Sucesos

Cementerio del Sur: secuestro por llorar a un muerto

Como la delincuencia no respeta nada, mucho menos el dolor, una nueva estratagema delictiva manosea: secuestrar desde y en los cementerios. Todo aquel que lleve flores, rosario o un recuerdo para un ser enterrado es mira de su perverso ojo impune

Fotografías: Fabiola Ferrero | Composición fotográfica: Oriana Milu L.
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A lo lejos, desde el cerro, la vigilancia se activa. Los hampones del barrio Las Quintas en El Cementerio del Sur usan binoculares para cazar a sus presas. Cualquiera que llegue en un vehículo último modelo, o al menos en uno de muy buen estado, es potencial víctima de secuestro.

La panorámica que se exhibe desde las alturas es un camposanto desolado, profanado en un 40% y cundido de delincuentes. Son ellos los que se pasean por los caminos estrechos de las tumbas para someter a quienes invocan un santo, rezan rosarios o sueltan en lágrimas un último adiós. También hay jornaleros que medio limpian los destrozos de la profanación desmesurada que existe.

El domingo 31 de enero a las once de la mañana, una pareja fue la elegida —emboscada terrible. Llegó en una camioneta Kia Sportage azul a honrar a algún familiar sepultado, pero minutos después el objetivo fue interrumpido. Bajo amenaza de muerte, unos sujetos armados raptaron al hombre y a la mujer. Fueron llevados en una camioneta Toyota Hilux blanca. El vehículo de las víctimas quedó allí, abandonado.

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Un testigo del hecho fue quien avisó a los policías que están apostados en la entrada del camposanto. El robo ya estaba consumado. La ruta que tomaron los delincuentes fue por la Cota 905, un sector álgido en materia de secuestros y robo de carros y en donde las autoridades han ultimado a más de treinta antisociales en los últimos seis meses. Pese a ello, la incidencia delictiva no ha disminuido. Se multiplica como chiripas. Muchos dicen que hay una generación malhechora inagotable.

No solo esa pareja ha sido plagiada dentro del Cementerio General del Sur. Pero no hay registros ni estadísticas, de acuerdo a funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), por falta de denuncias. El miedo paraliza a las víctimas, temen la retaliación. Se sabe, extraoficialmente, de cinco casos cada mes.

Lo mismo le pasó a un hombre que llegó a visitar la tumba de un familiar a finales de 2015. Cuando estaba limpiando restos de flores y otros escombros, fue abordado por dos sujetos. Uno de ellos lo abrazó, le dijo algo muy cerca y después los tres se fueron caminando hacia un matorral que comunica el cementerio con el barrio. Un trabajador del lugar fue testigo, pero prefirió callar por miedo. Lo han amenazado de muerte. Teme convertirse en una tumba más del minado cementerio. Mientras relata poco, simula limpiar algunos restos. Sabe que lo vigilan o piensa que es así. «Uno aquí está y no está a la vez. Es mejor no aparecer. Tengo mi familia y necesito trabajar. Ojalá y uno pudiera ganar buen dinero y no calarse tantas cosas feas aquí«, dijo en tiritar.

Todas las víctimas de secuestro terminan pagando para ser liberadas. Eso contribuye al financiamiento de los grupos organizados que conviven en la Cota 905. Los funcionarios han hecho un seguimiento detallado, al menos eso. Saben de dónde vienen y hacia dónde van los grupos que secuestran. Mas no actúan por varios factores: no tienen autorización para violar espacios o territorios de paz, están en desventaja con los delincuentes en poder de fuego y parecen haber perdido la táctica en procedimientos.

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Expertos en materia de seguridad ciudadana, como el comisario jubilado de la antigua Disip Luis Granados Huttchings, han sido enfáticos al exigir un ataque frontal a los grupos armados que le están haciendo mucho daño a la sociedad. «Los organismos policiales tienen poco tacto para adentrarse a la raíz de estas bandas», puntualiza. De igual forma, el exfuncionario refiere que, si el Estado salta al campo de batalla como debe ser, los criminales tienen la de perder. «Solo hace falta la voluntad», se envalentona.

No solo el secuestro es el delito que ha crecido en el Cementerio General del Sur. El robo de vehículos también. Comerciantes ubicados en las adyacencias son testigos de unas dos decenas diarias. «Los malandros atacan con fuerza y se llevan entre quince y veinte carros al día. Los más afectados son personas que llegan a comprar en el mercado», destacan transeúntes de la zona.

Muchas de las víctimas prefieren estacionar sus vehículos a las afueras del cementerio y no pagar un parqueadero privado. Apenas están buscando puesto son vistos y detectados por los atracadores. Y aquellos foráneos que ingresan al interior del camposanto buscando un espacio son vigilados desde el cerro.

La alerta que han lanzado los propios delincuentes, y que se ha filtrado entre habitantes, es que a todas las víctimas de secuestro les piden sumas en dólares para liberarlas. Así lo refrendan los afectados consultados para este trabajo. Los secuestradores prefieren obtener moneda extranjera por el provecho que le sacan: la venta en el mercado negro les ha permitido amasar fortunas. Incluso, los líderes de las bandas ordenaron a sus secuaces atacar a funcionarios policiales para recibir incentivos en dólares. Eso lo saben en los organismos policiales.

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Las incursiones reiteradas que han hecho los uniformados, sobre todo la Policía Nacional Bolivariana en colaboración o connivencia con el Cicpc, a los distintos barrios que bordean el camposanto, han sido con la finalidad de disminuir los delitos. Lo sabido: les ha costado neutralizar el poderío de las bandas.

Con la reestructuración de la Policía de Caracas, anunciada por el alcalde Jorge Rodríguez a mediados del mes de enero, se prometió activar un plan de atención directa en las afueras del Cementerio General del Sur. El comisario Robinson Navarro, director del nuevo gabinete de Protección y Seguridad en el municipio Libertador, dijo que un total de 80 policías serán desplegados en la zona. No especificó desde cuándo, así que a los transeúntes, visitantes y comerciantes les queda esperar y encomendarse a Dios, a las ánimas o a su muerto que descansa en el cementerio.

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