Los boicots acarrean, sin embargo, grandes costos de oportunidad. Cuando los grandes partidos de oposición deciden boicotear una elección, estos pueden enfrentarse a dos puntos de vista por parte de la opinión pública: pueden parecer unos demócratas que son fieles a sus principios de no participar en un juego antidemocrático, o pueden parecer unos competidores mediocres que inventan excusas para no sufrir una derrota en las urnas.
Más aún, si los partidos opositores participan bajo protesta, terminan luciendo débiles ante la opinión pública. Esto le pasó a la oposición en Venezuela hasta 2015.
No obstante, el participar en una elección ofrece recompensas concretas para la oposición especialmente en el corto plazo: exposición pública, oportunidades de gestión y manejo de recursos, acceso a patronaje, etc. Pero más importante: le ofrece la oportunidad de cambiar las condiciones estructurales del juego e introducir uno más democrático. Esto lo entendió la oposición luego del boicot electoral del 2005 y la derrota electoral de 2006.
Este costo de oportunidad conlleva entonces el siguiente dilema para los opositores: participamos y así desnudamos las debilidades y el carácter autoritario del régimen en la arena electoral -esto pasó desde el referendo consultivo de 2007 hasta las parlamentarias de 2015- o no participamos y buscamos hacer lo mismo, pero en mejores condiciones -esto es lo que parece estar planteado con la convocatoria a la ANC este 2017.
En la medida que la oposición logre convencer a los electores que las elecciones convocadas son una farsa, esta estaría imponiendo un costo de legitimidad al régimen. Sin embargo, mientras que este costo de legitimidad puede ser burlado por el gobierno, el costo de oportunidad que la oposición se autoimpone al no participar tiende a ser más visible, especialmente cuando el régimen tiene alta capacidad para manipular la opinión pública -como es el caso en Venezuela.
Este dilema, como todos los dilemas, implica que la decisión de boicotear una elección sea, al menos, dolorosa. Más allá de un simple análisis de costo beneficio, esta decisión requiere de intuición política por parte de la oposición. Esto se debe al hecho de que, si bien grandes costos de oportunidad deberían inhibir a la oposición de boicotear una elección, estos también podrían traer grandes beneficios reputacionales.
Estos beneficios hacen del boicot un acto heroico y por ende atractivo como medio informativo a los electores. Entonces, el gran costo que acarrea salirse de una elección también mejoraría la credibilidad de los partidos de oposición, si esta puede capitalizarlo. Es decir, si la oposición logra disipar la sospecha de que se está retirando porque “es mediocre y no tiene apoyo popular”, esta estaría haciendo que el beneficio reputacional sea mayor al costo de oportunidad.
¿Cómo hacer que el beneficio reputacional sea mayor al costo de oportunidad?
Esta respuesta depende de tres factores. El primero es la estructura de la sociedad. Los niveles de educación, riqueza, comunicación, desigualdad, costo de la vida y dependencia externa, por nombrar los más relevantes. Sin embargo, la estructura de la sociedad no es más que una foto del terreno sobre el cual se estaría realizando el evento electoral. Es decir, la estructura social simplemente provee a los actores (gobierno y oposición) con información sobre la cual pueden elaborar sus estrategias.
El segundo es la estructura institucional. Este se refiere a cómo funciona el sistema político y cómo se activa para preparar el evento electoral. Sistemas presidencialistas y donde las reglas electorales favorecen al partido de gobierno, son aquellos en donde históricamente han proliferado los boicots.
En Venezuela, si bien en el pasado la experiencia con boicots ha sido altamente no satisfactoria (parlamentarias 2005), las condiciones actuales son diferentes: un contexto de mayor polarización política, el tipo de elección planteada, la forma en que ha sido convocada, el conflicto entre instituciones del Estado y la pérdida de credibilidad que sufrió el CNE cuando canceló el referendo revocatorio, hacen que la propuesta de ANC cause bastante suspicacia en la población.
A pesar de estas señales, algunas personas han señalado que los altos niveles de popularidad de la oposición pueden hacerla ganar la mayoría de los diputados. Sin embargo, los hechos mencionados en el párrafo anterior parecen haber elevado la incertidumbre de la oposición de forma importante: en estas circunstancias, parece que, sin información más completa, un actor racional no entraría en este juego, planteando entonces uno más equilibrado.
El tercer factor es la coyuntura. En un entorno donde las condiciones económicas empeoran y los niveles de represión, persecución, inhabilitación y censura son altos, uno esperaría que los boicots emergieran como un acto de defensa propia por parte de la oposición (caso Zimbabue 2008), pero también pudiéramos esperar que esto los obligaría a participar bajo protesta (para no perder espacios).
La evidencia muestra que el primer planteamiento tiene mayor probabilidad de ocurrencia: a medida que la represión, persecución, inhabilitación y censura aumentan, aumenta también la probabilidad de boicot. Lo mismo sucede con las amenazas, en la medida que las protestas no sean contenidas y haya deserciones en las filas del régimen, la probabilidad de boicot aumenta .
En resumen, la respuesta parecer ser que, en regímenes autoritarios, el intento de imponer un evento electoral en condiciones cuestionables y entornos volátiles hace que los beneficios reputacionales del boicot sean mayores a su costo de oportunidad. Es decir, en estos casos, el boicot se convierte en una opción real por parte de la oposición.
¿Han sido exitosos los boicots?
La evidencia es mixta. Mientras que los boicots tienden a elevar la probabilidad de democratización, también elevan la probabilidad de que haya un quiebre que desemboque en un régimen más autoritario que el anterior. No obstante, episodios anteriores sugieren que para que un boicot abra la puerta democracia, todos los actores opositores deben estar unidos. Los boicots parciales no solo fracasan, sino que empeoran más las cosas.]]>