Venezuela

No sólo fue la yuca amarga, a los 6 niños en Aragua también los mató la miseria

Miseria, la falta de insumos médicos, la codicia y el hambre se conjugaron esta semana para provocar la muerte de seis niños y un adulto en el céntrico estado Aragua, todos intoxicados por comer yuca amarga, un alimento potencialmente letal para el consumo humano. 

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FOTOGRAFÍAS: DANIEL HERNÁNDEZ | EL ESTÍMULO

En una casa azul al borde de un despeñadero en Las Tejerías, en el empobrecido municipio Santos Michelena viven ocho personas, hasta el domingo eran diez, pero el tubérculo y el infortunio de vivir en un país que sufre un drama humanitario silenciado mató a Yemerson Rojas (6) y a Brayan Rangel (5).

Cristina Villaparedes es la tía de los fallecidos, vive al final de la calle de tierra en este barrio en una ladera, donde se encuentran enclavadas casas a medio construir, con servicios públicos precarios.  Denuncia que sus sobrinos no murieron por comer basura, sino por la yuca “Hubo ciertos medios que dijeron que nuestros niños comían desperdicios. Eso no es verdad”, dijo la mujer a El Estímulo.

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Desconoce cuál es la verdadera razón de la muerte de los menores y del adulto ocurridas a cuentagotas desde el 10 de febrero. En las actas de defunción no hay detalles, sólo que murieron por intoxicación .“No especifica si fue por la yuca o no”. Como en otros casos de muertes por hambre, el silencio oficial se impone.

De hecho, funcionarios de la policía política Sebin «visitaron» sin orden judicial la residencia y el consultorio del directivo del Colegio Médico de Argaua, Feder Álvarez, por denunciar la muerte de los infantes.

#16feb #SEBIN realizó «visitas» sin órdenes de un tribunal a la residencia y consultorio del médico pediatra @FederAlvarez, directivo del Colegio Médico de #Aragua por haber alertado sobre casos de intoxicación con yuca amarga. @SVPediatria emite comunicado pic.twitter.com/I2YgoS38NV

Villaparedes recuerda que su hermana, madre de los pequeños les preparó el 10 de febrero una sopa con cambur, granos y la yuca sin saber que estaba envenenada. El menú es el típico que consume una familia pobre común en Venezuela, el país que esta semana se ubicó por cuarto año consecutivo como el más miserables del mundo según el índice elaborado por Bloomberg.

Los productos fueron comprados en el pueblo cercano, en donde hasta el 13 de febrero había tarantines con las verduras que la Alcaldía del municipio decomisó tras las muertes.

Eran alrededor de las 2:30 p.m. cuando de la precaria cocina de cuatro hornillas fue vertido el caldo a los platos plásticos. De ahí comieron Brayan y Yemerson. Dos horas después los niños mostraron signos de  intoxicación: estaban mareados, sus labios se tiñeron de morado y en seguida los adultos supieron que debían ir corriendo al hospital, recuerda la tía.

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La abuela pidió ayuda a la comunidad, y a pie bajaron el cerro hacia la avenida más cercana. La urgencia los obligó a parar el tránsito para conseguir alguien que los llevara hasta el ambulatorio más cercano. No había mucho que hacer y los niños fueron referidos al hospital de La Victoria, luego al de Maracay un lugar donde no se consiguen ni gasas para atender a los pacientes. Los niños no aguantaron tanto trajín, fallecieron en la capital de Aragua, en fechas distintas.

Los padres de los menores no se encontraban en el sector La Línea al momento de la entrevista. Estaban en Maracay resolviendo unos asuntos referentes a la muerte de sus hijos. La vida de esa familia se debate en la miseria. Sus ingresos dependen exclusivamente de la reventa de los objetos que consigue el padrastro de los niños en un vertedero de basura cercano.

Al igual que millones de venezolanos, la familia de Brayan y Yemerson se acuesta usualmente con el estómago vacío, sin dos de las tres comidas. “Comemos lo que podemos y lo que conseguimos en el mercado, yuca, auyama, ocumo, papa y monte. Si acaso arroz, pero picado, aunque ya no se consigue”, asegura Villlaparedes.

Los 500 mil bolívares que gana el padrastro de los niños no rinden. “A veces son 300 mil. Eso depende de cuanta basura colecte en el vertedero. Hay días buenos, otros malos”, dice la tía, mientras soba su vientre hinchado por el bebé que lleva cinco meses gestándose. Él será su sexto hijo. Mantenerlo será difícil porque tanto ella como su hermana son amas de casa, afirma.

En la vida de la familia las cosas se complicaron porque el dinero no alcanza desde hace mucho. “Me gustaría que las cosas mejoraran, antes no era así”. Además, se les hace difícil conseguir efectivo para pagar los gastos básicos del hogar, los cuales no llegan a cubrir.

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Aún no puede aceptar que sus sobrinos murieron. “Me sentía como la segunda madre, los cuidaba, jugaban con mis hijos, los veía a diario y ahora se fueron”.

