Micaela dice que está cansada de ir al trabajo en camionetica cuando el Metro de Caracas cierra La Hoyada, estación que queda a dos cuadras de su casa. Exhausta de quedarse hasta tarde en la oficina porque en El Rosal siempre hay enfrentamientos entre manifestantes y funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana. Está desesperada porque cada vez que abre la nevera no tiene nada para comer porque no ha tenido oportunidad de hacer un “buen mercado”. Aburrida porque siente que esto “no va para ningún lado”. A más de 60 días de protestas en las calles, Micaela está hasta la coronilla del Gobierno… y de la oposición.
“Ni ellos mismos saben qué más hacer para mantener a la gente en la calle. Siguen convocando a las marchas, ¿pero realmente se va a lograr algo? ¿En qué va a terminar esto? Si la situación es como en 2014, no vamos a llegar a nada”, expresa Micaela, madre soltera de 32 años, quien confiesa que prefiere enfocarse en trabajar para mantener a su hijo de 6 años.
Gabriela siente que pierde su tiempo cada vez que va a su trabajo, en un colegio en Los Palos Grandes. Pocos niños asisten a la escuela, a veces apenas dos alumnos llenan los pupitres. Pero cada vez que no puede llegar a la institución, los padres reclaman porque sus hijos “pierden muchas clases”. “No sé qué es lo que ellos quieren. No mandan a los niños cuando hay marcha y si uno se ausenta un día, se quejan. No puedo hacer milagros si me cuesta llegar hasta acá”,explica la docente. “Las marchas nos afectan a todos. Entre las trancas y el cierre del Metro, no puedes tener una vida organizada”, suelta con desespero.
A Jesús le molesta que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no logre ponerse de acuerdo en ninguna de las decisiones sobre las cosas que se quieren lograr, a pesar de que piensa que es necesario mantenerse en las calles. “No tiene sentido seguir en la calle sin estrategia, porque aparte de las movilizaciones, ¿qué más están haciendo? Se tienen que preguntar qué país le ofrecemos a Venezuela con la lucha que se va a emprender”, explica.
Considera que la dirigencia opositora debe definir una estrategia, que no revele en su totalidad, pero que le dé a la gente una claridad de hacia dónde se va con las protestas. Para él, es imprescindible que se fije un objetivo, porque no lo ve claro. “Las protestas agarraron a la oposición por sorpresa con un proceso de reestructuración interna que no han concretado todavía. No hay que dejar la calle, pero sí definir una forma de seguir que pueda resultarte efectiva. La gente tiene que sentir que se está logrando algo y hasta ahora no se ha alcanzado nada”, asegura el profesor universitario.
Francisco piensa diferente. Cree que criticar a la oposición es absurdo. Sin importar si las decisiones tomadas por los dirigentes políticos han sido buenas o no, afirma que juzgar lo que se ha hecho es “echarle tierra” a todo lo que se ha logrado hasta este momento.
“Si eres opositor, deberías apoyar la lucha sin importar qué. Aquellos que critican no son muy diferentes de los chavistas”, dijo el ciudadano de 43 años.
Para él, la lucha sí ha tenido sus puntos positivos: la comunidad internacional sabe lo que pasa en Venezuela, Estados Unidos ha sancionado a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia y hasta la Constituyente es una prueba “evidente” que la presión en la calle ha funcionado. Al comerciante no le importa que sus ventas han caído y que sus empleados no siempre puedan llegar a trabajar: “Lo que sea para salir de este Gobierno”.
Por su parte, Martín, junto a sus primos, trae verduras y hortalizas desde Táchira para venderlos en un depósito en Catia, al oeste de la ciudad. Ha trabajado durante tres años en ese sector, de miércoles a sábado, sin falta. Su próspero negocio se vio afectado tras las protestas que iniciaron hace dos meses: pasó más de dos semanas sin poder viajar hasta Caracas y surtir de productos su local, no solo por no poder agarrar carretera, sino por miedo que le robaran su mercancía.
“Uno lo que quiere es trabajar, darle de comer a su familia. A mí no me importa la política o si se caen a piña; que ellos resuelvan sus asuntos”, expresa con frustración el tachirense, quien comenta que sus clientes bajaron luego de tener dos semanas con la santamaría abajo.
Aun cuando muchos se han visto afectados por las constantes protestas opositoras, otros le han encontrado el queso a la tostada. Jefferson, mototaxista, solo ha tenido trabajo, trabajo y más trabajo. Desde que iniciaron las concentraciones, hace más de 60 días, sus ingresos diarios han aumentado gracias a las trancas y al constante cierre del Metro de Caracas, que decide «no prestar servicio comercial por medidas seguridad y orden público». Su moto ha sido el medio favorito por todos para sortear los obstáculos en las vías y llegar a casa “sanos y salvos”.
El trabajador de la línea en Los Cortijos cuenta como ahora todos sus compañeros siempre están ocupados y cómo ganan el doble de lo que ganaban antes. Sin embargo, piensa que la lucha tiene que ser “más fuerte” porque según su punto de vista «lo que se ha hecho hasta el momento, no ha funcionado».
