Venezuela

Opinión | El agente Telmo Romero contra el coronavirus

Nicolás Maduro sacudió de un talante que lo constreñía como un corset y en transmisión televisada se atrevió a endosar a un tal Sirio Quintero como «científico que ha hecho grandes avances» ante el coronavirus en Venezuela

casos
EFE
Publicidad

Muy poco le duró a Nicolás Maduro el tono de estadista que quiso adoptar cuando su régimen se dignó por fin a hablar del coronavirus y su presencia en Venezuela.

En esos primeros días, el usurpador de la Presidencia parecía otro, adhería su discurso a las lineas de la Organización Mundial de la Salud y no hacía chistes en las alociones públicas. Pero al tercer día, el 22 de marzo, se sacudió de un talante que lo constreñía como un corset y en transmisión televisada se atrevió a endosar a un tal Sirio Quintero como «científico que ha hecho grandes avances» ante el coronavirus. Sin que lo fuera, lo aludió como “doctor” y dijo que convocaría a Miraflores para incorporar sus métodos y “remedios”.

El doctor sin título universitario dice ser inventor “del protocolo de bioelectromedicina cuántica con nanotecnología y genética ondular reconstitutiva humana en Venezuela y el continente americano”.

Sin inmutarse ante el hilarante galimatías, el nuevo asesor de Maduro se atribuye la cura de males como el cáncer, el mal de Alzheimer y el de Parkinson, así como locura, lepra, elefantiasis, neuralgias, cataratas y tisis.

Para el virus chino (coronavirus) dice tener un bebedizo compuesto de malojillo, jengibre, pimienta negra, cáscara de limón amarillo, miel y saúco. Porque, claro, el hombre, tal como Maduro afirmó en cámara, el 3 de enero publicó la estructura genética del coronavirus. Toda una hazaña, habida cuenta de que los primeros casos aparecieron en marzo y en Caracas, no en Trujillo de donde es oriundo el señor Quintero.

La inverosímil manifestación de irresponsabilidad de Maduro, ante una pandemia de coronavirus que ha causado estragos en países que sí tienen medios para enfrentarlo, recordó un personaje muy parecido a Sirio Quintero, que actuó a finales del siglo 19, también con la promoción de un mandamás. Se llamaba Telmo Romero (1846 – 1887) y era un tachirense dado, desde muy joven, a recetar menjurjes, por lo que se ganó el remoquete de Guarapito.

Las andanzas de este aventurero, que aseguraba poner fin al mal de ojo de los niños, las gusaneras de los toros y hasta los senos caídos, cobraron un nuevo vuelo en 1884, durante la primera Presidencia de Joaquín Crespo.

«Telmo», expuso escribió el historiador Manuel Caballero, «se entera de que el hijo de Crespo padece una grave y al parecer incurable enfermedad. Telmo es curioso, o sea, charlatán y yerbatero; los padres desesperan ante la impotencia de los médicos y acceden a ponerse en manos del recién llegado, cuyas pócimas hacen el milagro. El niño se salva y Telmo Romero comienza una vertiginosa y efímera carrera de “Rasputín” tropical y avant la lettre. No solamente se convierte en el curandero oficioso sino en un personaje nacional reconocido».

Ya con las botas puestas, Guarapito compra la entonces célebre Farmacia La Indiana (en la esquina de las Madrices, en Caracas) y publica ‘El Bien General: Colección de Secretos Indígenas y otros que por medio de la práctica han sido descubiertos’.

El libro contenía destellos de saber como el siguiente: «Para repeler el sueño cuando se desee. Colóquese en un litro de ginebra de Holanda un corazón de vampiro disecado y pulverizado; tómese luego del líquido tres onzas divididas en tres dosis, cuando se quiera evitar el sueño de la primera noche; llevándose al efecto debajo del brazo izquierdo una bolsita que contenga un corazón de murciélago y quitándosela luego que no la creyere necesaria».

En el índice se comprometía a: hacer crecer el cabello a las señoras y señoritas hasta donde lo deseen; regularizar el desarrollo de los pechos; calmar los dolores de vientre y curar la tiña del cuero cabelludo, lo mismo que la roña venérea de los ojos, las flemas de la vejiga, la apoplejía, los nervios, las diarreas crónicas y la detención de la orina por una fiebre o por callosidades en la vejiga, e inclusive curar los tumores sifilíticos.

En julio de 1884, Crespo nombra a Telmo Romero director del Asilo de Enajenados de los Teques, director del Hospital de Lázaros de Caracas y administrador de otras cuatro casas de salud. «Además», dice Ildefonso Leal, «sería el fabricante y proveedor exclusivo de los remedios del Hospital y quedaba facultado para poner en marcha las modificaciones que considerara convenientes para lograr pleno éxito en sus funciones». Carta blanca, pues. No solo reunió una pequeña fortuna sino que se dedicó con empeño a combatir los males mediante métodos crueles, como clavarles agujas en la cabeza a los pacientes, distribuir palizas y amarrar a los más inquietos. Los vecinos de Los Teques se horrorizaban con los gritos de aquellas pobres almas libradas al “doctor” del poder.

Ese primer turno de Joaquín Crespo en la Presidencia terminó en 1886. Guarapito se quedó sin padrino ni amigos influyentes. Un año después moría tuberculoso y con una lección aprendida: «En Venezuela», apuntó Ramón J. Velásquez a propósito de Telmo Romero, «perdida la gracia del poder, el loco vuelve a ser loco y el leproso, vuelve a ser leproso».

Muchos historiadores se han ocupado de esta figura, porque es cabal metáfora de los caprichos y desafueros del poder, sobre todo cuando lo ejerce un ignorante. La vida y aventuras de Telmo Romero está bastante documentada.

Lo traemos al presente por la clara coincidencia con el nanólogo de Maduro, pero Telmo Romero y Sirio Quintero son hitos de procesos exactamente opuestos. Mientras Guarapito representaba la despedida de los yerbateros en el lugar de la ciencia, Quintero encarna el intento de remplazar a los médicos por charlatanes. El doctor Mario José González Gutiérrez lo dice en su tesis “Genealogía del Orden Psiquiátrico en Venezuela”, donde reseña «la actuación del señor Telmo Romero en el escenario del alienismo».

–A nuestro entender, -establece el doctor González Gutiérrez- la posibilidad del surgimiento de este personaje y su alta posición en el escenario manicomial, se da en un momento histórico de transición, en el cual se está iniciando un proceso de medicalización de la locura, pero a su vez también se está ante la ausencia de un código y de una práctica específicamente psiquiátrica. A pesar de que aparece la posibilidad de la intervención del saber médico en el tratamiento de la locura, la inexistencia de un corpus teórico-práctico particularmente psiquiátrico no posibilita su consolidación, como factor hegemónico, de ese nuevo saber poderoso.

Ciento treinta años después, Venezuela es escenario de una pugna que parecía superada. Tenemos una tradición sanitaria marcada por la consolidación del poderoso saber, pero el retroceso político, la peste militarista, pretende dinamitar los códigos científicos, intelectuales, institucionales y reducir el país a un erial sujeto a tomas de sometimiento y malojillo.

Publicidad
Publicidad