Venezuela

¡Por conejos!

Estamos en el reino de “dame un millardito”: un lugar tenebroso donde las políticas públicas se deciden por espasmos en medio de una cadena nacional. Es un lugar que no funciona ni siquiera bajo un chorro de plata, mucho menos en medio de una crisis demoledora.

Publicidad
Por Fátima dos Santos

Pero hay gente que no aprende, y sigue sustanciando la sección de contra ejemplos de un potencial texto de políticas públicas. Y así, quienes ya hemos sido espectadores abismados de la ruta de la empanada y la harina de plátano, luego tuvimos que pasar por los gallineros verticales y la agricultura urbana y, apenas ayer, por la Misión Conejo.
A pesar de estar desalentados por este eterno da capo, todavía conservamos energía para analizar algunas cositas de la más reciente y desafortunada propuesta de Bernal, quien, a según, ya trató incluso de implementarla enviando tropas de conejos a ciertos barrios. Dice el muchacho que la gente tomó cariño a los animales, y que en lugar de guisarlos, les puso un lazo. Y hasta allí llegó ese importante programa social… por lo cual hay que relanzarlo, pero previniendo a los usuarios contra el afecto. Por supuesto, su propuesta estuvo aliñada con el sofrito usual: la guerra económica, la carne capitalista que ellos quieren que comamos, etc.
Ni siquiera la audiencia cautiva de Bernal se tomó el asunto en serio: estaban partidos de la risa en cadena nacional (¡ah… esas libertades latinoamericanas!), pero yo sí haré el esfuerzo, porque soy así de malempatada y porque perdí mi tiempo durante tres años estudiando un postgrado de políticas públicas.
La Misión Conejo fracasará, y no por la debilidad de los corazones de la patria, sino porque hay una distancia interestelar entre una idea graciosa y un programa social. El punto no es que “nos da cosa” matar un conejo, sino que no hay condiciones para la cría. Es ridículo imaginar un criadero serio de conejos corriendo por la sala, o apilado en jaulas en el balcón. De hecho, gracias a Dios no tomamos en serio a estos micos, porque desataríamos epidemias intentando mantener gallinas, cochinos y conejos en cada secadero.
Y dándole un pelín de profundidad al asunto (y eso que no soy ministro), los animales comen, y si usted tiene gatos o perros sabe lo difícil y costoso que es conseguir pienso. No hay conejarina. No hay balanceado para pollos. No hay vitaminas. Ya raquetearon Agroisleña y nos dejaron con la agricultura de la edad de piedra. Por eso el kilo de tomate está a 20.000. Supone uno que la idea será alimentar al conejo que vive en el balcón con las zanahorias que se cultivan en los porrones de matas, pero… no hay semillas de zanahoria.
Y por cierto, hablando de ese tema, también se sabía que la agricultura urbana iba a fracasar. Entre otras cosas, porque jamás sacaron ni siquiera un tríptico o un micro de radio de tres minutos diciendo cómo se siembran los tomates. Yo, que por bohemia he tratado de cultivar desde romero hasta coles de Bruselas, puedo decirles que eso no funciona así. Pero cuento con que en cualquier momento aparezca un exgolpista explicándome que las papas se me pudren por floja.
La tierra es noble, pero no tanto. Hay que tener conocimiento, insumos, dinero para invertirle y así lograr un retorno medianamente razonable. La Misión Conejo me hizo recordar a mi vecino portugués que, en una sesión improvisada y traumática para todos, sacrificó a la mascota-cría de la familia y tuvo que botar el guiso, porque hasta para hacer la matanza hay que saber. Si el animal se estresa, si no se desangra bien, es incomible. Y eso lo sé hasta yo, que soy psicólogo.
Estos chispazos gubernamentales de ninguna manera resuelven el problema, pero claramente intentan diluir las responsabilidades. ¿De quién es la culpa de que usted no tenga carbohidratos? De usted, porque no tiene mano ni para la yuca ni para las batatas. ¿Y de que no coma carne? De usted, que no ha criado gallinas, ni cerdos, ni conejos en su apartamento.
Bernal se lo dijo, el presidente se lo dijo, y se lo dijeron varias veces. Allá usted si no escuchó. Se morirá de hambre, por porfiado. O por conejo, porque el país votó por esto.]]>

Publicidad
Publicidad