serenos a la Constituyente Comunal de Maduro: que nos atengamos a sus bases comiciales, aunque no las quiera consultar con nadie; que votemos por sujetos de sufragio de carácter precocinado y amañado; y que tampoco nos molestemos por andar conociendo sobre las resoluciones de esa hipotética Asamblea, aunque tengan un impacto fulminante en nuestras vidas y las de nuestras familias, porque tampoco se las van a consultar a nadie.
Vladimir Padrino sabe que con mostrar un calendario electoral honesto y con dejar en paz a la Asamblea Nacional sería suficiente para conjurar esta dolorosa crisis. De lo que se trata es de colocarle un límite al fin del estado de derecho. Pero no. Padrino se cuadra con la Constitución a veces, los martes por la tarde, cuando lo entrevista EFE, cuando no anda de mal humor. En esos momentos, nos recuerda que está tolerando el multipartidismo, que aquí nadie va preso por opinar, y que lo más normal del mundo es que el chavismo siempre sea gobierno.
Por primera vez en más de 60 años, las Fuerzas Armadas Venezolanas se burlan del voto; desconocen y escamotean de esta forma un pronunciamiento popular. Mientras, en el país tiene lugar una severa crisis humanitaria y económica, con un cuadro hiperinflacionario jamás registrado en nuestra historia, y una contracción del Producto Interno Bruto que alcanza los niveles de la Depresión. El hampa, por su parte, se apropia cómodamente de las calles y los campos venezolanos.
Vladimir Padrino debería reconsiderar seriamente su papel en esta crisis. Debería pensar en cómo será recordado en el futuro. Ningún militar de su rango e había atrevido a tanto. Toda Venezuela se está dando cuenta del cambio de idioma que, con su patrocinio, tiene lugar en las Fuerzas Armadas. Debería pensar lo mejor, si no quiere pasar a la historia como el co-autor de una de las tragedias históricas más graves de este país desde su propia fundación.]]>