Venezuela

Las primeras hallacas en Londres las prepararon dos famosos guaros en 1891

La proeza está a punto de consumarse. Asan con esmero las hojas en el fuego de la chimenea y preparan el guiso siguiendo las indicaciones que sólo uno de ellos -el mayor- conoce bien.

Hallacas
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No pasan desapercibidos. Pese a la elegancia de sus trajes, su forma de hablar los delata. Se nota a leguas que son extranjeros. Son educados e intelectuales. Llaman la atención por las preguntas que formulan. Buscan ansiosos los ingredientes de alguna receta extraña para los lugareños. Están determinados a preparar sus hallacas.

Son larenses, también son periodistas e historiadores. Ambos provienen de las aulas del tocuyano don Egidio Montesinos.

En este momento se desempeñan como diplomáticos y se encuentran muy lejos de su patria. Son guaros, como se conoce a los del estado Lara.

Uno de ellos ha estado escribiendo un libro sobre la esgrima moderna, obra de gran valor para el acontecer citadino. El otro ha hecho anotaciones acerca de las neurosis de hombres célebres, apuntes interesantísimos para la ciencia moderna.

Esta mañana de 1891, muy fría en Liverpool, se les ve atareados en otra cosa. Hoy cerraron sus libros y dejaron a un lado el trabajo intelectual.

Es diciembre y ya casi no falta nada para el 24. Días atrás, entre sus conversaciones, deciden celebrar juntos la Navidad y hacerlo a la manera venezolana, para mitigar fríos y distancias. Así, se trazan la difícil tarea de hacer hallacas. Por suerte, un trinitario tiene en pleno centro de Londres un abasto donde se expenden productos tropicales. Allí consiguen el maíz, que terminan pilando arduamente en un mortero de madera.

Una larga amistad

“…Poco frecuente en nuestros medios políticos e intelectuales, de una noble amistad, mantenida a su alto nivel por espacio de años, desde la primavera hasta el invierno, desde la juventud ilusionada hasta la madurez en fruto y la ancianidad vigorosa…”.

Carta de José Gil Fortoul a Lisandro Alvarado

La histórica hazaña

Caminan horas sin desviarse del plan. Nada los detuvo, ni la casi imposible prueba de conseguir las hojas. Se valen de sus funciones consulares para tener acceso al único lugar que albergaba, en rigurosa calefacción, la inhallable y costosa planta: el Jardín de Aclimatación de Londres.

Franquean un largo periplo burocrático que exige hasta la opinión técnica de la Sociedad de Historia Natural para poder cortar cinco hojas de un plátano británicamente custodiado.

La proeza está a punto de consumarse. Asan con esmero las hojas en el fuego de la chimenea y preparan el guiso de las hallacas siguiendo las indicaciones que sólo uno de ellos -el mayor- conoce bien.

Para darse ánimo silban un valsecito tocuyano tras disponerse a probar el portentoso picadillo elaborado con carne de res y de cerdo, trozos de tocino y gallina. La música les da suerte: está exquisito.

Al instante uno amarra la décima y última hallaca de esta hazaña culinaria. Son larenses, periodistas, historiadores y ahora aventureros de la cocina.

El primero tiene 33 años y se llama Lisandro Alvarado, aunque prefiera presentarse como Perico el de los Palotes. El otro tiene 30 y se le conoce ya como el doctor José Gil Fortoul.

Fuente: Relato en “Apuntes de Aníbal Lisandro Alvarado, hijo del preclaro larense en su libro Menú-Vernaculismos. Edime, Caracas-Madrid, 1953 Pp. 44 y 45”.

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