Venezuela

El mantra no lo resuelve todo

¿Por qué pasan esas cosas en otras latitudes y aquí no? Por el funcionamiento de las instituciones y la unidad y capacidad del liderazgo opositor

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Protestas en Bolivia 2019. Foto: AFP
Jorge Bernal / AFP

El último trimestre de rebeliones en Latinoamérica solo es comparable con la Primavera Árabe de 2010, que se llevó por delante gobiernos de todo tipo, generando un sinnúmero de movilizaciones por la democracia en países que jamás la habían conocido. | Por Froilán Barrios

Esta vez el movimiento telúrico atravesó el Atlántico y arribó a nuestros confines, demostrando una vez más la muy conocida frase según la cual la cronología de los tiempos se conjuga muy diferente en política, siendo otra cosa en gramática.

En Bolivia, a tan solo un mes de haberse realizado elecciones presidenciales, se concretaron, sin haber mencionado en el Altiplano una sola letra, los tres pasos del tan manoseado mantra venezolano, desalojaron del poder al usurpador Evo Morales, constituyeron un gobierno de transición con la senadora Añez Chavez y ya se preparan para elecciones libres y transparentes con el Tribunal Supremo Electoral renovado con personas calificadas e imparciales para los primeros meses de 2020.

Chile y Ecuador

En este contexto, semanas atrás el pueblo ecuatoriano había rechazado en forma virulenta la receta económica del FMI y del presidente Lenín Moreno de eliminar el subsidio a los combustibles, por aquello que reclaman las etnias indígenas y resto de la población civil de ese país, de «no me quites mi parte de la riqueza nacional» de forma tan atropellada, aun cuando las intenciones del mandatario nacional fueran ordenar las finanzas públicas desarticuladas por el populismo irresponsable de Correa.

Por su parte, lo sucedido en Chile fue una emboscada de la historia, ya que tras la estabilidad política e institucional de los últimos 30 años y el progreso económico ascendente, que se identifica en la concreción de un PIB per cápita de 16.000 dólares, uno de los más altos del continente, y un sinfín de acuerdos comerciales con economías del mundo entero, subyacía un volcán reprimido en la sociedad chilena gestado durante la dictadura de Pinochet, que se expresa en la exigencias al libre acceso a la educación a todos los niveles, a la salud, a pensiones dignas, eliminación de privilegios a los militares, etc. En fin, un reclamo de centrar la nación en mirar más al hombre y a la democracia que al mercado.

Pues bien, haciendo honor a su geografía, se desató un sismo que ha puesto al presidente Piñera a bailar en un tusero, que le determinó abrir los cauces a la convocatoria a un referéndum para una nueva constitución que sustituya a la de la dictadura. Este caos imprevisible no justifica en grado alguno el delincuencial vandalismo anarquista que ha destrozado su infraestructura cercana al Primer Mundo.

Las razones

De allí la gran pregunta de las 64000 lochas, ¿por qué pasan esas cosas en otras latitudes y aquí no? Por dos razones fundamentales: la primera es que en esos países funcionaron las instituciones. Los presidentes de Ecuador y Chile se arremangaron los pantalones y llamaron al diálogo a los actores involucrados en la crisis. En Bolivia, la institución militar salió al ruedo para garantizar la constitución.

La segunda razón es la capacidad, la firmeza ética y la unidad del liderazgo opositor.

Lamentablemente carecemos de ambas en nuestro país, pues quienes gobiernan son una casta política estalinista y criminal violadora permanente de la constitución, con una sagacidad infinita de manipular al adversario, desgastarlo y desacreditarlo, para luego desprestigiado enrostrárselo al pueblo frustrado con un “recojan su gallo muerto”.

Y en lo que respecta a la oposición le toca a Guaidó no malbaratar sus últimos cartuchos, desechar los ultimatismos mediáticos y concretar el mantra con la designación de un CNE creíble para la realización de elecciones generales sin la presencia de Maduro en el poder.

El logro de estos objetivos pasa por la unificación del país opositor más allá de las siglas partidarias, las cuales lucen hoy desconcertadas ante el derrumbe social e institucional que presencia la comunidad internacional y la población venezolana.

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