La rutina
Aunque el gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles Radonski, mantiene que “parte de la dinámica es que no hay que caer en la rutina», Enrique piensa que el guion se repite, una y otra vez. “Siempre es lo mismo: convocatoria, concentración, marcha, represión, heridos. Y al día siguiente es lo mismo. Cada día es un deja vu, por eso dejé de ir a las calles».
Por su parte, Pedro, estudiante de Derecho, asevera que “ahora más que nunca” la gente tiene que continuar en la calle. “A veces la oposición le ha pasado por encima al pueblo porque no hacen convocatorias que tienen total respaldo de la gente. Pero hay que internalizar lo que está pasando y volcarse totalmente a las calles, de una forma mucho más organizada y contundente en la calle”, dice sin una pizca de duda el estudiante de 23 años.
También, para algunos, la situación en la calle se está saliendo de control. “Esos guarimberos están desvirtuando la lucha de la mayoría. Trancar las calles, quemar cosas y pedir limosna no es la forma correcta de salir de este Gobierno. Tenemos que demostrar que somos pacíficos”, sostiene Rosa, ama de casa y madre de dos jóvenes, quienes continuamente salen a marchar atendiendo el llamado de la Unidad.
Laura coincide: “no soporta a los radicales”, de lado y lado; los que solo van a marchar y los que se “desentienden del rollo”. Afirma no “aguantar” la crítica de sus familiares cuando a veces sale con sus amigos. “Creo que hay tiempo para todo. Yo trabajo y cuando puedo voy a marchar. ¿Qué tiene de malo que de vez en cuando me tome unas birras con unos amigos? No por eso soy indiferente”.
Para ella, lo peor es dejarse “enfermar” por la situación. “Hace días leí que es bueno dedicarse tiempo para uno: leer, dormir y comer lo suficiente. Uno no puede abandonarse por una lucha. Porque si termina, ¿cómo vas a estar tú mental, emocional y físicamente?”.
¿Lucha estudiantil?
Emperatriz está preocupada porque podría perder su semestre. La estudiante de la Ingeniería Civil en la UCAB explica que la intermitencia de las clases ha “complicado” el cronograma de evaluaciones. “En mi caso, algunos profesores han flexibilizado, pero otros no. Y hemos salido perjudicados”, asegura la joven de 23 años.
“Y con todo esta situación, qué ganas, dedicación o motivación va a tener uno para ponerse a estudiar. Ha sido muy difícil llevar con normalidad tu vida académica”, sentencia. Además, perder un semestre en una universidad privada implica perder “un dinero que no se tiene”. “No quiero perder un semestre que pagué”, dice convencida.
Aunque considere que las marchas “no están sirviendo de nada”, no está de acuerdo con que dejen de convocarlas. “Todo este rollo no puede haber sido en vano”, declaró. Para ella, sí ha bajado “el furor de las protestas”, a pesar de que cada día en puntos como la autopista Francisco Fajardo, Altamira y El Rosal se registran enfrentamientos entre la Guardia Nacional Bolivariana y los manifestantes. “No sé qué se tiene que hacer, la verdad”, confiesa.
Para Jackelyn lo importante es continuar con las clases, cambiando las modalidades de evaluación y entrega. La universidad no debe cerrar sus puertas. “Las protestas y los estudios pueden darse de manera simultánea, uno no puede dejar de formarse”, comenta la estudiante de décimo semestre de Relaciones Industriales. Herramientas en línea, lecturas en casa y plataformas digitales son las “ideales” para seguir con los estudios.
Los jóvenes venezolanos han dado la cara en la calle, desde las protestas en 2014. 61 días de lucha han dejado 62 muertos, según información de la Fiscalía, y en su mayoría han sido estudiantes.
A Emilia le molesta la indiferencia de sus compañeros. Mientras ella manda las convocatorias de la oposición y la cifra diaria de heridos o detenidos en el grupo del salón, los demás están pendientes de la próxima entrega y de si cancelaron la clase del día. “¿Cómo pueden pensar en clases mientras en la autopista la Guardia reprime sin piedad a la gente? Son unos inconscientes”, apunta la estudiante de Comunicación Social.
Rodrigo no tiene cabeza para estudios. Su foco es uno: las protestas. “Yo me siento mal estando metido en un salón de clases cuando la gente vive en una burbuja”, explica el estudiante. Su universidad ha implementado un “régimen de flexibilización” para no contar las inasistencias y ser comprensivos con las entregas. “Cuando hay marcha, algunos profesores cancelan las clases. Y aun cuando no las cancelen, igualmente voy a las protestas», admite.
“Ya no me importa cuántos días sean. Que sean los que deban ser necesarios, que sean los que este país necesite. No importa cuántos días sean, pero hay que hacer valer nuestra lucha”, manifestó Rodrigo, mientras se prepara para salir nuevamente a las calles.
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