El MIR: a 60 años de un sueño
El MIR, que cumplirá el próximo 9 de abril seis décadas de fundado, fue una piedra en el zapato en los inicios de la democracia venezolana / Por Froilán Barrios Nieves
El MIR, que cumplirá el próximo 9 de abril seis décadas de fundado, fue una piedra en el zapato en los inicios de la democracia venezolana / Por Froilán Barrios Nieves
A los partidos les pasa como a la vida misma: mientras existen los reconocen y cuando desaparecen nadie se acuerda de ellos. En manidas ocasiones ni sus deudores osan levantar el dedo índice para mentarlos. Eso ocurre con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que cumplirá el próximo 9 de abril seis décadas de fundado. El otrora partido de los cabezas calientes, cuya boina característica era del color del gorro de hielo, fue una piedra en el zapato en los inicios del Puntofijismo.
Su surgimiento atrajo por su aureola a miles de jóvenes, universitarios y trabajadores, quienes vieron en el liderazgo del nuevo partido el alfa y el omega del futuro del país. Tamaño reto para la novel organización, contenido desde sus orígenes en un lastre teórico y un acertijo que los llevó a un desenlace prematuro en su historia, al no poder resolver el dilema que trituró a la izquierda mundial el pasado siglo, ante los vértices de reforma vs revolución y revisionismo vs ortodoxia marxista.
Pudiéramos resumir su historia de casi tres décadas en las siguientes fases: La primera, conocida como la lucha armada bajo la orientación del foquismo guevarista, creyó repetir la revolución cubana en Venezuela para luego terminar derrotada militar y políticamente, en una década violenta que significó la muerte de miles de venezolanos de los dos bandos, el insurgente y el gubernamental, así como el rechazo general de la población que deseaba la democracia y observaba con profunda indiferencia las desventuras de esos barbudos guerrilleros.
El terrible error histórico del MIR de intentar tomar el cielo por asalto tuvo desenlace en un segundo episodio clave para su permanencia política, como fue asumir la Pacificación desplegada desde 1969 a 1971 y promovida hábilmente desde el Gobierno de Rafael Caldera, que concluyó con la legalización del MIR y el PCV y su incorporación a la vida política nacional, desechando el ultraizquierdismo, incluso cuando sus representantes los calificaron como «traidores».
La tercera etapa fue la reconstrucción del MIR desde 1974, lo que significó la masificación del partido al recoger a los sobrevivientes y heridos de la década violenta para proponer “la construcción del gran partido obrero”, que logró la conquista de posiciones sindicales en Guayana, el Petróleo y su ingreso a la CTV. Esta orientación lo derivó a una organización política de diversas tendencias, donde convivían marxistas leninistas, trotskistas, reformistas y hasta librepensadores. Su éxito relativo lo llevó a lograr mediante el voto popular una notoria fracción parlamentaria, cuyos debates trascendieron las paredes del hemiciclo hasta recibir el reconocimiento de tirios y troyanos por la fortaleza de sus planteamientos.
Pronto el éxito de la década de los 70 resultó eclipsado por los nubarrones del dogma y la lucha interna del liderazgo, reflejo de los fantasmas no abordados en su origen, a partir de la confrontación de reformistas o revisionistas vs. ortodoxos o revolucionarios, debate que no se trató adecuadamente y derivó en la fase de la división del MIR, el cual sufrió anteriores escisiones, siendo ésta el golpe definitivo del que no se pudo recuperar jamás.
El debilitamiento extremo del MIR, acelerado por el sectarismo de las facciones y la confrontación, resuelta entre sus militantes incluso a tiros y trompadas estatutarias, trazó el camino hacia su episodio final: la disolución y la fusión con el MAS, nueva condición que trasladó su liturgia, siglas, estatutos y programa a una oscura gaveta del CNE o del tribunal de turno.
A lo largo de la historia del partido rojinegro se incorporaron miles de militantes, hombres y mujeres en todo el territorio nacional, quienes reconocieron en sus gigantes como Moisés Moleiro, Américo Martín, Simón Sáez Mérida, Héctor Pérez Marcano y al inicio Domingo Alberto Rangel, entre otros valiosos líderes, el liderazgo necesario para un país.
En esa ruta plena de episodios, aciertos y numerosas equivocaciones, merece recordarse la memoria de esa militancia y liderazgo en el aniversario de su fundación, en una época de organizaciones políticas orientadas por programas y propuestas de diferente origen: socialdemócrata, socialcristiano o marxista, que labraron con toda dificultad y divergencia, la fase de democracia más extensa de nuestra historia republicana en el siglo XX.
Condición que nos lleva a la reflexión del liderazgo político actual, huérfano de programa y orientación, que visualice al nuevo país que deseamos reconstruir, en un contexto global como el actual, pues, como indicó recientemente Henry Kissinger a sus 97 años, «al superar la pandemia, este mundo será otro».