El primer golpe lo recibió el domingo a las 10:00 p.m. mientras veía televisión; Brayan había fallecido una hora antes. El lunes fue el turno de Yemerson. Los médicos no pudieron hacer nada para salvarlos;  la falta de insumos y las precarias condiciones en el hospital incidieron en las muertes, afirma Villaparedes.

Luego de las muertes tuvieron que esperar hasta el jueves para enterrar a los menores. “Hubo problemas con los certificados de defunción y no los querían entregar, cuando  lo hicieron ya Yemerson olía mal”, afirmó.

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Por su precaria condición económica se les hacía imposible costearse velorios y entierros. Sin embargo el alcalde de Santos Michelena, Pedro Hernández, corrió con  todos los gastos. Ellos se sienten agradecidos.

 La avaricia mata 

En el pueblo ya no se ven los vendedores de la yuca que acabó con la vida de los niños y el adulto. Quedan apenas tres o cuatro tarantines que ofrecen cebollín, plátano y tomates. Johana Ramos es una de las pocas que vendía hortalizas en Tejerías en la mañana del viernes. Dice que lleva dos años en el oficio y nunca ha vendido yuca. “No me gusta, no se vende rápido”, afirma.

Ella vio como los funcionarios del municipio se llevaron los tubérculos tras conocerse las muertes. “Eso fue hace dos días. No perdonaron a ningún revendedor. Yo me salvé porque lo que vendo son ajíes y cebolla”, cuenta.

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Al lado de Johana está un hombre que no quiso identificarse. Explica que hay personas inescrupulosas que roban la yuca a los agricultores sin importar si es amarga o no, por lo que aprovechan de venderla, y la gente las compra creyendo que son comestibles así mismo sin procesar.

La yuca amarga es usada para fabricar el casabe, pero antes debe ser procesada para eliminar los contenidos tóxicos de su jugo.

Carlos Niño, un hombre de 62 años, se desempeñaba como campesino durante tres décadas, en Calabozo, estado Guárico. Conoce la yuca amarga y, a su juicio, el problema de la venta parte de la fiscalización, «porque nadie controla la venta» del producto, cuenta.

“Hay que averiguar por qué estas personas tienen la yuca, quién se las vende y quienes se la venden a estas persona, hasta llegar a las haciendas”, asegura.

Para el agricultor, la avaricia es una de las responsables de las muertes. “Esas personas saben cuál yuca es dañina y cuál no, pero la compran porque es más barata, por lo que ellos la venden al precio normal y ganan más dinero”.

Ventas a costa del hambre

Los afectados por la intoxicación no fueron sólo los fallecidos. Hubo más personas intoxicadas por el consumo de yuca amarga. En el ambulatorio Andrés Eloy Blanco, de Las Tejerías, se registraron más de 30 casos entre domingo y martes. Brayan y Yemerson estuvieron ahí, trabajadores del centro afirmaron que su estado era crítico.

“Tenían cianosis peribucal, somnolencia, dolores abdominales, palidez corporal y sudoraciones, síntomas de envenenamiento. Ellos no estuvieron aquí ni 10 minutos. Les dieron hidratación y oxígeno, luego los remitieron a los hospitales”, explicó un trabajador del lugar a El Estímulo.

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Esa persona afirmó que la mayoría comió yuca y que unos la sintieron amarga y otros no, pero no les quedó de otra porque, dijo, «el hambre apremia».

Fue el caso de los dos niños y de la familia Escalona, quienes también perdieron a integrantes de su familia, según cuenta Villaparedes. Afirma que el hambre es tan grande en esa comunidad que se comparten lo poco que tienen entre ellos para sobrevivir.

“Tenemos que ayudarnos, no podemos permitir que el otro pase hambre si nosotros tenemos aunque sea tres cucharadas de arroz”. Expresó la doliente.

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Antes que ocurrieran las muertes no sabía diferenciar entre una yuca normal y la amarga. “Había escuchado del tema pero me encomendaba a Dios y compraba los alimentos, ahora no me atrevo”.

El vacío que agobia

Con lágrimas en los ojos, Villaparedes recuerda las mañanas en las que su hijo de dos años salía a jugar con los dos menores fallecidos “El niño se dio cuenta que sus primos no estaban y me dijo ‘¿Se fueron al cielo?’ Y yo le dije que sí”.

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Villaparedes dice sentir un vacío tremendo, pero se describe como “fuerte” y es esa fortaleza la que le transmite a la madre de los difuntos. Ambas perdieron a dos hermanos que murieron tiros en otros sucesos.

“Hay que ser fuertes, la vida sigue. Ellos se fueron pero a nuestro lado tenemos a más hijos, a una madre, a un marido. Todos nos necesitan. El dolor no se irá y hay que aprender a vivir con eso, pero no nos podemos derrumbar cuando hay otras bocas que alimentar”.

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