Venezuela

Ese tiempo que marca nuestros pasos en estos días

Una de las actividades más corrientes durante estas fechas, es la renovación de promesas y buenos deseos para sí y para los que nos rodean.  En una suerte de coctel y brindis electrónico, las redes sociales se llenan de felices años y de luces que iluminen los caminos, entre otros cientos de frases hechas y contrahechas.

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Lo que determina toda esta vorágine de sentimientos, anhelos, miedos, etc., sobre todo en un país con tantos problemas como Venezuela, es una medida, la del tiempo. Mas allá de la búsqueda de un motivo para celebrar o para sumergirnos en la nostalgia de evocar la memoria de los que ya no nos acompañan en esta senda terrestre y quizás extraterrestre (por el surrealismo tropical en el que estamos sumergidos), los 31 de diciembre y 1 de enero, son una fecha más, nada cambia mucho el día antes, ni el día siguiente de un nuevo año.  Las miserias siguen siendo miserias, las alegrías siguen siendo alegrías. La maldad y la bondad, la justicia y la injusticia, siguen incólumes, al menos en el corto plazo de un año.

Tan relativo es el asunto de la medición del tiempo, que el Papa Gregorio XIII, en febrero de 1582, hizo público un documento que establecía el calendario Gregoriano como el nuevo calendario oficial del mundo católico. El calendario previo, el Juliano tenía 10 días de diferencia, por lo que el Papa decidió que el 4 de octubre de 1582 sería seguido por el 15 de octubre de 1582, y así, de un solo “guamazo” desaparecieron 10 días de la historia.  Esta no ha sido solo una atribución papal, muchos personajes históricos, y no tan históricos han hecho lo propio torciendo la historia o contándola de una manera tal, en donde desaparecen hechos y se agregan otros que nunca tuvieron lugar.

Del tiempo absoluto, maquinal de Newton, en donde con suficiente “tiempo” y capacidad de calculo se hubiera podido “hipotéticamente” tomar el estado actual del universo, y aplicarle ecuaciones con sus variables y echar el reloj para atrás o para adelante obteniendo así la historia o el futuro del universo, pasamos al tiempo de Einstein, totalmente diferente y relativo, en donde espacio y tiempo no son inmutables, sino que cambian de acuerdo con el observador. Un mundo estrechamente ligado al del observador. Un tiempo que cambia en relación con el movimiento de quien lo mide, y en el cual el espacio también se modifica.

Cuando proyectamos los cambios positivos para el futuro, para nosotros, nuestros seres queridos o para el país, con un poco de fe y optimismo, el largo plazo podría encargarse de obrar en su concreción. El optimista irremediable, siempre apuesta a ello. Los cambios en algún momento llegan, la anhelada justicia se hace cargo de las tareas, aunque casi siempre se tarda. El irremediable pesimista dirá que los cambios positivos nunca tendrán lugar, toda irá para peor. El universo es altamente entrópico con una tendencia creciente al caos. El irremediablemente realista, como lo soy, dice que a pesar de que el largo plazo podría obrar para bien, nuestro paso por esta convulsionada aldea se mide en términos mas cortos, y para ver los cambios durante está breve estadía, hay que trabajar en ellos.

Como escribió mí “eternamente” admirado Borges: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.” Y yo desgraciadamente, soy un venezolano que sueña con un mejor futuro para Venezuela.

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