Venezuela

Crónicas descalzas: "Sola"

Nadie llegó a llamar a su hijo por su nombre. Nadie le dio explicaciones. Tampoco le pidieron perdón. El bebé nació muerto. Punto. Eso se quedó allí. Era mayo de 2017, en Caracas y para morirse en un hospital público no se necesitaba más que estar vivo.

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Por Nirma Hernández

A ella le dijeron que su niño nació con el cordón enrollado en el cuello y que fue eso lo que lo dejó asfixiado, sin aire, sin vida. Pero mientras recuerda, mira sus manos y niega una y otra vez con la cabeza, tratando de sacudirse la injusticia. Porque para ella lo de su bebé fue una injusticia, una que ella llora callada, porque no hay a quien reclamar, no hay quien que pueda ayudarla.

Ángel era el nombre que había escogido para su segundo hijo. Fue un embarazo normal y ella hizo todo lo que le dijeron. Durante los nueve meses su marido se desvivía lavando carros para completarle al menos dos platos de comida. Se controló todos los meses y el médico le dijo que el bebé venía bien pero que lo suyo era de cesárea. Un lunes, cuando le llegaron los dolores de parto, agarró la orden que el doctor le había dado y se fue con un mal presentimiento a la maternidad.

“Fui el lunes y me dijeron que se me fuera para la casa que todavía faltaba. Pero me seguían los dolores. Fui el viernes con los dolores de parto y me volvieron a mandar para la casa que me esperara, que todavía no. Ya el lunes siguiente volví a ir porque ya tenía la cabeza del niño atracada y me dolía mucho, porque yo no podía parir, no era que no quería sino que NO podía parir. Ese día, me mandaron de la maternidad al Hospital Vargas y allá no me recibieron. Eso fueron horas y horas de espera para mandarme de nuevo a la maternidad. Yo de verdad… yo no quería parir en la Maternidad. Allá no había agua, no había médico, no había nada. Yo les decía: ¡yo aquí no quiero parir porque me van a matar al niño…»

«¡Llévenme para otro lado, llévenme para otro lado yo no quiero parir aquí!”

Pero no hubo otro lado. Ella no sabe muy bien cuanto tiempo duraron haciendo el forcep. Recuerda la sangre y el bebé asfixiado que no la acompañaría a la casa y que a la semana tuvo que regresar:

“Después de cinco días, tenía dolores y me dejaron internada porque me infectaron…había agarrado una bacteria…Me pusieron en un cuarto sola, un cuarto frío donde me dejaron con la herida abierta, Casi un mes. Sola”.

Después de la pérdida de su hijo toda la vida se ha vuelto más difícil, en el barrio donde vive y en su casa, con su marido. La pobreza que ella está sufriendo no solo hace que le falten cosas, también le faltan brazos que la sostengan con todo ese peso que ella tiene que llevar:

“Todo es pelear y pelear, porque no hay comida, porque no alcanza, porque cuando se pone a beber me quiere pegar. Como el papá de mi primer hijo que era policía y fumaba piedra…ese me quería tener encerrada en la casa y me insultaba y una vez me pegó hasta que pude escaparme y venirme con mi mamá. Ahora cuando se va la luz también la gente sale con las ollas y protestan. Mi hijo se asusta mucho en esa oscuridad y esa bulla pero yo no puedo hacer nada. Solo abrazarlo. Solamente eso puedo. Yo me siento sin apoyo. Yo me siento muy sola con todo esto. Si yo pudiera pedir algo sólo pediría tener la oportunidad de volver a parir a mi hijo…y también quisiera que me dieran más amor…. más amor y paz”.

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